Agustín 354-430
Revista Historia Cristiana, Número 67
EL CORAZÓN OSCURO LLENO DE LUZ
Por Robert Payne
AGUSTÍN PERTENECE A NUESTRO TIEMPO. El más libertino de los santos, el hombre con la mente más clara, con la opinión más alta de sí mismo, con el conocimiento más sutil de sí mismo, él habla un idioma que conocemos demasiado bien. Él pertenece a los tiempos de crisis, cuando las mentes humanas giraban detrás de sus propósitos definitivos.
En él no existe ocio: se consume a sí mismo con furia por conocer todas las cosas, por resolver todas las cosas. Nombrado para dos emperadores despiadados, Agustín y Aurelio, podía ser implacable también. Y como los grandes novelistas psicológicos modernos, él está armado con un escalpelo y está dispuesto a cortar el alma hasta que revele sus secretos.
Niño Problema
Agustín era un númida, una de esas personas extrañas que habitaban en las llanuras costeras del norte de África, ni negro ni europeo, pero que había descendido, como los vascos, de alguna raza antigua de colonos. Él era alto, delgado y de miembros largos, de pecho delgado, con hombros inclinados. Tenía nariz larga, frente alta, labios gruesos y ojos enormes, y no caminaba tanto debido a que daba lentos pasos largos. Su piel era de una especie de bronce oscuro; sus ojos eran negros.
Nació el domingo, 13 de noviembre del año 354, en la ciudad de Tagaste en lo que hoy es Argelia. Era una ciudad agradable con altas paredes blancas, situada entre campos boscosos. Los encinares y los pinares crecían junto a los arroyos, los leones deambulaban en los bosques, y el jabalí, la liebre, el alirrojo, y las codornices eran cazados a tiro de piedras en las murallas de la ciudad.
La ciudad, construida por los romanos, tenía un teatro, un foro, baños, largas columnatas de mármol, y un mercado de cierta importancia. Entre los aristócratas que gobernaban el destino de la ciudad había un tal Patricio, un terrateniente que poseía una granja y un gran número de esclavos. Él parece haber sido un capataz severo que nunca se compaginó de haber tenido a Agustín como hijo.
Había buenas razones para ello. El niño tenía un temperamento ingobernable. Él mentía a menudo, le gustaba jugar más de lo que le gustaba estudiar, y también era un ladrón, en su propia confesión. Peor aún para Patricio, el hijo poseía un afecto desesperado por su madre, Mónica, y ninguno por su padre.
Patricio, un severo miembro antiguo de "el muy espléndido consejo de Tagaste", que poseía todos los privilegios de la nobleza menor (aunque no una abundancia de riqueza), por encima de todo deseaba que Agustín se convirtiera en un hombre culto. Más allá de eso, tenía poco interés en el niño, le permitía al niño hacer lo que quería, y no se preocupaba en absoluto sobre su moral Cuando mucho más tarde Agustín elaboró un balance sobre comportamiento de su padre, el mayor crimen de Patricio fue precisamente que permitió que el niño fuera tan inmoral como le placiera.
Mónica tenía 22 años cuando Agustín nació. Ya había un hijo mayor, Navigio, y una hija, de nombre desconocido, quien se convirtió en monja. Es posible que Agustín omitiera registrar su nombre deliberadamente por la misma razón por la que nunca mencionó el nombre de su amante o de aquel hombre joven por el que una vez lloró amargamente: de cierta manera profunda, ella puedo haberlo lastimado. Él resultaba herido con facilidad.
Agustín pasó mucho tiempo jugando un curioso juego llamado "pelotas". En este juego, tres conchas y un guisante se barajan juntos diestramente, y el ganador es el que descubre bajo que concha está oculto el guisante. Agustín jugaba muy bien el juego, pero delataba amargamente a otros que tenían dedos más rápidos y que hacían trampa mejor que él.
Robaba de la cocina, de la bodega, y de la mesa. Fue un mentiroso convincente para su tutor y para sus maestros. Fue excelente tirando con piedras y ganó "victorias espléndidas" contra colegiales cuyos rostros heridos y ensangrentados daban prueba de su destreza.
En cuanto a sus enseñanzas, Agustín tuvo un horror constante sobre ellas. Más que cualquier cosa, detestaba la aritmética y el griego: el griego porque era difícil, y la aritmética porque no tenía sentido. "¿En qué demonios", preguntó, "aprovecha repetir uno más dos es igual a tres?" fue azotado repetidamente en la escuela por ser un sin vergüenza y por jugar a los dados en clase. Años más tarde, cuando era un hombre viejo y llevaba la mitra de un obispo, la memoria de los azotes permanecería viva en su mente; iba a evocar los azotes en su piel sangrante en medio de una agonía de remordimiento.
Joven Lujurioso
A los 12 años fue enviado a la escuela en Madaura, una antigua ciudad númida, orgullosa de su antigüedad y pagana hasta los huesos. Por primera vez, se enamoró de las letras. Él leía a Virgilio condoliéndose por la muerte de Dido; estudió bien, recibió un subsidio inusualmente grande de su padre, y parece que se unió a una secta pagana (años más tarde un viejo gramatólogo madaurano llamado Máximo lo reprendió por desviarse al paganismo).
Además, leyó poesías de amor. Sus sentimientos siempre habían sido vivaces, y en esta ciudad calurosa, sus primeros experimentos de lujuria ocurrieron. No era amor, sino lujuria extrema. Él habla de estas cosas abiertamente, con poca compasión sobre su propia juventud rebelde.
"Me atreví a vagar por el bosque y a perseguir mis amores vagabundos debajo de las Sombras", dice, tal vez refiriéndose a los bosques de los alrededores de Madaura o quizá refiriéndose sólo a los refugios donde los amantes yacen. "Señor, cuan abominable fui ante tus ojos", dice en sus Confesiones. "[La lujuria] invadió confusamente mi interior, remolineando en mi juventud irreflexiva a lo largo de los precipicios del deseo, y así vagué todavía más lejos de ti, y tú me dejaste a mí mismo: el torrente de mis fornicaciones me arrojó, se engrosó, hirvió y me arrolló".
Pero el adulterio no fue su único pecado. Una vez, durante sus vacaciones, robó un peral. Él narra el acontecimiento con una extraordinaria profundidad psicológica. Deseó robar el árbol, y lo hizo, pero no fue impulsado ni por el hambre ni por la pobreza. De hecho, él no quería las peras; tenía mejores en su propio huerto.
Incluso después del robo no se alegró de aquello que había robado. "Pero yo me alegré", dice, "en el robo y en el pecado." Su conocimiento sobre el pecado aumentaría prodigiosamente en años posteriores.
El padre de Agustín murió cuando él tenía 16 años. Se hubiera visto obligado a convertirse en un obrero si un rumano, un distinguido ciudadano Tagaste, no hubiera acudido en su ayuda. El rumano era rico y era dado a arrebatos de generosidad, y fue tan respetado que, incluso en vida, fue erigida su estatua en el mercado. Agustín lo reverenció y recibió un estipendio. Él ya había demostrado talento en la literatura, y ahora el rumano lo había enviado a estudiar a Cartago.
Cartago era el lugar que había soñado, el puerto más grande del Mediterráneo occidental, un lugar de leyendas, dedicado a las diosas Astarté y Venus, una ciudad sutilmente resplandeciente entre los lagos y el mar, con su capitolio, su palatino y sus rebosantes colegios. "Cartago", Apuleyo escribió, "es la musa celestial de África, la inspiración del pueblo romano", y así era. Todas las razas se congregaban allí.
La ciudad era pagana. La diosa Tanit era adorada, disfrazada ahora bajo el nombre de Virgo Coelestis, la Virgen de los Cielos. Agustín asistía a las ceremonias realizadas para la diosa. "Nuestros ojos ansiosos," dijo, "descansaban en torno a la diosa y a las chicas, sus adoradoras".
Hablando en púnico, mezclándose entre la multitud, disfrutando de la vida con una amante, con su sangre aumentando a una temperatura de fiebre, la muerte de su padre y con su madre lejos, Agustín se abalanzó hacia las delicias de la ciudad.
Antes de marcharse de Tagaste para dirigirse a Cartago, su madre le había dado una advertencia solemne:
"Mi madre me mandó a no cometer fornicación, y especialmente a no profanar a cualquier mujer casada. Esto me pareció no mejor que los consejos de las mujeres, lo que para mí sería una vergüenza obedecer. ... Corrí desbocado con tal ceguera que me avergonzaba entre mis iguales de ser culpable de menos cinismo de lo que ellos tenían, a quienes había oído jactarse muchísimo sobre sus travesuras; sí, y tanto más presumiendo de cuánto más habían sido bestiales; y yo me complací en hacer eso, no solo por el placer del acto, sino también por la jactancia de ello".
Fiebre de la Mente
Sin embargo, sobre él vendría un cambio. Aunque la fiebre en la carne continuó, ahora había una fiebre en la mente. Él se enfocó en sus estudios, convirtiéndose en un excelente erudito del latín: pasó a estudiar retórica, matemáticas, música y filosofía. "Mi mente inquieta se encontraba enteramente decidida a buscar el aprendizaje", escribió.
Él hizo amigos fácilmente, y algunos como Alipio, Nebridio y Honorato se convirtieron en sus amigos de por vida. Él leyó el libro de Cicerón llamado Hortensio, del cual solo sobreviven fragmentos. También comenzó a considerar cómo debía pasar su vida: se le ocurrió que difícilmente la podría invertir en otra cosa mejor que en la adquisición de la sabiduría.
Pero, ¿qué era la sabiduría? Algunos estudiantes hablaban de Cristo, otros de Mani, el persa que había sufrido la crucifixión y que había presentado un sacramento de pan y fruta. Mani había afirmado la eterna coexistencia de dos reinos, uno de oscuridad y otro de luz. Se había librado la guerra eterna entre la luz y las tinieblas, entre el bien y el mal.
Mani proclamó que era un apóstol de Cristo quien, Mani argumentó, no nació, nunca se convirtió en hombre, y nunca murió. El maniqueísmo tenía mucho en común con el cristianismo gnóstico. Su creencia dualista, su odio establecido por el cristianismo, y su extrañamente convincente demonología hicieron que los cristianos lo aborrecieran.
Agustín más tarde confesó que fue debido a que los maniqueístas hablaban de la "verdad" el motivo por el cual fue seducido a creer; si hubieran usado alguna otra palabra, no hubiera caído tan fácilmente. Él había decidido que apreciaba más la verdad, y que podía escalar a través de la jerarquía de los maniqueístas, debido a que estaba dispuesto a ser ambicioso.
Habiendo ingresado a la secta, regresó a Tagaste, sólo para descubrir que Mónica, quien había crecido aún más fervientemente en su fe cristiana durante su ausencia, lo veía como un pecador caído muy alejado de la redención. Ella lo echó de la casa.
Agustín simplemente caminó hacia la casa del rumano, le explicó la situación, y le fue permitió quedarse en la villa del hombre rico como tutor de su hijo Licencio. Él seguía ganándose los elogios debido a sus discursos, se relacionó con la astrología, disfrutó de una vida agradable como hijo adoptivo de un hombre rico, adquirió el gusto por las cosas caras, y sabía perfectamente que en todo Tagaste nadie era tan brillante y tan prometedor como Agustín.
Después, la burbuja estalló. Su amigo más cercano, "aquel que era dulce conmigo por encima de toda la dulzura de esta vida", falleció. Lo que es peor, cuando su amigo enfermó de muerte, recibió el sacramento cristiano. Agustín estaba horrorizado. El muchacho había sido un Maniqueísta. Pasaron su tiempo libre juntos, discutieron todo juntos: ¿Por qué había cambiado su religión repentinamente?
Agustín nunca descubrió la respuesta a esa pregunta. "Decidí esperar hasta que recuperara su fuerza, entonces hablaría francamente con él." Pero, aunque su fuerza regresó por un tiempo, unos días más tarde, el muchacho murió.
Pánico Salvaje de Aflicción
Confrontado con la muerte, Agustín se sumergió en un pánico salvaje de aflicción. "Esta oscuridad cayó sobre mi corazón", escribió, "y a dónde quiera que miraba, sólo había muerte. Mi país se convirtió en una tortura y la casa de mi padre en melancolía pura. Ahora que él se había ido, todos los placeres que había compartido con él se habían convertido en una agonía espantosa. Mis ojos lo buscaban en todas partes y no lo hallaban. Odiaba todos los lugares de interés familiar porque él no estaba allí".
Esta tristeza allanó el camino para su conversión. Él continuó siendo maniqueísta durante un poco más, pero no podía evitar pensar en la muerte del niño. En el alma de Agustín continuó la larga lucha entre el maniqueísta y el cristiano.
Poco después de la muerte de su amigo, Agustín se puso a debatir con Fausto, el maniqueísta más entendido de África del Norte, y le empezaron a surgir dudas sobre la relevancia de la religión persa. ¿Era mala la sustancia? ¿Los maniqueístas prometían la resurrección de la carne?
Él estaba inquieto: no obtuvo respuestas satisfactorias a esas preguntas. Entonces ¿Dónde se hallaba la verdad? Mónica, quien lo había perdonado y ahora le había permitió vivir bajo su techo, le insistió en que la verdad estaba en Cristo.
Agustín pensó que la verdad probablemente moraba en alguna carrera legal de Roma: se convertiría en otro Cicerón. Decidió irse a Roma tan pronto como le fuera posible. Mónica se aferró a él y se negó a dejarle ir.
Él era adepto a los artificios, y cuando todo estaba preparado para el viaje, permitió que Mónica lo acompañara a la orilla del mar. Fingió que iría a ver a un amigo a uno de los barcos anclados del puerto y prometió volver por la mañana. Mónica pasó esa noche en una pequeña capilla consagrada en memoria de Cipriano, el protector de Cartago. Cuando despertó, su hijo había desaparecido.
Alejando Viejos Amores
En Roma, Agustín aún conservaba restos de su creencia en el maniqueísmo, una creencia que compartía con su viejo amigo de escuela Alipio, quien lo buscó y se mantuvo cerca de él durante los próximos años. Agustín enfermó, al parecer de una infección de malaria, y después de eso, el debate consigo mismo se volvió más implacable. ¿Dónde se hallaba la verdad? ¿En la belleza? ¿En Dios? ¿En la guerra entre las fuerzas de la luz y de las tinieblas? Había ocasiones en las que daba paso al nihilismo salvaje, y otras en las que coqueteaba con el neoplatonismo.
Todo el tiempo continuó sus estudios en retórica, hasta que se convirtió en el más brillante de los jóvenes litigantes de Roma. El prefecto romano era Símaco, quien tenía conexiones estrechas con el maniqueísmo. Cuando la Universidad de Milán solicitó un nuevo profesor de retórica a través del prefecto, Símaco propuso a Agustín.
Para el tiempo en que Agustín llegó a Milán, él estaba dispuesto a abandonar a los maniqueístas. Sus argumentos eran demasiado arbitrarios.
"Ellos dicen que el melón dorado proviene de la morada del tesoro Dios, pero que la grasa dorada del jamón y la yema del huevo son malos", escribió. "¿Por qué? Y ¿Por qué la blancura de lechuga les anuncia divinidad, mientras la blancura de la crema les proclama sólo maldad? ¿Y por qué ese horror de la carne? Porque, mira, el cerdo asado nos ofrece un color brillante, un olor agradable, un sabor apetitoso--señal segura, según ellos, de la presencia divina." El maniqueísmo estaba arraigado en el materialismo; tanto el espíritu de Agustín, como su ingenio, ya se estaban alejando.
Todos en Milán recurrían a Ambrosio y Agustín no tardó en acudir al obispo, quien ya practicaba el carácter de un santo. "Me recibió", escribió Agustín, "como un padre, y estaba lo suficientemente complacido con mi llegada de forma tan episcopal." A Ambrosio le rendían honor; Agustín evidentemente envidiaba el aura de dignidad que le rodeaba. Además, Ambrosio destacaba por su estilo en la predicación de sermones--otra razón para envidiarlo.
Milán era la capital imperial, la residencia del niño emperador Valentiniano II. En esta brillante corte, Agustín esperaban encontrar una prebenda. Sus ingresos ya lo habían vuelto completamente rico: podía permitirse pagar el pasaje de su amante cartaginesa y de su hijo, Adeodato. Era popular. Tenía una villa, y un gran número de amigos de Cartago que lo hacían sentir como en casa: su hermano Navigio, sus dos primos Rustico y Latidiano, Alipio, y algunos otros.
Pronto invitó a Mónica y ella decidió que había llegado el momento de que su hijo renunciara a su amante y tomara a una esposa de mayor estatus social. Él podía conservar al niño, pero la chica se tenía que ir. Por alguna razón Agustín aceptó. "Cuando se llevaron de mi lado a aquella con quien había dormido durante tanto tiempo, mi corazón se rasgó en el mismo lugar donde se había unido al suyo, y la herida sangraba".
Después le siguió el que pudo haber sido el período más doloroso de su vida. Mónica oraba, esperando contra toda esperanza que él modificara su manera de actuar, se hiciera cristiano, y se rindiera a la voluntad de Dios.
La crisis, tan largamente esperada y por la que se había estado orado, llegó en julio del año 386. Cuando comenzó a hablar sobre esa extrañeza que vino a él, no podía encontrar mejor descripción que decir que ésta poseía la cualidad de una luz constante y perfecta.
"En esos momentos", escribió, "Soy consciente de algo dentro de mí que juega frente a mi alma y es la luz bailando en frente de ella; si esto me llevara a la sensatez y a la perfección, sin duda sería la vida eterna".
Pero no hubo muchas veces en las que estuviera consciente de esa luz, y durante toda su vida por su propia cuenta, él fue plenamente consciente de ello en una sola ocasión--en un jardín, un caluroso día de verano.
"¿Por Qué No Ahora?".
Como lo narra Agustín, el día comenzaba lo suficientemente normal. Se alojaba en la villa con Alipio y su madre. Llegó un visitante, un funcionario de la casa imperial llamado Pontitiano, un africano y cristiano, que habían llegado de Treves.
Se sentaron a hablar, y de repente Pontitiano observó un libro tumbado sobre la mesa, una mesa que estaba demarcada por un juego de dominó. Pontitiano abrió el libro ociosamente y se sorprendió al descubrir que contenía las epístolas de Pablo. Encantado, habló de su propia conversión, de Antonio y los anacoretas de Egipto, después de los monasterios de Italia, y especialmente del monasterio a las afueras de las murallas de Milán, donde a veces oficiaba Ambrosio.
Pontitiano elogió la vida ascética y contó la historia de dos de sus amigos, quienes al leer sobre la vida de Antonio, decidieron unirse a un monasterio. Algunos días más tarde, las mujeres con quienes estaban comprometidos, también se habían vuelto cristianas y se habían consagrado a la virginidad.
Agustín estaba más motivado de lo que jamás había estado en su vida--especialmente por la idea de novias jóvenes comprometidas a la castidad. Al él le pareció que finalmente estaba obligado a confrontarse a sí mismo, viéndose en falta, desviado, y contaminado con el hábito de la lujuria, y ahora había que poner fin a ello.
Cuando Pontitiano se hubo ido, Agustín volteó hacia Alipio. "¿Cuál es el problema con nosotros?", exclamó. "Sí, ¿Cuál es? ¿No escuchaste? Los hombres simples toman el cielo por ímpetu, pero nosotros, desalmados y entendidos, ¡vemos cómo nos revolcamos en la carne y la sangre! ¿Nos avergonzamos de seguir porque otros han ido antes, y no nos da vergüenza ni siquiera seguir?".
Su mente estaba encendida. Alipio apenas pudo reconocerlo, por lo cambiada que estaba la expresión de su rostro, y cuando Agustín se marchó de la casa, Alipio lo siguió muy de cerca, quizás por miedo de que se hiciera daño a sí mismo.
Descansando en el jardín, Agustín se confrontó nuevamente con el problema del deseo. Las viejas tentaciones regresaron, más astutas que nunca, hasta que no pudo soportar más la presencia de Alipio y se marchó a llorar al jardín, hallando soledad debajo de una higuera remota. Allí él balbuceó como un niño; "¿Cuánto tiempo, cuánto tiempo? ¿Mañana, y mañana? ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no debería haber fin para mi inmundicia ahora?".
Casi esperaba oír a Dios llamándolo desde las nubes, pero oyó una voz que provenía de un niño desconocido, gritando: "tolle, lege" ("Toma y lee"). Para Agustín las palabras vinieron como una visitación angelical.
Habiendo dejado de llorar, se levantó y corrió hacia el lugar donde estaba sentado Alipio con las epístolas de Pablo junto a él. Agustín abrió el libro, y sus ojos se tropezaron con el versículo de la Epístola a los Romanos donde Pablo mandaba que los siervos de Cristo debían renunciar a todos los placeres voluptuosos: "Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne" (13:13-14).
Él puso el dedo en la página, calmado por fin, y con Alipio junto a él, entró a la casa para contarle la historia a Mónica. Ella estaba muy contenta, radiante de júbilo, porque el sueño sobre su hijo convertido finalmente se había hecho realidad.
Una Visión de Brillo Momentáneo
Aunque Agustín finalmente se convirtió y nunca más perdió su fe en Dios, las tentaciones permanecieron. Él había amado "la belleza del cuerpo perecedero, el brillo de la luz, la suave melodía de canciones, el delicioso aroma de las flores y las extremidades creadas para abrazar a la carne." Su sangre caliente no se aquietó por la conversión: al igual que muchos otros, tendría que esperar hasta que fuera viejo antes de que el demonio carnal fuera silenciado.
Él era el menos tranquilo de los santos, el más impetuoso, y aun después de su conversión, era capaz de hablar sobre la duda como si entendiera el asunto lo suficientemente bien. Sin embargo, fue afirmado por una visión en el jardín sobre un brillo momentáneo, una visión que nunca pudo explicar. Todo lo que pudo decir es que "era como si la luz de la salvación hubiera sido derramada en mi corazón".
Epístolas Que Abren los Ojos
No es casualidad que Agustín estuviera leyendo las cartas de Pablo el día de su conversión. Él había estudiado por primera vez a Pablo con los maniqueístas, quienes consideraban al apóstol (al menos en los extractos de sus escritos) un excelente profeta de Mani. Agustín escuchó por primera vez una interpretación cristiana de Ambrosio, quien predicó sobre Pablo mientras Agustín asistía a su iglesia. Agustín se sumergía realmente en las palabras de Pablo cuando juzgaba las afirmaciones de los Neoplatonists; él desechó sus nociones porque las verdades sobre el amor y la gracia de Dios vinieron a mí en casa cuando leí al menor de sus apóstoles. Más tarde, la influencia de Pablo dominó gran parte de la teología de Agustín, en particular sus escritos sobre la ley, el pecado original, la voluntad humana, la salvación y la escatología.
Derechos de autor 1951 Sheila Lalwani Payne. Derechos de autor renovados 1979 Sheila Lalwani Payne.
EL OBISPO EN ACCION por Bruce L. Shelley
Agustín no se veía a sí mismo como un santo, sino como un pastor que tenía un trabajo que hacer.
EN EL DÉCIMO LIBRO de sus Confesiones, Agustín nos dice que su vida como obispo fue una vida de pecado, y se arrepiente de todos los pecados de su ministerio—de todo el rencor y el conflicto, de todos los fracasos en el amor y la paz.
Un ejemplo notable de los errores ministeriales de Agustín ocurrió en el año 423 cuando estaba llegando a la edad de 70 años. Cuando Antonio, un pastor que había ordenado, resultó ser un sinvergüenza destructivo, Agustín ofreció retirarse.
Confesó, "En mi apresuramiento y falta de la debida precaución, he causado una tragedia".
El Papa, por supuesto, rechazó la dimisión del obispo. Pero Agustín, teniendo una gran visión de la iglesia y una escasa visión de la naturaleza humana, nunca se consideró a sí mismo irreprochable. Él no fue un santo en su día, sino un pastor de trabajo, comprometido con el cuidado de su congregación, administrando justicia, y comunicando la verdad de Dios.
Deberes Pastorales
Aunque San Agustín tenía muchas obligaciones administrativas como obispo, su primer deber era servir a Dios y a la comunidad cristiana de Hipona. Él bautizó, catequizó, y le impartió los sacramentos a su pueblo. "Tus siervos, mis hermanos", dijo, "Tus hijos, mis maestros".
San Agustín había sido un monje antes de ser obispo, y continuó su estilo de vida monástica con modificaciones significativas, tales como vivir en la casa del obispo en lugar del monasterio. Se esperaba que un hombre en su posición mostrara hospitalidad, y los huéspedes frecuentes destrozarían el silencio de una comunidad monástica.
En el cuarto siglo, un obispo cristiano era una figura importante en el mundo romano. A causa de esto, Agustín estaba particularmente preocupado por la imagen que mostraban él y sus colegas clérigos. Muchos críticos se abalanzaban sobre las fallas percibidas, que Agustín una vez citó las palabras del salmista, " Hablaban contra mí los que se sentaban a la puerta, y me zaherían en sus canciones los bebedores".
Él visitaba regularmente a aquellos que necesitaban ayuda. Pero se adhirió al consejo bíblico de visitar sólo a las viudas y a los huérfanos en sus aflicciones. Él adoptó esto como una norma destinada a evitar las acusaciones acerca de que solo se preocupaba por los ricos (a diferencia de los Clérigos de los que Jerónimo se burlaba por lisonjearse con los ancianos acaudalados, "atrapan su saliva en sus manos cuando tosen"). También rechazó todas las invitaciones a las fiestas de su diócesis.
Extremadamente frugal en su vida personal, vestía un manto generalmente usado por laicos, y protestaba cuando personas bienintencionadas le enviaban regalos de ropa costosa.
Años más tarde, comentó "Una túnica costosa me avergonzaría: no sería adecuada para mi profesión, ni para mis principios, y se vería rara en estas viejas extremidades, con mis cabellos blancos".
Aunque disciplinado, Agustín no fue esclavo de sus propias normas. En una ocasión, una virgen consagrada llamada Sapida le envió una túnica hecha con sus propias manos. La prenda fue diseñada originalmente para su hermano Timoteo, pero murió antes de recibir el regalo de su hermana. Así que Sapida le regaló la túnica a Agustín, diciéndole que sería un gran consuelo para ella si él la aceptaba.
En su nota de agradecimiento (en la que mencionó que llevaba la túnica), Agustín le recordó que su hermano, a quien le había hecho un vestido terrenal, ahora estaba vestido con una túnica incorruptible de inmortalidad.
El Pastor Juez
Cuando el Imperio Romano se cristianizó, a los líderes de la iglesia se les asignaron mayores responsabilidades cívicas. Por la época de san Agustín, el derecho romano facultaba al obispo de una ciudad cristiana a imponer un acuerdo, mediante el arbitraje, entre las partes.
Este ministerio de dictar sentencia estaba arraigado en la era apostólica, concretamente en el requerimiento de Pablo acerca de que los cristianos no debían tomar acción legal en contra de otros creyentes en un tribunal de incrédulos (1 Cor. 6:1-6). El deber de un obispo de dictar sentencia, entonces, se trataba de percibir la necesidad del momento y moverse rápidamente para imponer una solución firme y clara, basada en principios cristianos.
La reputación imparcial de Agustín atrajo a muchos litigantes paganos, herejes y cristianos. En una ocasión, él se abstendría de todos sus alimentos con el fin de resolver los casos que se le presentaron ese día.
Algunas situaciones volcaron los principios de justicia y misericordia unos contra otros. En el año 408, en Calama, donde Posidio, el amigo de Agustín era obispo, los paganos locales armaron dos motines. Asaltaron las moradas del diácono, mataron a un monje en la calle, y fueron en busca de Posidio, quien escuchó desde su escondite, "¿Dónde está el obispo? ¡Si no lo atrapamos, habremos desperdiciado nuestro tiempo!".
Los oficiales de paz no hicieron nada para detener la violencia y los saqueos. Pero cuando los rebeldes volvieron en sí, se dieron cuenta de la gravedad de sus actos. Así que cuando Agustín llegó a Calama un poco después para visitar Posidio, un grupo se le acercó y le rogaron que intercediera por ellos.
Nectario, un pagano respetable en el grupo, le escribió a Agustín, instándole a que utilizara su influencia para que las sanciones extremas (tortura y ejecución) pudieran ser evitadas. Nectario admitió que los manifestantes debían ser castigados, pero no le correspondía a un obispo, sostuvo, buscar nada más que el bienestar de las personas y obtener el perdón del Dios omnipotente por los delitos de otros.
Agustín respondió que, aunque él no tenía ningún deseo de ver a alguien siendo torturado o ejecutado, quería ver que se practicara la justicia. También, a medida que actos de terrorismo similares (perpetrados por paganos y herejes) aumentaron en todo el imperio, él confiaba que el caso de Calama pudiera servir como ejemplo para otros manifestantes.
Después de ocho meses de inactividad, el gobierno les impuso fuertes penas a los paganos, aunque no la pena de muerte.
Nectario apeló nuevamente a Agustín, pidiéndole un indulto general porque "como los estoicos tenían la costumbre de decir, todos los pecados son igualmente grandes", y nadie merecía especial censura. Esto no haría que Agustín cambiara de opinión, por lo que se apartó del asunto.
Comunicador Bidireccional
Con su formación en retórica, Agustín no estaba totalmente fuera de lugar en un tribunal de justicia. Pero él se sentía más a gusto en el púlpito.
Su relación con la congregación era notable. Su estilo conversacional estaba enlazado con preguntas lanzadas a sus oyentes, y frecuentemente provocaba aplausos o alguna respuesta vocal de ellos. La sensibilidad prevalecía sobre la estructura clásica: Agustín, quien siempre utilizaba "nosotros" a la hora de abordar a sus oyentes, dijo, "es mejor que nosotros seamos entendibles para ustedes, a que seamos artistas en el discurso y seamos mal entendidos".
A pesar de que muchos de los sermones de San Agustín fueron preservados, fueron transcritos a partir de sus palabras, no escritos de antemano. Hablaba de anotaciones ásperas en su mayoría, y a veces ni siquiera de aquellas; si el lector accidentalmente leía la Escritura incorrecta, Agustín era conocido por ignorar su mensaje preparado y en su lugar hablar ex tempore.
"En estas circunstancias prefiero conformarme con el error del lector y con la voluntad de Dios en lugar de proseguir con el mío", dijo.
Él siempre buscaba en su audiencia pruebas tangibles del poder de la Palabra viva. Él sabía que había tocado los corazones cuando veía lágrimas. Si parecía aburrido, podía cambiar rápidamente de temas o dejar de hablar por completo.
El Predicador Probado
La predicación más desafiante de Agustín se presentó durante la caída de Roma, a medida que el temor y la desesperación descendieron sobre el pueblo de Hipona.
Cuando la noticia irrumpió, Agustín de 56 años se encontraba siguiendo las órdenes del doctor y convaleciendo en una finca. Su primera respuesta fue escribir a Hipona, e instar a los demás ministros y al pueblo a no perder su tiempo luchando, sino a brindar asistencia al flujo constante de refugiados.
Los africanos del norte les daban la bienvenida a refugiados raídos que descendían de los barcos y los oían hablar de los horrores de la invasión, de los palacios quemados, de los amplios jardines en ruinas, de hombres ricos siendo cazados como bestias salvajes. Los romanos que vivían en el norte de África, pronto se unieron al coro de Roma: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
En respuesta Agustín predicaba que el Señor Dios no se había olvidado de su pueblo. Lejos de eso. De hecho, había tenido influencia en la catástrofe de Roma, como el Gran Probador de la fe.
El mundo romano, él explicó, era como un horno en que Dios ardía como un fuego que consumía la paja mientras enriquecía y purificaba el oro. Agustín incluso se atrevió a atacar las quejas extendidas contra Dios debido a los problemas que habían experimentado.
"¿Fue el propósito de las memoriae de los Apóstoles salvaguardar sus teatros idiotas?", preguntó. "¿Pedro murió y su cuerpo fue enterrado en Roma para que ninguna de las piedras de sus teatros fuera desplazadas?".
La gente se resistía a sus palabras. Algunos le dijeron que se apartara "del tema de Roma".
Enseguida, sus mensajes se tornaron un poco a la defensiva. "Ventilen su ira contra mí, si quieren," dijo. "Por más profundamente que seamos afectados, no los maldeciremos, y si somos calumniados por ustedes, nosotros solo oraremos más por ustedes".
Para darle sentido al sufrimiento en escala que había tomado completamente por sorpresa a su congregación, la gran África del Norte se convirtió en una imagen local familiar: el lagar.
Durante todo el verano, los olivos colgaban en las ramas que se agitaban por la brisa. Luego al final del año, serían golpeadas y aplastadas en las prensas de aceite. Por lo tanto, Agustín predicó, "Ahora es el final del año. Ahora es el momento de ser presionados".
Pero él vio más que destrucción en los eventos del año 410. Él sabía que esa presión era un proceso que apuntaba a resultados positivos. A través de él, el buen aceite era liberado para correr en las tinas. El mundo se tambaleaba bajo golpes aplastantes, el predicó, la carne es presionada, y el espíritu se convierte en un aceite claro y fluido.
Agustín había sentido esa presión purificadora en su propia vida, y él extendió su labor en su congregación. Pero el deber del pastor no era simplemente reducir la presión, se trataba de un papel enormemente complejo.
El describió de esta manera el trabajo de un pastor: "Los perturbadores son censurados, los de bajo ánimo son alentados, los no firmes son afirmados, los opositores son rebatidos, los traidores evitados, los trabajadores no calificados enseñados, los perezosos activados, los contenciosos restringidos, los altivos reprimidos, los litigantes pacificados, los pobres aliviados, los oprimidos liberados, los buenos aprobados, los malvados responsabilizados, y todos son amados".
Bruce L. Shelley es catedrático de Historia de la iglesia en el Seminario de
Denver y autor de Historia de la Iglesia en Lenguaje Sencillo (Word).
PALABRAS COMBATIVAS
Por Roger E. Olson
Forjados en el fragor de la batalla teológica, las cinco enseñanzas más distintivas de Agustín siguen siendo controvertidas.
A PESAR DE LA LARGA y dominante visión de Agustín durante más de 1,500 años en la historia de la iglesia occidental, sus ideas centrales no han sido universalmente aceptadas o interpretadas de manera uniforme. La ortodoxa oriental consideró algunas de las ideas clave de Agustín como perniciosos, si no heréticas. Los anabaptistas han rechazado la mayor parte de su teología, mientras que los protestantes en general reafirman enseñanzas seleccionadas e ignoran otras.
No obstante, Agustín es ampliamente considerado el filósofo y teólogo más influyente de la iglesia. Sus cinco ideas centrales fueron forjadas en el calor del conflicto teológico, y siguen siendo consideradas polémicas en la actualidad:
1. La naturaleza y el origen del mal.
2. La naturaleza de la iglesia y de sus sacramentos.
3. El pecado original.
4. La relación de la gracia y el libre albedrío.
5. La predestinación.
Agustín refinó cada una de estas doctrinas a medida que luchaba contra lo que él consideraba herejías, o al menos falsas visiones del mundo: un "culto" dualista conocido como el maniqueísmo, una secta cristiana del norte de África, conocida como el donatismo, y las creencias de un monje británico llamado Pelagio y sus seguidores. Las enseñanzas distintivas de Agustín esencialmente son las respuestas a estos enemigos teológicos.
Cosas Malas
Uno de los problemas teológicos más apremiantes en los tiempos de Agustín recaía en cómo justificar la creencia en un Creador omnipotente y perfectamente bueno cuando el pecado y el mal obviamente se encontraban profundamente entretejidos en los seres creados.
El maniqueísmo enseñaba que dos seres eternos controlaban el universo, uno de ellos bueno y el otro malo. Incluso si la deidad buena es superior, sostenían, por el momento no puede vencer o controlar al maligno. Los maniqueístas también enseñaban que el mal está intrínsecamente relacionado con la materia y que sólo el espíritu es bueno. Así, la deidad buena había creado espíritus, pero no materia.
Contra este doble dualismo (reminiscente del Zoroastrismo y del Gnosticismo), Agustín desarrolló una idea que creyó que era coherente con la revelación bíblica y lo mejor de la filosofía: el mal no es una "cosa" o "sustancia", sino sólo la privación del bien (privatio boni). Éste es a la bondad lo que la oscuridad es a la luz.
El origen del mal, entonces, no es creación de Dios (¿Cómo Dios podría crear "algo no existente"?), sino el mal uso del libre albedrío humano. Según Agustín, el mal "no es otra cosa que la corrupción, ya sea de la medida, o la forma, o del orden que pertenece a la naturaleza." En otra parte Agustín escribió, "Lo único malo es una maldad".
La inmensa mayoría de los pensadores cristianos posteriores dependerían de la "teodicea" (defensa de Dios) de Agustín para reconciliar la realidad del mal con la bondad de Dios. Sin embargo, algunos cristianos han encontrado insatisfactorio el concepto de Agustín sobre mal para ofrecer una explicación de la potencia y del tipo de mal que experimentamos. No obstante, la respuesta de Agustín ante el dualismo fue mayormente triunfante sobre el maniqueísmo.
La Iglesia como Bolsa Mixta
Agustín también luchó contra los donatistas, especialmente contra su teología perfeccionista sobre la iglesia.
Los donatistas creían que la gracia de Dios sólo se hallaba en una iglesia sin mácula, y debido a que ellos limitaban la asistencia a quienes ellos creían que eran verdaderos santos, creían que existía un monopolio para la gracia. Por lo tanto, consideraron que sólo eran válidos su bautismo y la Cena del Señor.
Agustín, sin embargo, alegaba que la iglesia es tanto universal (no está limitada a una determinada rama) como mixta (algunos miembros son salvos y otros no). Sólo Dios puede saber definitivamente quienes de estas personas bautizadas han sido verdaderamente regeneradas. Agustín acusó a los donatistas de un pecado peor que condonar la impureza: dividir a la iglesia.
Agustín y los donatistas también difieren sobre las cualidades de los sacerdotes. Los sacerdotes donatistas tenían que ser moralmente puros; específicamente no debían haber cometido ningún error durante la persecución romana. Agustín, al igual que su predecesor del norte de África, Cipriano de Cartago, basó la autoridad sacerdotal no en un comportamiento irreprochable, sino en el criterio de la sucesión apostólica--los discípulos de Jesús impusieron sus manos sobre la próxima generación de líderes, quienes a su vez impusieron sus manos en la siguiente, y así sucesivamente.
Agustín sostenía que la gracia salvífica de Dios era transmitida ex opere operato, es decir, de Cristo mismo mediante sus sacerdotes, independientemente de su carácter o sus creencias. Si el destinatario del sacramento no se resistía a la gracia, y si el sacerdote que realizaba el sacramento estaba correctamente ordenado y se hallaba en buenos términos con la iglesia católica, la gracia era transmitida. El sacerdote es meramente la mano extendida de Cristo en el sacramento.
"Lo que estos [sacerdotes] administran," escribió un erudito agustino, "es el bautismo de Cristo, cuya santidad no puede ser corrompida por ministros indignos, como tampoco la luz del sol se corrompe al resplandecer a través de una alcantarilla".
Las ideas de Agustín se convirtieron en los baluartes de la iglesia católica contra todas las formas de la reforma sectaria y cismática. Incluso los "reformadores" magisteriales (Lutero, Zwinglio, Calvino, Cranmer) aceptaron la mayoría de las respuestas de Agustín hacia el donatismo, aunque todos ellos rechazaron el ex opere operato, argumentando que los destinatarios de la Eucaristía debían tener fe en la gracia para que fuera eficaz. Los anabaptistas, por otro lado, rechazaron esas ideas y repitieron la insistencia del donatismo sobre una iglesia pura, o al menos regenerada.
Sobre el Cautiverio Humano
Las nociones de Agustín sobre el pecado original, la gracia, el libre albedrío y la predestinación se encuentran inseparablemente unidas y estaban conformadas por sus debates con los pelagianos.
Agustín creía que la humanidad sufre de pecado original, lo que significa que, a partir de la caída de Adán, somos depravados--incapaces de hacer el bien sin ayuda sobrenatural. Los mandamientos de Dios para hacer el bien fueron dados, Agustín concluye, simplemente para señalar nuestra incapacidad y llevarnos a la misericordia de Dios.
Pelagio, sin embargo, creía que si Dios nos mandaba a vivir en el bien e incluso con vidas moralmente perfectas, él debía darnos la posibilidad de obedecer sin ninguna ayuda sobrenatural especial. De esta manera los pelagianos negaban que existiera algún "pecado original" o "depravación." En lugar de ser "depravados", el único inconveniente que tenemos actualmente, es que, al vivir en un mundo pecaminoso, somos más propensos a desarrollar hábitos pecaminosos. El pecado es una enfermedad social, no una herencia espiritual--defecto genético.
Así pues, concluyó Pelagio, somos capaces de vivir vidas sin pecado simplemente al ejercer nuestras voluntades para el bien. "Un hombre puede permanecer sin pecado y obedecer los mandamientos de Dios, si quiere", escribió, "porque esta habilidad le ha sido dada de parte de Dios".
Agustín estaba más indignado a causa de Pelagio que de cualquier otro rival, y en respuesta, afirmó incluso con más fuerza que nacemos condenados por el pecado de Adán y que somos incapaces de no pecar.
"El libre albedrío de un hombre", escribió en contra de Pelagio, "no sirve para para nada excepto para el pecado." Sólo la fuerza sobrenatural de la gracia de Dios, impartida por el bautismo, puede sanar la herida mortal del pecado sobre el alma humana. (De ahí la necesidad del bautismo de infantes--para sanar esa herida de inmediato).
Además, sólo el poder de la gracia de Dios podía restablecer en cierta medida el libre albedrío extraviado durante la caída de la raza de Adán. La gracia no puede ser recibida por un acto de voluntad humana o incluso cooperar con ella (sinergismo)--debe ser dada como un regalo.
"El Espíritu de gracia, por lo tanto, nos hace tener fe", escribió, "a fin de que mediante la fe podamos, al orar sobre ella, obtener la capacidad de hacer lo que se nos ordena".
Los Pocos Elegidos
¿Por qué sólo algunos reciben este don de fe? En Sobre la Predestinación de los Santos, escrita no mucho antes de morir, Agustín concluye que Dios simplemente elige a algunas personas de la multitud de la humanidad caída para salvarlos y deja que otros reciban su merecida condena. La razón por la cual algunos son tan agraciados y otros son pasados por alto radica solamente en "las determinaciones ocultas de Dios".
Las líneas fundamentales de lo que más tarde llegó a ser conocido como el "calvinismo" se encuentran en los posteriores escritos anti pelagianos de Agustín. La iglesia católica se apropió de algunas de esas ideas, tales como la culpa heredada (aunque no la depravación total) y la absoluta necesidad de la gracia sobrenatural por obras meritorias de justicia. Sin embargo, la teología católica por lo general pasó por alto la doctrina de la predestinación de Agustín en favor de un énfasis en la cooperación humana con la gracia después del bautismo.
Wycliffe, Lutero, Calvino y otros reformadores reafirmaron la doctrina de la predestinación de Agustín, la depravación heredada y la soberanía de la gracia--aunque los anabaptistas y otros reformadores radicales rechazaron la misma (pero sin afirmar el pelagianismo).
La mayoría de los teólogos definen sus posiciones en relación a las doctrinas de Agustín. Casi todos ellos pueden apelar a algo del gran padre de la iglesia del norte de África, y casi todos ellos omiten algunos aspectos de su enseñanza en favor de otros. Pero nadie puede hacer caso omiso de ellos. Las enseñanzas de Agustín sobre estos y otros temas polémicos han determinado gran parte de la agenda de la teología cristiana a lo largo de un milenio y medio.
Roger E. Olson es profesor de teología en el Seminario Teológico, Truett, Universidad de Baylor, en Waco, Texas. Él es autor de La Historia de la Teología Cristiana: Veinte Siglos de Tradición y Reforma (InterVarsity, 1999).
Influenciando a los Influenciadores
Martín Lutero se refiere a Agustín con mayor frecuencia que a cualquier otro teólogo, haciendo eco, por ejemplo, en su visión sombría de la voluntad humana: "Donde la razón está equivocada y la voluntad se ha apartado, ¿Qué de bueno puede tratar o realizar el hombre?" Pero Lutero sentía que se había apartado de Agustín en cuanto al asunto de la justificación: "Al principio devoraba a Agustín, pero cuando la puerta hacia Pablo se abrió y supe lo que era realmente la justificación por fe, entonces me quedé con él".
Tomás de Aquino citó a Agustín al defender sus opiniones sobre el pecado original y el bautismo infantil: "De acuerdo a la Fe Católica, estamos obligados a asegurar que el primer pecado del primer hombre se transmitió a sus descendientes, a modo de origen. Por esta razón, los niños son llevados a ser bautizados poco después de su nacimiento, para demostrar que ellos tienen que ser lavados de alguna inmundicia. Lo contrario es parte de la herejía Pelagiana, como se desprende de Agustín en muchos de sus libros".
Juan Calvino, cuando fue acusado de innovador por la Iglesia Católica Romana, sostuvo que más bien estaba rememorando a Agustín: "Agustín es tan completamente de nuestra convicción, que si debo formular por escrito la profesión, sería más que suficiente presentar una composición formada completamente por extractos de sus escritos".
Cuando el reformador inglés Thomas Cranmer le encomendó un retrato de sí mismo a Gerlach Flicke, él tenía una copia de Fide et Operibus ("Sobre la fe y las Obras") de Agustín pintada sobre la mesa delante de él. En su copia personal del libro, Cranmer había subrayado la frase "una buena vida es inseparable de la fe".
El líder anabaptista Menno Simons discrepaba con Agustín en muchas cosas, incluyendo el liderazgo de la iglesia, la naturaleza de la comunidad cristiana y el bautismo infantil. De hecho, él rechazó cualquier influencia cuando escribió que, si San Agustín y otros padres de la iglesia pudieran apoyar su enseñanza "con la Palabra y el mandamiento de Dios, admitiríamos que tienen razón. Si no, entonces es una doctrina de hombres y son anatema, de acuerdo las Escrituras".