El Gran Cisma Papal 1378-1417
Revista Historia Cristiana, Número 28
El Gran Cisma Papal 1378-1417
Por el Dr. Francis Oakley
Cuando dos papas, y posteriormente tres papas, competían por la supremacía, la iglesia medieval entró en una crisis de autoridad dramática de cuarenta años.
"El viernes, en la víspera del Día de San Jorge, hubo otra sesión",
escribió un observador del Concilio de Constanza. "En esta sesión Nuestro
Santo Padre el Papa Martín les dio permiso de marcharse a todos los que estaban
presentes en el Concilio de Constanza y asimismo les dio la absolución de la pena
y de la culpa. Después le dio al pueblo su bendición en el tribunal superior.
Nuestro señor el Rey estaba junto a él, vestido como evangelista, llevando su
corona imperial y sosteniendo el orbe en su mano, mientras un hombre sostenía
una espada desenvainada ante él. El cardenal Conti proclamó al pueblo en Latín la
indulgencia de siete años para los pecados mortales y siete Cuaresmas. El Maestro
Pedro repitió esto en Alemán, y le fue dado permiso a todo el mundo de irse a
casa".
ESTE PASAJE, de la Crónica del Concilio de Constanza de Ulrich Richental, describe la sesión de clausura del Gran Consejo. La sesión tuvo lugar el 22 de abril de 1418, en un momento en el que el nuevo Papa, Martín V, con la peste moviéndose en la ciudad, estaba ansioso por apresurar a que los padres conciliares siguieran su camino y por hacer su propia salida. Constanza puede no ser exactamente un nombre muy conocido-- ni siquiera en la historia de las asambleas representativas--pero en tamaño, ella sola era una de las asambleas medievales más imponentes. Tampoco se distinguió solo por el tamaño. Era la mayor y sin duda la más memorable de las asambleas generales celebradas por la Iglesia latina medieval (es decir, la iglesia occidental). Cuando se reunió en 1414, lo hizo en un momento de crisis suprema en la vida de la iglesia, cuando lo que más tarde llegaría a ser conocido como el Gran Cisma de Occidente había resistido durante casi cuarenta años.
En 1377, después de que el papado había sido residente durante casi setenta años en Aviñón, bajo la sombra del poder real Francés, Gregorio XI finalmente había logrado traerlo de vuelta a Roma. Lo hizo a pesar de la hostilidad de algunos nobles romanos y de algunos de sus cardenales. Cuando él murió en marzo de 1378, seis de las veintidós cardenales seguían residiendo en Aviñón, donde aún funcionaba una parte considerable de la burocracia papal.
Con la muerte de Gregorio XI, los romanos temían la elección de un papa francés y la extracción del papado hacia Aviñón. Como resultado, la elección papal que tuvo lugar en abril lo hizo en medio de una gran confusión--disturbios fuera del cónclave, y disensiones dentro. Esto culminó con la elección de un candidato arreglado, Urbano VI (1378-1389), un italiano que había servido en Aviñón.
Pero el posterior tratamiento violento y abusivo de Urbano VI hacia los cardenales, los llevó a temer por sus vidas y a sospechar que él estaba loco. Esto, combinado con las turbulentas condiciones que rodearon su elección, dio lugar a dudas acerca de la validez del título de Urbano Vl. Los cardenales repudiaron públicamente su elección y eligieron a uno de ellos mismos como Clemente Vll (1378-1394). En el verano de 1379, al no haber podido tomar a Roma, Clemente estableció su residencia en Aviñón, y el escenario fue preparado para dos "obediencias" papales rivales, la Romana y la Aviñonense.
Como sus anteriores alineamientos políticos y diplomáticos podrían haberlo sugerido, Francia, Castilla [un reino español], y Escocia respaldaron a Clemente. Mientras tanto, Inglaterra y gran parte del Imperio Alemán se pusieron del lado de Urbano. Como consecuencia, ninguno de los demandantes rivales obtuvo una ventaja de poder decisiva. Con ningún papa siendo capaz de desalojar al otro, y sin estar dispuestos a renunciar a su demanda, comenzó el más grave cisma en la historia, el cual rompió con la unidad de la Iglesia Latina.
A lo largo del tiempo, las lealtades se endurecieron, y los tribunales pontificios rivales se esforzaron por perpetuar sus demandas. En Roma, Bonifacio IX (en 1389), Inocencio VII (en 1404) y Gregorio XII (en 1406) fueron elegidos para suceder a Urbano VI. En Aviñón, Benedicto XIII fue elegido en 1394 para suceder a Clemente Vll. Los resultados comprensibles propiciaron una confusión administrativa y un conflicto jurisdiccional, así como una ansiedad espiritual ascendente y debilitante.
El Concilio de Constanza
Se hicieron muchos intentos para finalizar el cisma, pero los más prometedores sólo condujeron a la adición (en Pisa) en 1410 de otra línea de pretendientes al título papal. La situación intolerable de tres papas rivales condujo finalmente, mediante un complejo proceso de diplomacia secular y eclesiástica, al Concilio de Constanza. Aunque el Consejo fue convocado (bajo presión imperial) por el Papa pisano, Juan XXIII (1410-1415), en su determinación por acabar con el cisma, no dudó en deponerse junto con su rival Aviñonense, Benedicto XIII, y aceptar la "renuncia" del reclamante romano, Gregorio XII. En seguida el Consejo procedió a elegir a su sucesor, Martín V (1417-31), el primer Papa después de cuarenta años en poder dominar la fidelidad de toda la Iglesia Latina.
El logro del consejo fue considerable. No sólo acabó con años de turbulencias en la iglesia, sino que lo hizo mediante la afirmación de las siguientes creencias históricamente significativas:
· el Papa, sin importar cuan divinamente se estuviera instituido en su oficio, no era un monarca absoluto, sino en cierto sentido una gobernante constitucional;
· el papa poseía una autoridad ministerial delegada a él por la comunidad de fieles y para el bien de toda la Iglesia;
· La comunidad de fieles no había agotado su autoridad inherente en el mero acto de elegir a su gobernante, sino que había retenido cualquier poder residual que fuera necesario para prevenir su propia subversión o destrucción;
· La comunidad de fieles podía ejercer su poder a través de sus representantes reunidos en un consejo general--incluso, en ciertos casos críticos, en contra de los deseos del Papa y, de ser necesario, podían juzgar, castigar, e incluso deponer a un papa.
El Gran Cisma de Occidente, por lo tanto, estableció una amplia autoridad para los consejos generales de la iglesia. A medida que las miserias del cisma pasaron a segundo plano, sin embargo, un resurgimiento del papado logró marginar a esta conciencia "conciliar" de la vida de la iglesia. Pero un papel reforzado para los consejos nunca desapareció en su totalidad y, a raíz del Segundo Concilio del Vaticano (1962-1965), ha mostrado signos inequívocos de vitalidad renovada.
El Dr. Francis Oakley es presidente del Williams College en Williamstown,
Massachusetts.