Juan Crisóstomo 347-407
Revista Historia Cristiana, Número 44
LENGUA DE ORO Y VOLUNTAD DE HIERRO
Por Robert A. Krupp
Su intrépida elocuencia le ganó el título de "boca de oro", pero también le propició exilios.
Juan Crisóstomo tenía poca paciencia con los pecados de cualquier tipo, pero estaba especialmente disgustado por el mal uso de las riquezas:
"Es necedad y locura pública", una vez predicó, "llenar los armarios con ropa y permitir que los hombres que son creados a imagen de Dios y a nuestra semejanza, permanecer desnudos y temblando de frío, de modo que apenas puedan mantenerse de pie. . . . Ustedes son grandes y gordos, tienen borracheras hasta la madrugada y duermen en una cama cálida y suave. Y ¿No piensan cómo deben dar cuenta de su mal uso de las dádivas de Dios?".
Este tipo de predicación elocuente--e intransigente— eventualmente le haría ganar a Juan de Antioquía el nombre por el que actualmente es reconocido: Crisóstomo, "boca de oro". No obstante, también contribuiría a su exilio y a su muerte prematura.
Madre Abogadora
Antusa, una piadosa mujer cristiana, dio a luz a su único hijo cerca de la mitad del siglo IV, en Antioquía, la ciudad donde los seguidores de Jesús fueron llamados por primera vez "cristianos". Su marido, Secundo, un alto funcionario del gobierno, murió cuando ella tenía 20 años, dejándola con Juan y una hija, ambos muy jóvenes. Evitando segundas nupcias, Antusa dedicó el resto de su vida a sus hijos.
Juan recibió la mejor educación disponible en Antioquía, un destacado centro intelectual de esa época. Estudió bajo la enseñanza de Libanio, el famoso pagano retórico. La retórica--la práctica de dirección pública utilizada en los tribunales y la política--era la ciencia más importante de la época; los maestros de retórica eran el orgullo de cada ciudad importante. Libanio había viajado por todo el mundo, habiendo sido profesor en Atenas y Constantinopla; creía en los cultos paganos y despreciaba el cristianismo.
Juan aparentemente estaba planeando hacer una carrera en derecho. Pero en algún momento durante los años de su educación formal, se dispuso a entregarse al servicio de Dios, en primer lugar, entrando a la reclusión monástica. Al igual que muchos en su época, anhelaba pasar un tiempo alejado de todo el mundo para aumentar su relación con Dios. Pero su madre le rogó que esperara.
Ella lo llevó a la habitación donde nació y con lágrimas en los ojos le dijo que lo único que hizo más fácil su viudez fue que Juan se parecía a su padre. Ella le recordó que los jóvenes tienen una vida por delante pero que pronto ella se enfrentaría a la muerte. Ella le pidió que tuviera piedad de dejarla sola por segunda ocasión y que no la abandonará antes de que falleciera.
"Cuando me hallas consignado a
la tierra y me hallas reunido con los huesos de tu padre," ella declaró,
"entonces emprende tus largos viajes y navega a donde te plazca. Entonces
no habrá nadie que te obstaculice. Pero hasta mi último respiro, bástate en
vivir conmigo".
Juan cedió y pospuso sus planes durante algunos años.
Esquivando la Responsabilidad
A principios de los años 370, después de que su madre murió, Juan entró a la reclusión monástica. Estudió bajo las enseñanzas del monje Diodoro durante un tiempo y luego vivió como ermitaño. Los rigores ascetas de Juan fueron tan arduos que dañaron su salud por el resto de su vida. Aun así, este período endureció su voluntad espiritual y centró su vocación. Además, se memorizó grandes pasajes de las Escrituras, y su habilidad para citar pasajes de memoria potenciaría sus sermones posteriores.
Aunque Juan finalmente rechazó la vida monástica para servir en la iglesia, él siempre apreció la contemplación. En un sermón posterior, preguntó, "¿Para qué propósito Cristo subió al monte? Para enseñarnos que la soledad y la el retiro es bueno cuando oramos a Dios. . . . Porque el desierto es la madre de tranquilidad; es la calma y el refugio, liberándonos de todos los disturbios".
Antes de haberse ido a reclusión hacia las colinas cercanas, Juan había ordenado a un "lector", un oficial menor de la iglesia responsable de leer las Escrituras durante el culto. Cuando regresó, se convirtió en miembro activo de la iglesia de Antioquía, sirviendo bajo Melecio y luego bajo Flaviano, sucesivos arzobispos. Ambos habían sufrido por su ortodoxia cuando los arrianos (que negaban la divinidad de Cristo) controlaban la iglesia y el estado.
Durante este tiempo, Juan y un amigo cercano llamado Basílio escucharon que estaban siendo considerados para el ministerio. Ambos se sintieron inadecuados para la pesada responsabilidad, pero Basílio finalmente aceptó ser ordenado sacerdote mientras Juan había insinuado que lo harían juntos. Basílio siguió adelante con la ordenación--ignorando que Juan se había dado a la fuga. Juan temía la exigente responsabilidad del ministerio sacerdotal, pero no quería privar a la iglesia de Basílio.
Este acto de duplicidad llevó a Juan a escribir una de sus obras más famosas, Sobre el Sacerdocio, una justificación de su treta y su evasión sobre el oficio que él estimaba. También contiene escenas de sus valores fundamentales y una filosofía madura sobre el ministerio—a pesar de que Juan lo había escrito cuando sólo era un veinteañero. Por ejemplo: "No sé si alguien alguna vez haya logrado no disfrutar de los elogios. Y si los disfruta, naturalmente quiere recibirlos. Y si quiere recibirlos, no puede evitar sentirse angustiado y desesperado por perderlos. . . . Los hombres que están enamorados de los aplausos tienen sus espíritus hambrientos no sólo cuando son culpados de impertinentes, sino incluso cuando no puedan ser elogiados constantemente ".
Finalmente, Juan fue ordenado diácono (381) y, por último, sacerdote (386). Basílio probablemente se convirtió en obispo de un pueblo rural en Asia Menor (la actual Turquía). Juan, sin embargo, eventualmente ministró en una de las iglesias más grandes de la cristiandad.
Específicamente Doloroso
No obstante, al principio Juan pasó 12 años en Antioquía, una ciudad de gran riqueza y capital de Siria. Era conocida por sus juegos olímpicos, sus representaciones teatrales y sus festivales. También fue la ciudad en donde la predicación de Crisóstomo comenzó a hacerse notar, especialmente después de la infame Revuelta de las Estatuas.
En la primavera del año 388, estalló una rebelión en Antioquía por el anuncio
del aumento de los impuestos. Las estatuas del emperador y de su recientemente
fallecida esposa fueron profanadas. Los funcionarios del imperio entonces comenzaron
a castigar a los líderes de la ciudad, matando a algunos de ellos, por la
revuelta. Mientras el arzobispo Flaviano se apresuró a la capital de
Constantinopla a 800 millas de distancia para implorar clemencia, Juan le
predicaba a una ciudad en disturbios:
"Regenérense ahora verdaderamente, no como durante alguno de los numerosos terremotos o durante el hambre o la sequía o situaciones similares en las que abandonaron su pecando durante tres o cuatro días y, en seguida, iniciaron nuevamente con su vida antigua. . . . Detengan la difamación malévola, no abriguen enemistades, y renuncien a la costumbre pecaminosa de frívolas maldiciones y juramentos. Si hacen esto, seguramente serán librados de su actual situación de sufrimiento y alcanzarán la felicidad eterna".
Después de ocho semanas, el día antes de la Pascua, Flaviano regresó con la buena noticia del perdón del emperador.
Juan predicó a través de muchas de las cartas de Pablo ("Me agradan todos los santos", dijo, "pero San Pablo más que todos los demás—ese instrumento escogido, la trompeta del cielo"), de los Evangelios de Mateo y de Juan, y del libro de Génesis. Vidas cambiadas eran su meta, y denunció pecados desde el aborto hasta la prostitución y desde la glotonería hasta jurar.
Animó a su congregación, no sólo para asistir regularmente al servicio divino, sino también a alimentarse de la Palabra escrita de Dios. En un sermón sobre la parábola del rico y Lázaro, él dijo, "La lectura de las Sagradas Escrituras es un gran medio de seguridad contra el pecado. Ignorar las Escrituras es semejante a un gran acantilado y a un profundo abismo; no saber nada de las leyes divinas es una gran traición a la salvación".
Sus aplicaciones podían ser contundentes. Acerca del amor de las personas por las carreras de caballos, él se quejó "Mis sermones son aplaudidos meramente por costumbre, enseguida todo el mundo corre hacia ellas [Carreras de Caballos] de nuevo y les dan muchos más aplausos a los jinetes, ¡mostrando efectivamente su pasión desenfrenada hacia ellos! Allí ponen toda su atención y dicen con rivalidad mutua, 'Este caballo no corrió bien, este se tropezó', y uno se inclina hacia este jinete y otro hacia aquel. Ninguno piensa más en mis sermones, ni en los santos y asombrosos misterios que se realizan aquí".
Secuestrado
A principios del año 398, Juan fue llevado por un alto oficial militar a una capilla fuera de los muros de la ciudad. Allí fue capturado por los soldados y fue transportado a 800 kilómetros de la capital, donde fue consagrado a la fuerza como arzobispo de Constantinopla.
El secuestro de Juan fue organizado por Eutropio, un funcionario del gobierno que quiso adornar a la iglesia de la ciudad capital con el mejor orador del cristianismo. Juan nunca había buscado el oficio, pero lo aceptó como providencia de Dios.
El arzobispo de la capital del imperio oriental podía ser una fuerza poderosa para el cristianismo. Las habilidades de oratoria de Juan eran insuperables, y él tenía el potencial de construir una base de poder que le habría permitido reformar la ciudad durante décadas. En sus primeros años, de hecho, Juan presenció dos victorias importantes para la iglesia.
La primera llegó cuando Eutropio descendió
del poder. Juan ya había apuntado hacia las extravagancias que caracterizaban a
la clase dominante. Así que cuando Eutropio huyó a la iglesia para buscar refugio
(creyendo que el Emperador había solicitado su ejecución), esta fue una gran
reivindicación para Juan.
El domingo siguiente, mientras Eutropio se paró delante de la congregación,
Juan comenzó su sermón: "Oh, vanidad de vanidades, todo es vanidad!".
Después de reprender a Eutropio por su comportamiento mundano, Juan se volvió a la gente: "Yo digo esto ahora, no para deshonrar a los caídos, sino exhortar a prudencia a aquellos que aún están de pie; no con el fin de empujar a las profundidades a una persona rechazada, sino para advertirles a los demás antes de que también sean rechazados".
Tras el sermón, Juan concretó un acuerdo con el Emperador Arcadio para salvar la vida del oficial destituido. (Eutropio, sin embargo, más tarde violó el acuerdo y fue decapitado).
La segunda victoria de Juan ocurrió al año siguiente, en el año 400. Gainas un general imperial a cargo de un ejército de mercenarios Godos, amenazó con rebelarse y tomar el control de la ciudad. Él tomó como rehenes a tres prominentes funcionarios. También exigió que a sus tropas, arrianos por fe, les fuera dada una iglesia en la capital, en la que pudieran celebrar sus servicios. (El Arrianismo había sido condenado y prohibido 19 años antes).
Crisóstomo se involucró en la situación y negoció la liberación de los rehenes. Enseguida, convenció al emperador de denegar la solicitud de Gainas de obtener una iglesia. Los momentos políticos y militares dieron un giro y Gainas fue derrotado.
Afligiendo lo Cómodo
Dentro de tres años, sin embargo, Juan se encontraría en serios problemas.
La mezcla de fortalezas y debilidades de Juan habían sido ideales para su ministerio en Antioquía. Su entusiasmo por la vida cristiana, sus habilidades de oratoria, y su conocimiento de las Escrituras empoderaron su predicación a grandes niveles. Bajo el hábil liderazgo políticamente delicado de los arzobispos Melecio y Flaviano, la iglesia de Antioquía prosperó.
En la ciudad capital, sin embargo, la situación fue más complicada para Juan. Los arzobispos controlaban vastas riquezas, vivían en palacios, y dirigían a miles de funcionarios de la iglesia. Para la época de Crisóstomo, las iglesias de Roma, Alejandría, Antioquía y Constantinopla cada una tenían aproximadamente 100,000 miembros y cientos de funcionarios de diversos rangos. El acoplamiento del poder económico y político con el mandato espiritual de la iglesia atrajo al ministerio a algunas personas con motivos incorrectos.
La predicación de Juan contra los abusos de poder y riqueza afrentaron a la familia imperial y a la clase dominante. Él no era experto en la política alrededor de iglesia y su estilo de vida en sí era escandaloso para ellos: vivió una vida ascética, utilizó su considerable presupuesto familiar para el cuidado de los pobres, y construyó hospitales. Además, comía siempre solo, negándose a formar parte de la vida social de la capital, lo cual le habría dado una mejor relación con quienes estaban en el poder.
Las reformas de Juan comenzaron con el clero célibe que vivió junto con las "hermanas espirituales"--mujeres solteras que vivían en las residencias de los monjes para atender asuntos domésticos. Él predicaba que algunas de las "hermanas espirituales" se convirtieron en "madres espirituales".
Juan también ordenó reformas para el
orden de las viudas: a algunas les aconsejó entrar en un segundo matrimonio, y
a quienes permanecieron en el servicio de la iglesia, les instituyó normas más
estrictas. Él también disciplinó a los obispos de Asia menor en cuanto a la
simonía y la malversación financiera.
Juan exhortó a los fieles a orar diariamente, y celebró servicios vespertinos para
aquellos que tenían que trabajar durante el día. El predicó en contra de los
grandes pecados públicos: las carreras de caballos y los juegos de azar, el juramento
público y la vulgaridad, y el uso indulgente de la riqueza.
Por ejemplo, durante un sermón contra el teatro, dijo: "Si ves una mujer desvergonzada en el teatro, la cual pisa el escenario con la cabeza descubierta y con actitudes atrevidas, vestida con prendas adornadas de oro, haciendo alarde de su suave sensualidad, cantando canciones inmorales, exponiendo sus extremidades en la danza, y efectuando discursos desvergonzados... ¿Todavía te atreverías a decir que nada humano te ha sucedido entonces? Mucho después de que se cierra el teatro y de que ha desaparecido todo el mundo, esas imágenes aún flotan ante tu alma, sus palabras, su conducta, sus miradas, sus paseos, sus posiciones, su excitación, sus extremidades impúdicas--y en cuanto a ti, ¡vas a casa cubierto de mil heridas! Pero no solo--la ramera va contigo--aunque no abiertamente y visiblemente ... sino en tu corazón y en tu conciencia, y allí dentro de ti, ella enciende el horno babilónico... ¡en el que la paz de tu hogar, la pureza de tu corazón y la felicidad de tu matrimonio se quemará!".
El Hipódromo de Constantinopla se ubicaba del otro lado de la plaza principal de la iglesia donde Juan predicaba, y él condenaba frecuentemente el ruido que interrumpía los servicios: "Todavía hay quienes simplemente nos dejan aquí solos y corren al circo y a los cocheros y a las carreras de caballos! Hasta ahora han cedido a sus pasiones, las cuales llenan toda la ciudad con sus clamores y con sus gritos desenfrenados, de los cuales uno tendría que reírse si esto no fuera tan triste".
Más de una vez, él amenazó con no darles la comunión a los que perseveraban en la inmoralidad: "Si alguno sigue perseverando en su corrupción moral, finalmente será separado y aislado.... Será excluido de la congregación. Si se estremecen con horror ante esta sentencia, entonces dejen que los culpables simplemente muestren arrepentimiento y la sentencia será levantada".
Sínodo Ilegítimo
Irónicamente, el enemigo más formidable de Juan resultó ser alguien muy lejano a su jurisdicción: Teófilo, arzobispo de Alejandría. El odio de Teófilo hacia Juan estaba doblemente alimentado. Juan había sido consagrado obispo de Constantinopla en lugar de él como candidato; además, la influencia de la Iglesia de Constantinopla durante algunos años había estado creciendo a expensas de sus esfuerzos en Alejandría.
Políticamente, Juan no era rival para Teófilo y sus aliados. Incluso aunque la predicación poderosa de Juan atraía grandes multitudes, el partido de Teófilo movilizó fácilmente a la pareja imperial y a la clase dominante en contra de Crisóstomo.
En la primavera del año 403, la oportunidad de Teófilo llegó. Juan recibió a cuatro monjes (los llamados "Grandes Hermanos") que se habían opuesto a Teófilo en la gestión de los fondos de la iglesia (Teófilo tenía la reputación de llevar a cabo costosos programas de construcción y de vivir lujosamente). Teófilo, a su vez, acusó de herejía a los monjes, afirmando que se adherían a las entonces opiniones condenadas de Orígenes, teólogo del siglo tercero. Juan le pidió a Teófilo que aportara pruebas sobre las acusaciones.
Cuando Teófilo llegó a
Constantinopla, trajo bastantes obispos de Egipto para declarar un consejo
eclesiástico, el cual hizo rápidamente, en una finca ubicada a lo largo del
Bósforo de Constantinopla. El Consejo ilegítimo se olvidó de los cuatro monjes
y procedió a condenar a Juan, sobre la base de falsas acusaciones en su contra
declaradas por clérigos resentidos. Fue removido del cargo del oficio de
arzobispo, y el Emperador Arcadio lo sacó de la ciudad.
Cuando la noticia salió a luz, estalló un motín, y a los pocos días Juan fue
traído de vuelta y reinstalado. Teófilo se retiró hacia Alejandría.
Lamentablemente, de nueva cuenta Juan se distanció rápidamente de la emperatriz Eudoxia a través de su predicación. El emperador Arcadio le ordenó a Juan abandonar la iglesia y la ciudad. Juan replicó que los gobernantes podían utilizar la fuerza para retirar a un pastor de su rebaño, pero ningún ministro debería abandonar su llamado divino.
Finalmente enviaron tropas.
Juan cooperó para evitar otro motín. Con la finalidad de distraer al pueblo, él dejó a su caballo ensillado y puesto en la entrada pública de la catedral. Entonces se despidió de las diaconisas y de los sacerdotes leales, y se marchó por una puerta lateral.
Después de que fue descubierta su destitución, el pueblo nuevamente se amotinó, y de alguna manera la iglesia catedral fue incendiada; las llamas se propagaron a la cámara del senado y a otros edificios públicos. Las tropas imperiales sofocaron enérgicamente toda resistencia. Algunos de los seguidores de Juan fueron torturados y al menos dos murieron como consecuencia.
El exilio
Juan fue transportado a través de las llanuras de Asia Menor en el calor del verano, pero se le permitió detenerse en Cesarea, debido a problemas de salud. Fue visitado por muchos seguidores fieles y se volvió muy popular entre los cristianos en esa región. Le escribía cartas a Olimpia, su diaconisa más íntima en Constantinopla, describiendo los momentos difíciles que había soportado y recordándole que Dios estaba en control:
"Cuando veas a la iglesia dispersa, sufriendo las pruebas más terribles, a sus más ilustres miembros perseguidos y azotados y a su líder llevado al exilio, no sólo consideres estos acontecimientos, sino también las cosas que se han producido: las gratificaciones, las recompensas, los premios para el atleta que gana en los juegos y los premios ganados en el concurso".
Se impartieron órdenes para que él fuera trasladado, esta vez a una aldea remota a la orilla oriental del Mar Negro. Pero con su salud decayendo, se desplomó en el camino, el 14 de septiembre del año 407, y fue llevado a una pequeña capilla fuera de Comana. Después de haberse vestido con una túnica bautismal, les regaló sus ropas a los habitantes locales. Recibió la Cena del Señor y ofreció una oración final que terminó con sus habituales palabras de clausura, "Gloria a Dios en todas las cosas. Amén." Fue enterrado en la pequeña capilla al final del imperio.
Después de que Juan había sido destituido, muchos de sus partidarios, llamados "Juanistas", fueron llevados al exilio. Paladio, un obispo y amigo de Juan, escribió una biografía en defensa de su amigo. El propio Juan le había escrito una carta a Inocencio, arzobispo de Roma y a otros obispos occidentales. Estos dirigentes occidentales querían llamar a un sínodo para investigar el asunto, pero eran políticamente impotentes como para forzar una decisión como esa en el Emperador de Constantinopla.
Treinta y cuatro años más tarde, sin embargo, después de que los enemigos principales de Juan habían muerto, sus restos fueron llevados en triunfo de regreso a la capital. El emperador Teodosio II pidió perdón públicamente por los pecados de sus padres, quienes habían enviado a Juan al exilio.
Robert A. Krupp es el bibliotecario de la Trinity Evangelical Divinity School de Deerfield, Illinois. Es autor de Apacentar la Grey de Dios: La Teología Pastoral de Juan Crisóstomo (Peter Lang, 1991).