Peregrinación Sangrienta: La Primera Cruzada

Por Mark Galli

A medida que los cruzados atacaban a Jerusalén, los santos y los salvajes se unieron. Cuando oyó que los ejércitos cristianos se estaban acercando, Iftikhar ad-Dawla, gobernador musulmán en Jerusalén, preparó la ciudad para el asedio. Él destruyó los pozos fuera de las murallas, vertiendo veneno en algunos y echando tierra en otros. Condujo a las manadas y a los rebaños hacia la periferia de la ciudad, y luego condujo a los habitantes cristianos, que superaban en número a los musulmanes de la ciudad, a los desiertos de Judea. Reforzó las torres con sacos de algodón y heno para absorber el impacto de los bombardeos de las catapultas francesas. Después les envió un mensaje a sus compañeros Fatimitas (una rama del islam) en Egipto, implorando que le enviaran apoyo armado.

Mientras tanto, a lo largo del camino costero del Líbano contemporáneo, los ejércitos cristianos avanzaron--con banderas llenas de color ondeando en el viento, reliquias cuidadosamente sufragadas, peregrinos caminando detrás, a veces cantando, a veces gritando, como un monasterio durante el mes de marzo. A medida que se abrían paso durante la primavera de 1099, encontraban sólo una ligera resistencia de las ciudades y fortalezas musulmanas, al menos en comparación con el sitio prolongado y los combates encarnizados que habían visto en Antioquía. En Jaffa, se dirigieron tierra adentro y comenzaron con el lento ascenso hacia Jerusalén.

El 5 de junio, el ánimo de los cristianos se vio estimulado por un eclipse lunar--un presagio de victoria. Al día siguiente, un ejército se dirigió a Belén y la conquistó en el corto plazo. En la noche del 7 de junio, el ejército principal acampó, finalmente, a la vista de los masivos muros de piedra de la Ciudad Santa.

Así comenzó un asedio de cinco semanas, que culminaría en una feroz batalla de tres días, que a su vez concluiría casi cuatro años de oración, valentía, salvajismo y fe que ahora llamamos la Primera Cruzada.


Tomando la Cruz

Todo comenzó en una reunión de burócratas de la iglesia. El papa Urbano II había reunido a los líderes en Clermont, en el sureste de Francia, en noviembre de 1095. Después de nueve días de sesiones entre clérigos, él invitó al público a un discurso. En campo abierto, Urbano exhortó a los hombres de Francia a defender a sus compatriotas cristianos griegos, quienes habían sido invadidos por los turcos. Además, exhortó a liberar Jerusalén de los infieles musulmanes, especialmente a la Iglesia del Santo Sepulcro.

Cuando Urbano terminó, se oyó un gran grito entre la multitud: "¡Es la voluntad de Dios! ¡Es la voluntad de Dios! " Los voluntarios inmediatamente se le acercaron y se arrodillaron delante de él. Para sorpresa de urbano, la imaginación cristiana había sido tomada. En los próximos meses, a medida que él y otros predicaron su mensaje a lo largo de Francia y Alemania, los duques y los condes, los caballeros y los soldados de a pie, los obispos y los sacerdotes, y los pobres y los simples peregrinos "tomaron la cruz, " cosiendo literalmente el emblema en sus camisetas como señal de su promesa por hacer la peregrinación hacia Jerusalén.

Sería una caminata peligrosa de 2,000 millas, y la mayoría no tenía ni idea de lo que les esperaba más adelante. Sin embargo, sabían lo que dejaban atrás. Un cronista escribió sobre un hombre que dejaba a su esposa, "Él la encomendó al Señor, la besó lentamente y le prometió que regresaría mientras ella lloraba." Pero aún con sus familias o sin ellas, o con regocijo o aflicción, miles se aventuraron a salir.

Ellos fueron porque temían a los musulmanes, devotos violentos y agresivos de una religión pagana. Aún arraigados al sur de España, los musulmanes también habían devorado recientemente grandes porciones de tierra en Asia Menor y ahora contaban con una forma fácil para marchar desde Constantinopla, la capital del Cristianismo (Oriental) Bizantino.

Ellos fueron porque estaban indignados. Durante 400 años, los musulmanes habían controlado el sitio más sagrado de la Tierra Santa. Aunque a los peregrinos cristianos generalmente se les permitía visitar lugares, su Señor Jesucristo en realidad no era Señor de su mansión, Jerusalén. Peor aún, no era el Señor de la iglesia más sagrada del cristianismo, la Iglesia del Santo Sepulcro, construida sobre el lugar donde Cristo había sido sepultado y resucitado, la escena del milagro más grande de la historia.

Ellos fueron porque estaban hambrientos de perdón. Los votos y las peregrinaciones a la Tierra Santa--para ponerse en contacto con la historia sagrada y para recibir la remisión parcial de los pecados--se habían vuelto cada vez más popular. Ahora el Papa había anunciado una peregrinación de extraordinaria importancia. No sólo Jerusalén y la iglesia del Santo Sepulcro serían librados de los infieles profanos, "La remisión de los pecados sería otorgada a aquellos que fueran." ¡Todos los pecados pasados sería perdonados!

Y de esta manera ellos partieron--hombres, mujeres, niños--algunos por el deseo al dinero y a la aventura, algunos para luchar contra alguien distinto a sus compañeros Caballeros cristianos, la mayoría porque sentían que algo más grande los llamaba. Algunos iban a caballo, otros a pie, otros con malla y armamento, otros en harapos.

De camino a Jerusalén, la banda había padecido hambre, habían saqueado, habían asesinado y habían sido asesinados. Habían visto victorias estratégicas en Nicea, Antioquía y en ciudades menores. Ahora quedaba un objetivo: la Ciudad Santa y, en su interior, la Iglesia del Santo Sepulcro.


La Profecía del Ermitaño

El domingo 12 de junio, los príncipes de los ejércitos cruzados que rodeaban a Jerusalén hicieron una peregrinación al monte de los Olivos. Allí conocieron a un anciano ermitaño. Para su sorpresa, el los animó: "Si atacan la ciudad mañana, el Señor la entregará en sus manos".

Los príncipes se resistieron. Jerusalén era una de las grandes fortalezas del mundo medieval. Las paredes habían sido reforzadas y preparadas desde que el emperador romano Adriano las había reconstruido. El muro oriental miraba de frente a las laderas empinadas del Valle Kidron. Hacia el sureste, el terreno caía hacia el valle de Hinnom (La Gehena de la Biblia). Un tercer valle empinado corría a lo largo del muro occidental. Además, los príncipes carecían de escaleras para escalar, de manganas (catapultas) y de torres de asedio.

Los príncipes protestaron, "no tenemos la maquinaria necesaria para asaltar las murallas," pero el ermitaño insistió.

"Dios es todo poderoso," declaró. "Si es su voluntad, él asaltará las paredes incluso con una sola escalera. ¡El Señor ayuda a aquellos que trabajan por la verdad!".

Estos soldados no podían hacer caso omiso de tal argumento. Desde su victoria en Nicea a principios de la campaña, habían presenciado signos celestiales. A principios de octubre de 1097, vieron un cometa con una cola en forma de espada. El 30 de diciembre, durante el asedio de Antioquía, un terremoto los sacudió, los cielos brillaron de rojo, y los cruzados descubrieron una gran luz en forma de cruz. Justo a las afueras de Jerusalén, ellos habían visto un eclipse lunar. Todas esas cosas, creyeron, mostraban una segura aprobación divina.

También habían experimentado lo sobrenatural. Muchos soldados habían tenido una visión de San Jorge y de San Demetrio, con rostros valientes y armaduras brillantes, dirigiendo sus ejércitos en la batalla de Dorilea. En Antioquía, algunos habían visto un ejército de ángeles, de santos y de cruzados muertos dirigiendo la lucha, portando banderas blancas y montando caballos blancos.

Si bien, estos hombres eran soldados aguerridos; ellos no creían cada visión que se rumoraba. Sabían que Dios generalmente le daba la victoria al ejército con mayor disciplina, con mejores planes, y con más hombres. Las masas rebeldes encabezadas por Pedro el Ermitaño, en una ola preliminar y breve de la Primera Cruzada, fueron peregrinos llenos de fe. Pero no eran soldados, y habrían sido sacrificados fuera de Nicea por los Sarracenos (el término los cruzados para los musulmanes). Estos príncipes habrían pasado a través de aquel paso de montaña siete meses más tarde desfilando entre los cráneos y los huesos blanqueados de sus compañeros peregrinos.

Aun así, sólo tenía sentido que con el premio dorado de la aventura que había delante de ellos, Dios obraría un gran milagro. Los príncipes dejaron al ermitaño, regresaron a sus campamentos, y ordenaron a sus soldados preparar un ataque.


Escaleras Insuficientes

Los ejércitos cristianos habían acampado estratégicamente. En el muro norte acampó el ejército de Roberto "Duque de Normandía", el valiente hijo mayor de Guillermo el Conquistador. Junto a él, estaba el ejército de Roberto, Conde de Flandes, un hombre joven cuyo padre había realizado una peregrinación a Jerusalén once años antes.

Al noroeste se estableció el ejército de Godfrey de Bouillon, Duque de Lorena Inferior, un hombre bien parecido con barba y cabello amarillo. Él Estaba acompañado por el ejército de Tancredo, un caballero normando, quien traía consigo rebaños de su reciente captura en Belén.

Hacia el sur, "cerca de la Iglesia de Santa María, la Madre del Señor, en la que el Señor compartió la Última Cena con sus discípulos," estaba el ejército de Raymond, Conde de Toulouse, un hombre de unos 60 años y un veterano de las guerras santas en contra de los musulmanes en España.

El lunes, después de que el sol se había asomado y lucía brillante en la ciudad, las trompetas sonaron. Los cruzados gritaron: "¡Es la voluntad de Dios! " Y "¡Dios, ayuda!" Y se apresuraron hacia la ciudad desde todos los flancos. Rápidamente invadieron una defensa exterior de piedra, y comenzaron a lanzar sus pocas escaleras hacia la pared principal.

Los Caballeros, uno a la vez, subieron por las escaleras, y con espadas y lanzas lucharon cara a cara contra los sarracenos. Pero tenían muy pocas escaleras; no podían escalar las paredes con la cantidad suficiente para superar a los defensores. Después de varias horas de combates desesperados, los soldados de Cristo se vieron obligados a retirarse. Regresaron a sus campamentos profundamente desanimados.


Sed Mortal

El tiempo estaba del lado de los musulmanes. Aunque el ejército musulmán apenas fue suficiente para abastecer las paredes bajo asedio, la ciudad se encontraba bien abastecida con agua y comida. Si los defensores podían aguantar hasta que llegaran los refuerzos egipcios, el asedio y la cruzada, se acabarían.

Por otro lado, los cruzados, incluso antes del primer ataque, se encontraban sufriendo sed. Su única fuente de agua pura era el Estanque de Siloé, debajo de las paredes del sur. Pero éste se encontraba a sólo un disparo de arco de la ciudad. Cuando los cruzados metían sus tazas en el estanque, a veces una lluvia de flechas provenientes de las murallas los empujaba hacia atrás.

Los cruzados cocieron pieles de bueyes que usaban como contenedores y recorrían el campo, a veces viajaban hasta cinco millas antes de encontrar agua. Al llegar a un estanque, la desesperación de los cristianos a menudo los hacía luchar entre sí para llegar al agua. Peor aún, los musulmanes a menudo salían y emboscaban a los cristianos en estos estanques, matándolos y cortándolos en pedazos.

A veces los cruzados sacaban agua que estaba "toda barrosa" y que, transportada en pieles, olía a podrido. Aun así, de vuelta en el campamento, ésta se vendía a precios elevados, y a menudo, como un cronista señaló, "un hombre sediento difícilmente obtenía lo suficiente como para satisfacer su necesidad más básica."

El verano en Jerusalén podía alcanzar temperaturas superiores a los 100 grados, con pocos árboles para sombra. El viento y el polvo caliente secaba la garganta. Los animales se morían de sed y se descomponían en los lugares donde se habían postrado. Un cronista informó, "Muchas personas enfermas caían a la fuente [de Siloé], con lenguas tan resecas que eran incapaces de pronunciar una sola palabra".


Escasez de Armas

Los cruzados aún tenían trabajo que hacer. El ataque fallido había convencido a los príncipes de que necesitaban más equipos de asedio. Esto quería decir, en primer lugar, torres de asedio, castillos portátiles con ruedas que pudieran rodar hasta algún muro de la ciudad, donde un pequeño puente levadizo podría dejarse caer, lo que les permitiría a los atacantes entrar. Incluso ellos necesitaban usar escaleras para subir por las paredes. También necesitaban manganas, catapultas que requerían de 50 hombres para operar, algunas lo suficientemente potentes como para lanzar una piedra de 300 libras a 150 yardas. Las manganas también lanzaban bolas de fuego---Una combinación de madera, paja, y grasa animal combustionando, envuelta en bandas de hierro--para hacer arder ciudades.

Pero los cruzados carecían de los suministros para construir estas armas. Sin embargo, como había ocurrido más de una vez en esta expedición, las esperanzas llegaron en el momento justo, esta vez en Jaffa: seis buques cristianos, que transportaban comida, sogas, clavos y tornillos. Una Parte (y más tarde otra, porque la primera había sido emboscada) fue enviada a recuperar los suministros.

Ahora el problema era la madera; se podía encontrar poco sobre las colinas desnudas que rodeaban a Jerusalén. Por lo tanto, se formaron expediciones que viajaron muchos kilómetros. Finalmente, Tancredo y Roberto de Flandes regresaron de los bosques de Samaria, cargados de troncos y tablones, transportados sobre las espaldas de los camellos y de los prisioneros musulmanes. La construcción dio inicio.


Deserciones

Para ese entonces, el ánimo de los cruzados menguó. Los alimentos habían escaseado. Estallaron peleas--no era la primera vez--entre los líderes de la expedición.

La primera estuvo relacionada con la posesión de Belén. Tancredo había dejado su estandarte ondeando sobre la Iglesia de la Natividad, con la intención de adoptarla como propia. El clero y sus príncipes rivales argumentaron que un edificio tan santo no debía estar en poder de un Señor secular.
También pelearon sobre el futuro estatus de Jerusalén. Algunos caballeros querían un nombrar a un rey. Los sacerdotes argumentaron que ningún cristiano debía llamarse a sí mismo rey de la ciudad en la que Cristo había sido coronado y dónde había sufrido. Después de un arduo debate, las decisiones se pospusieron, pero entre algunos príncipes permaneció la enemistad.

Desde el principio, algunos soldados y peregrinos habían desertado de la expedición, a pesar de sus votos. Las derrotas militares, el hambre, la enfermedad, y diversas tragedias (un barco que transportaba 400 cruzados habían volcado, propiciando que se ahogaran todos a bordo), así como la continua exposición al calor, al frío, a la humedad y al barro, los habían afectado. A pesar de que un flujo de peregrinos se había sumado a lo largo del camino, el desgaste había sido constante.

En el año 1096 en Nicea, la primera ciudad asediada por los cruzados, se encontraban disponibles alrededor de unos 43,000 caballeros, soldados de a pie, y no combatientes. En Jerusalén, ahora, tres años después, los números se habían reducido a un número aproximado de 15,000 combatientes. Antes de llegar a los muros de la ciudad, más cruzados desertaron. Una compañía se dirigió al Río Jordán y fueron rebautizados; luego reunieron ramas de palma y se dirigieron hacia Jaffa para buscar un barco que los llevara a casa.

A principios de julio, las cosas llegaron a un punto crítico. Los cruzados se enteraron de que un gran ejército había partido de Egipto para liberar a Jerusalén. Pero incluso esta noticia alarmante no pudo hacerlos salir de su estancamiento. Resultó que, se necesitaría de un milagro para lograr eso.


Procesión con Pies Descalzos

En la madrugada del 6 de julio, el sacerdote Pedro Desidério les dijo a dos príncipes que había recibido una visión: Adhemar, Obispo de Le Puy, muerto hace muchos meses, se le había aparecido.

En el Consejo de Clermont, Adhemar había sido el primero en arrodillarse ante Urbano, buscando unirse a la santa expedición; Urbano pronto lo nombró jefe espiritual de los ejércitos. Él demostró ser un predicador fuerte y compasivo, un militar táctico, y un diplomático cuidadoso--un hombre muy respetado. La presencia de Adhemar había mantenido la expedición unida hasta su trágica muerte tras la victoria en Antioquía.

"Habla a los príncipes y todo el pueblo", el obispo le había mandado en la visión, "y diles, ¡Ustedes que han venido de tierras lejanas a adorar a Dios y al Señor de los ejércitos, purifíquense de sus impurezas! Vuélvanse de sus malos caminos.' "
Como penitencia por su egoísmo, codicia y peleas, los cruzados deben " marchar alrededor de Jerusalén con pies descalzos, invocando a Dios; también deben ayunar. Si hacen esto y luego realizan un gran ataque sobre la ciudad en el noveno día, ésta será capturada. Si no hacen esto, todos los males que han sufrido les serán multiplicados por el Señor".

Inmediatamente, los príncipes reunieron un conjunto de soldados y peregrinos. Pedro les contó su visión. Si obedecían, Dios "abrirá la ciudad para nosotros y traerá juicio sobre sus enemigos, y sobre los nuestros, quienes ahora mediante una posesión injusta contaminan el lugar de su sufrimiento y de su entierro, el enemigo que pretende negarnos la gran bendición del lugar de la humillación de Dios y de nuestra redención."

Durante esta larga expedición, muchos cruzados habían recibido visiones: de Jesús, de María y de los santos apóstoles Pedro y Andrés, así como de los cruzados fallecidos. Algunas visiones inspiraban valentía, otras escepticismo; a menudo los oyentes más escépticos, en realidad, eran sacerdotes y obispos. En esta ocasión, sin embargo, los soldados, los clérigos y los peregrinos creyeron por igual.

Así que el viernes, 8 de julio, una solemne procesión con pies descalzos, se arremolinaba lentamente alrededor de las murallas de la ciudad. Los obispos y los sacerdotes llegaron primero, cargando cruces y reliquias sagradas. Los príncipes y caballeros siguieron, luego los soldados de a pie y, finalmente, los peregrinos. Los musulmanes se reunieron en los muros y se burlaron de ellos. Ellos colocaron cruces en horquillas, las golpearon y realizaron otros actos obscenos.

A continuación, los cruzados subieron al monte de los Olivos, donde el apasionado Pedro el Ermitaño y otros dos predicadores los exhortaban: "Ahora que estamos en el mismo lugar donde el Señor hizo su ascensión y no podemos hacer nada más para purificarnos, cada uno de nosotros perdone a su hermano a quien ha lastimado, para que el Señor nos perdone." Los Príncipes, que durante semanas (y años) habían estado peleando y rivalizando por el poder, se abrazaron.

La sed y el ayuno ahora no podrían hacerlos perder su entusiasmo. En los próximos dos días, se completaron las manganas, se construyeron las escaleras, y se colocaron los toques finales en las torres de asedio. Los peregrinos cosieron piel de camello y la clavaron en las partes expuestas de las torres para protegerlos de las bolas de fuego que los Sarracenos pudieran lanzar. Se alistaron las ballestas y los arietes, y se afilaron las lanzas, los picos, las hachas y las espadas.

El domingo, las torres de madera con ruedas habían sido llevadas hacia sus estaciones, una frente a la pared del norte, una frente a la del sur; una tercera, un poco más pequeña, se colocó frente a la esquina noroeste. El trabajo de los cristianos había sido supervisado cuidadosamente, por lo que los sarracenos alarmaron al ver las estructuras. Iftikhar, gobernador de la ciudad, reforzó rápidamente las secciones débiles de sus defensas y comenzó a bombardear las torres de asedio con piedras y fuego.

Todo estaba listo.


Un Asalto Nuevo

En la noche del miércoles, el cuerno sonó, y los soldados subieron por las torres y por las paredes cargados con gritos de "¡Es la voluntad de Dios!" Los principales ataques fueron al sur (Raymond) y al noreste (Godfrey y Tancredo), con un ataque de distracción al noroeste (los dos Robertos).

El primer objetivo era llevar las torres de madera hasta los muros, pero eso significaba rellenar la zanja que corría alrededor de la ciudad. Durante toda la noche y durante el jueves, los cruzados excavaron y rellenaron, mientras eran atacados con una lluvia de piedras y de fuego.

Para el próximo día y medio, se abalanzaron los arietes, zumbaron las flechas, se estrellaron enormes piedras, y fueron disparadas líneas de fuego a través de los cielos. Un cronista escribió, "Así la lucha continuó desde el ascenso hasta la puesta de sol de un modo tan espléndido que es difícil creer que algo más glorioso se haya hecho jamás".

El jueves por la noche, los hombres de Raymond al sur, habían tenido éxito al llevar su torre a través de la zanja, frente al muro. Pero la defensa fue encarnizada, Iftikhar dirigió ese sector. Al final, Raymond no pudo establecer un punto de apoyo en el muro.

Esa noche, la ansiedad se asentó en ambos campos, según un cruzado. "Los sarracenos temían que pudiéramos tomar la ciudad durante la noche o al día siguiente, porque habíamos traspasado las obras exteriores y habíamos llenado la zanja. . . . Por nuestra parte, sólo temíamos que los sarracenos prendieran fuego a las máquinas que habían sido movidas cerca de las paredes. . . . Así que para ambos lados fue una noche de vigilancia, de trabajo y de desvelo por precaución".


Viernes Santo

Por la mañana, las trompetas sonaron de nuevo, y los cruzados, con banderas ondeando y gritos de "¡Es la voluntad de Dios!" se apresuraron hacia las paredes. Los sacerdotes y peregrinos oraban, cantaban y coreaban a una distancia segura, algunos traían agua para refrescar a los soldados sedientos. Los sarracenos se defendieron ferozmente. A media mañana, las torres de madera y muchas manganas fueron severamente sacudidas por los golpes de las enormes piedras de los sarracenos; otras fueron quemadas.

Los soldados, cansados de casi dos días de la batalla, se hundieron en desaliento. Había demasiados defensores como para establecer un punto de apoyo en la muralla. Las paredes aún eran altas y fuertes, y en palabras de un cristiano, los "grandes recursos y habilidades del que exhibía el enemigo para reparar sus defensas parecía demasiado grande como para que lo pudiéramos superar".

Se celebró un consejo para decidir si las torres debían ser retiradas. Pero mientras el Consejo se reunía, algunos soldados con Godfrey, en el norte, avistaron a un caballero en el Monte de los Olivos. Él agitó su escudo en señal de avance. Un cronista señaló, "No pudimos averiguar quién era este caballero. En esta señal nuestros hombres empezaron a recobrar ánimo".

El fuerte y constante maltrato del muro comenzó nuevamente; se hicieron nuevos intentos para escalar las paredes. Al norte, los arqueros disparaban flechas ardientes en la cercana torre sarracena, y el fuego quedaba atrapado en el refuerzo de madera. Pronto el humo rugía, y los hombres que lo defendían se vieron obligados a retirarse.

Godfrey hizo caer el largo puente levadizo de su torre; éste se abalanzó hacia abajo e hizo un puente hacia el muro. Dos caballeros flamencos condujeron un ejército a través del puente, Godfrey, los siguió enseguida. Un cronista observó que los cruzados estaban entrando a la ciudad "el día de la semana en el que Cristo redimió al mundo entero en la cruz".

Una vez que ese sector de la muralla fue capturado, otros atacantes se escabulleron en la muralla por las escaleras, y ahora todo parecía suceder al mismo tiempo. En palabras de un cronista, "con las trompetas sonando y con todo en alboroto, exclamando, "¡Ayuda, Dios!" ellos irrumpieron vigorosamente en la ciudad y enseguida levantaron la bandera en la cima del muro." Godfrey permaneció en el muro, gritando mensajes de ánimo a los que llegaban; él envió hombres para que abrieran las puertas de la ciudad y así permitir que otras fuerzas de cruzados entraran. Tancredo y sus hombres, habiendo llegado a través del puente levadizo, pronto se adentraron en las calles de Jerusalén. Los sarracenos, "totalmente aterrados," huyeron por sus vidas en medio de las calles angostas.

Mientras tanto, en el muro del sur, Raymond no podía entrar, pero se hizo evidente para él y para Iftikhar que todo estaba perdido para los musulmanes. Iftikhar se retiró a la torre de David, una ciudadela que pudo haber defendido por muchos días. Iftikhar inmediatamente comenzó a negociar una rendición, ofreciendo entregarle a Raymond un gran tesoro a cambio de su vida y las de sus guardaespaldas. Raymond aceptó y ocupó la torre. Iftikhar y sus hombres fueron escoltados fuera de la ciudad. Fueron casi los únicos musulmanes en salir de la ciudad con vida.


Culto a la Tumba

Un cronista señaló, "Ahora que nuestros hombres tenían en su posesión las murallas y las torres, iban a presenciar espectáculos maravillosos. Algunos de nuestros hombres (y esto era más que misericordioso) les cortaron la cabeza a sus enemigos; a otros les dispararon con flechas, de modo que cayeran desde las torres; a otros los torturaron a través de las llamas".

Algunos musulmanes huyeron hacia la zona del templo, donde se encontraban la Cúpula de la Roca y la Mezquita de al-Aqsa. Ellos tenían la intención de utilizar este último como su último fuerte. Pero conforme se atestaban hacia adentro y hacia arriba en el techo, Tancredo ya se encontraba sobre ellos. Él comenzó el saqueo de la Cúpula de la Roca. Los musulmanes rápidamente se la entregaron, prometiéndole una gran recompensa. Tancredo aceptó y les dio su bandera para que la mostraran a lo largo de la mezquita como protección.

Mientras tanto, los cruzados corrían a las calles, a las casas y a las mezquitas, matando a todos aquellos que encontraban-- incluyendo mujeres y niños. Toda la tarde y la noche del viernes continuaron la matanza y el saqueo continuó conforme los soldados y los peregrinos corrían alrededor de la ciudad, "incautando de oro y plata, caballos y mulas y casas llenas de todo tipo de mercancías".

Fue un ataque frenético y, sin embargo, no sin reglas. Cualquiera que fuera el saqueador "habiendo entrado primero en la casa, fuera rico o pobre, no debía ser lastimados de ninguna manera por nadie más. Él obtendría y conservaría la casa o el palacio... Ellos acordaron mutuamente conservar esa regla".

El sábado por la mañana la sangre fluía sin cesar. La bandera de Tancredo, resultó no brindar protección a los refugiados en la mezquita de al-Aqsa. Una banda de cruzados entró de manera forzada a la mezquita, matando con flechas a aquellos que se encontraban en el techo y cortando en pedazos a otros con sus espadas. "Si hubieras estado allí ", un cronista dice, "Tus pies se habrían manchado hasta los tobillos con la sangre de los muertos".

Otro informó: "En efecto, el hecho de que este lugar tuviera que llenarse con la sangre de los infieles se trataba de un juicio de Dios espléndido y justo, ya que el lugar había sufrido durante mucho tiempo a causa de los blasfemos".

A los judíos de Jerusalén no les fue mejor. Ellos habían huido hacia su sinagoga principal, pero debido a que se creía que habían ayudado a los musulmanes, el edificio fue incendiado.

Nadie estaba seguro: "con espadas desenvainadas," un cronista informó, "nuestro pueblo recorrió toda la ciudad; sin perdonar a nadie, ni siquiera a quienes imploraron misericordia. La multitud impactaba la tierra, de la misma forma en la que la fruta podrida cae de las ramas estremecidas, y las bellotas caen de un roble soplado por el viento".

Por la noche, los soldados y los peregrinos, "lloraban a causa de un exceso de alegría," se hicieron camino entre los cuerpos de las personas y de los caballos, a lo largo de montones de cabezas, manos y pies, y se abrieron paso hacia la Iglesia del Santo Sepulcro. Allí, "le cantaron una nueva canción a Jehová con una voz eufórica de júbilo y le ofrecieron ofrendas y las más humildes súplicas, [ellos] visitaron jubilosamente el lugar santo como habían deseado hacerlo durante tanto tiempo".

"¡Oh, tiempo tan anhelado! " Este cronista continuó, "¡Oh, tiempo recordado entre todos los demás! ¡Oh, acción preferida antes de todos los hechos! Realmente anhelado, ya que siempre había sido deseado por todos los adoradores de la fe católica con un anhelo interior del alma".

Otro escribió, "este día, yo digo, será famoso en todas las épocas venideras, porque esto convirtió nuestras fatigas y dolores en alegría y exaltación; este día, yo digo, marca la justificación de todo el cristianismo, la humillación del paganismo, y la renovación de nuestra fe".


Dirigiéndose a Casa

En medio del cálido sol del verano, no pasó mucho tiempo para que el olor de los cuerpos en descomposición se volviera repugnante. De esta manera, a los pocos sobrevivientes sarracenos se les había ordenado arrastrar a los muertos fuera de la muralla, donde eran arrojados a montones "tan grandes como casas" y donde les prendían fuego.

El 22 de julio, una semana después de que los cristianos habían entrado a la ciudad, los príncipes se reunieron y eligieron a Godfrey como gobernante (no rey) del Reino de Jerusalén. Y el 1 de agosto, fue elegido un Patriarca (Obispo Católico Romano) hablante de latín.

El 12 de agosto, los ejércitos cruzados derrotaron clamorosamente a un ejército egipcio de rescate en la batalla de Ascalon, garantizando así la seguridad de la Jerusalén cristiana durante casi un siglo. Al final del mes, el grueso de los cruzados, habiendo cumplido con sus votos, regresaron a sus hogares.

Ese diciembre, Fulcher de Chartres, quien próximamente redactaría su crónica sobre la Primera Cruzada, visitó Jerusalén. Él Señaló que el hedor de muerte en la Ciudad Santa, aún persistía tanto al interior como a las afueras de las murallas.


Mark Galli, es editor de Historia Cristiana.

 


Modifié le: mercredi 11 octobre 2017, 10:27