Revista Historia Cristiana, Número 38

George Whitefield: Cometa Celestial 1714-1770

Por Harry S. Stout

A medida que George Whitefield resplandecía en toda Inglaterra, en Escocia y en los Estados Unidos, su predicación dramática causaba una emoción que rayaba en el pánico.


QUIZÁS NINGUNA FIGURA RELIGIOSA DEL SIGLO XVIII fue más conocida que George Whitefield. Él fue llamado la "Maravilla de la época"--un predicador capaz de dirigir audiencias (y ofrendas) masivas a través de dos continentes, sin ningún apoyo institucional, a través de la pura fuerza de su personalidad. Whitefield escribió revistas muy populares y atrajo a millones de espectadores. Blancos y negros, masculinos y femeninos, amigos y enemigos--Todos acudían en números sin precedentes para escuchar al "Gran Itinerante." En cualquier lugar que visitara, la gente podía hacer cualquier cosa, al parecer, menos mantenerse alejados.

Sin embargo, el tiempo no ha sido tan amable. Hoy en día, pocas personas han oído hablar de Whitefield, o si lo han hecho, tienen poco sentido sobre su significado. Whitefield no fundó ningún movimiento o denominación. Ningún seminario o colegio lleva su nombre. De hecho, deliberadamente él rechazó todos los intentos de crear un movimiento, prefiriendo solamente servir como un auto confesado "necio para Cristo".

¿Quién fue George Whitefield? ¿Cuál fue su importancia?


Madre y Teatro

Comenzamos en el centro urbano de la ciudad de Gloucester, Inglaterra, donde Whitefield nació el 16 de diciembre de 1714, el hijo menor de Thomas y Elizabeth Whitefield. El padre de Whitefield murió poco después, y su madre se volvió a casar. El matrimonio resultó desastroso y culminó en un divorcio, dejando a Elizabeth con siete hijos y con la propiedad de Bell Inn.

En la infancia de Whitefield, sobresalen dos hechos: la influencia de su madre y su obsesión por el teatro Inglés.

Whitefield heredó de su madre una fuerte ambición de ser "alguien" en el mundo, muy probablemente en el servicio de la iglesia Anglicana. Él recordó cómo su madre "soportó catorce semanas de enfermedad después de que ella me trajo al mundo, pero solía decir, incluso mientras yo era un bebé, ella esperaba mayor comodidad de mí que de cualquier otro de sus hijos. Esto, con la circunstancia de mi nacimiento en una posada, a menudo me ha servido para estimular mis esfuerzos por cumplir con las expectativas de mi madre, y así seguir el ejemplo de mi querido Salvador, quien nació en el pesebre de una posada".

Desde el escenario, Whitefield heredó una presencia dramática que trasladaría posteriormente al púlpito. En su niñez leía obras insaciablemente y en ocasiones omitía la escuela para practicar sus actuaciones colegiales. Sin embargo, más tarde en la vida, repudiaría el teatro, considerándolo un falso competidor de la iglesia.

Pero detrás del rechazo se hallaba un actor cuya necesidad intrínseca y don especial de auto expresión dramática nunca desaparecerían. Él aplicaría en la predicación los métodos y los rasgos de la actuación con resultados revolucionarios. Más que cualquiera de sus pares o predecesores, Whitefield le dio la espalda a la academia al concentrarse en perfeccionar lo que hoy llamaríamos el "lenguaje corporal". La pasión sería la clave de su predicación sobre las verdades espirituales tradicionales.

A través de los esfuerzos de su madre, le fue concedido al joven Whitefield un sitio de "siervo" en el Colegio de Pembroke, Oxford: él pasaría por la universidad esperando a los estudiantes más ricos de Oxford. La experiencia de ser un mero siervo resultó humillante, pero Whitefield pronto se adhirió a un grupo de "metodistas" devotos dirigidos por los hermanos Wesley, John y Charles. Pronto Whitefield se perdió en los rigores de las devociones metodistas que culminaron en una forma muy personal y emocional de "Nuevo Nacimiento".

Él decidió utilizar el púlpito para llevar a otros hacia una experiencia de conversión. En Oxford se hizo evidente que Whitefield no era un erudito, pero era igualmente claro que era un comunicador inigualable. Con el apoyo de los Wesley decidió ser misionero en la nueva colonia de Georgia.


Entrega Electrizante

En el verano de 1736, mientras esperaba para embarcarse hacia Georgia, Whitefield fue ordenado diácono en la iglesia Anglicana y comenzó a predicar en y alrededor de Londres. Dondequiera que él hablaba, aparecían multitudes y se maravillaban de cada palabra que "el chico predicador" entregaba dramáticamente.

Aunque era inexperto en homilética, Whitefield poseía una sensibilidad dramática que rápidamente lo convirtió en una clase propia. Las lágrimas, el aumento de las emociones, un movimiento corporal agitado--y, sobre todo, un intenso encuentro personal con el Nuevo Nacimiento--caracterizaban a su predicación y a las respuestas de sus oyentes. Una memoria prodigiosa para el personaje y el diálogo le permitió transformar el púlpito en un teatro sagrado que representaba las vidas de los santos y de los pecadores bíblicos a sus oyentes cautivos. Entre los cautivos se encontraba el genial actor británico David Garrick, quien exclamó: "Yo daría cien guineas si pudiera decir Oh' como el Sr. Whitefield".

La predicación novedosa de Whitefield y las audiencias masivas pronto llegaron a la atención de la prensa. Whitefield poseía un instinto para la publicidad. Él sabía que poco importaba si los artículos periodísticos eran escritos como elogios o como condenas (y no había escasez de estos últimos). En cualquier caso, los periódicos generaban interés y el interés producía multitudes, las cuales producían aún más comentarios periodísticos.

Para aumentar la cobertura de la prensa, Whitefield publicó su primer sermón en Londres en 1737: "La Naturaleza y la Necesidad de nuestra Regeneración o Nuevo Nacimiento en Cristo Jesús." El tema del sermón no era nuevo, pero detrás de él se hallaba una entrega electrizante. Whitefield utilizaría a menudo su vívida imaginación para llevar a casa las verdades del Evangelio.

Una vez, cuando predicaba sobre la eternidad, él invitó a sus oyentes sorprendidos a imaginarse el cielo: "Levantad vuestros corazones con frecuencia hacia las mansiones de la bienaventuranza eterna, y con una mirada de fe, como el gran San Esteban, ved los cielos abiertos, y al Hijo del hombre con su gloriosa comitiva de santos difuntos sentados y reconfortados en alegrías eternas, y con un consuelo indecible mirando hacia atrás a sus sufrimientos pasados y a sus abnegaciones, como tantos medios gloriosos que los exaltaron a tal corona. ¡Escuchad! A mi entender, los escucho cantar sus eternos aleluyas, y pasar un día eterno repitiendo cantos triunfantes de alegría. ¿Y no anhelan, mis hermanos, unirse a este coro celestial?" Cuando Whitefield regresó a Londres desde Georgia a finales de 1738, encontró que muchas iglesias estaban cerradas para él. Entonces, él experimentó con la predicación al exterior, donde ningún documento o púlpito de madera se situaba entre él y su audiencia. Whitefield no inventó la predicación al exterior, pero él la llevó a su máximo arte. Donde otros se sentían inseguros o perdidos sin notas, él descubrió la liberación.

Whitefield se movió por fuera de los templos de las iglesias familiares y de las confesiones, y concibió los avivamientos como eventos al aire libre organizados para competir en el mercado secular. Los avivamientos podrían convertirse, en efecto, en un producto--parte de una creciente "Revolución del Consumidor." Whitefield "comercializaría" el nuevo nacimiento no fundamentalmente en las iglesias, sino en la plaza pública.


Atrayendo a Norteamérica

El 2 de febrero de 1738, el joven Whitefield partió hacia Georgia, con la intención de seguir a los Wesley y convertirse en un misionero permanente de la colonia. Esto no sería así. Poco después de su llegada, concluyó que su vocación era como predicador itinerante de las zonas urbanas de todo el mundo Anglosajón.

No obstante, Georgia seguirá siendo importante para él como el sitio donde había fundado un orfanato para niños descarriados. Ese orfanato se convirtió en el hogar Norteamericano de Whitefield. Los críticos de Whitefield sostenían que el orfanato simplemente era una excusa para recaudar fondos con la finalidad de invadir las parroquias de los sacerdotes anglicanos, pero Whitefield mostraba una genuina preocupación por los más necesitados. Junto con el celo evangélico de Whitefield había un poderoso instinto de caridad que lo dejaría personalmente en la quiebra, pero ampliamente admirado, incluso por los escépticos como Benjamín Franklin.

En formas que Whitefield nunca podría haber predicho, la campaña de Londres de 1739 demostró ser un ensayo para compromisos incluso más sorprendentes en Norteamérica. Su primera gira de predicación de las colonias Norteamericanas, en 1739-40, generó tal respuesta, que más tarde los estudiosos la apodaron como "El Gran Despertar".

Whitefield eligió a Filadelfia como su primera parada Norteamericana. Fue una elección sabia--una importante ciudad portuaria con una economía de mercado próspera, la ciudad más cosmopolita del Nuevo Mundo. El 6 de noviembre de 1739, Whitefield leía oraciones y predicaba en la Iglesia de Cristo a una "numerosa congregación." Pronto las iglesias no pudieron contener a la inmensa multitud que venía a escucharlo, y sacó su ministerio hacia afuera de las puertas, donde siempre realizó su mejor improvisación. Cada parada a lo largo del viaje de Whitefield desde Filadelfia hacia Nueva York y viceversa estaba marcada por un record de audiencia, a menudo, superando la población de las ciudades en las que predicaba. Desde 8,000 en Filadelfia hasta casi 5,000 personas en la aldea de Neshaminy, Pennsylvania, Whitefield obtuvo récords de audiencia y donaciones inigualables para la casa de huérfanos de Georgia.

En Norteamérica, las noticias viajaron rápidamente, y Whitefield a menudo se sorprendía al descubrir cómo multitudes "tan dispersas en el extranjero, podían ser reunidas ante tan corto aviso." El progreso del trabajo de asistentes leales como William Seward y la cooperación de los ministros de Tennent en Pennsylvania le ayudaron bastante. Las multitudes no sólo eran de dimensiones sin precedentes, éstas también se mostraban casi embelesadas. "Incluso en Londres", Whitefield, comentó, "Nunca observé un silencio tan profundo".

Whitefield a menudo también hablaba sobre las necesidades de la comunidad de los esclavos. A pesar de su franco alegato a favor de la legalización de la esclavitud en Georgia, y de su empleo de esclavos en el orfanato, él buscaba cada vez más audiencias para los esclavos y escribía a su favor. El historiador Gary B. Nash fecha "el advenimiento del Cristianismo negro" de Filadelfia durante la primera gira de predicación de Whitefield. Quizás mil esclavos escucharon los sermones de Whitefield en Filadelfia, a menudo en reuniones privadas suplementarias.

Ellos escucharon de él que tenían almas con tanta seguridad como los blancos que los habían esclavizado, y que su amo les debía la libertad de conciencia religiosa. Sin embargo, a diferencia de los Wesley, Whitefield era renuente a reconocer sus derechos a la libertad en esta vida, mostrando los límites trágicos, así como el alcance de sus nobles preocupaciones de caridad.

Algunos de los mayores triunfos de la predicación de Whitefield estaban reservados para un torbellino de 39 días de gira a las ciudades de Nueva Inglaterra. Atraídos por itinerarios impresos en la prensa de Nueva Inglaterra y por la palabra de la boca, el público creció.

En Boston, él llenó la ciudad en varias ocasiones. En ciudades portuarias como Marblehead y Salem, y en suburbios como Charlestown y Roxbury, generó un entusiasmo que rayaba en el pánico mientras las multitudes "se codeaban, se empujaban y se pisoteaban para oír sobre las cosas divinas del famoso Whitefield".

El 17 de octubre de 1740, Whitefield predicó en Northampton, Massachusetts, y se quedó con el famoso Jonathan Edwards. Edwards asistió a todos los sermones de Whitefield y repetidamente rompió en lágrimas. La esposa de Edwards, Sarah, una astuta juez de la conducta en el púlpito, se maravilló: "Él hace menos de las doctrinas de lo que nuestros predicadores Norteamericanos en general y apunta más a afectar el corazón. Él es un orador nato".

Los efectos, ella continuó, fueron espectaculares: "Es maravilloso ver el hechizo que arroja sobre una audiencia al proclamar las simples verdades de la Biblia. He visto a más de un millar de personas cautivadas en sus palabras con un silencio emocionante, interrumpido sólo por un ocasional sollozo reprimido... Una persona prejuiciosa, lo sé, podría decir que todo esto es un artificio teatral y que es apariencia; pero no pensará así cualquiera que lo haya visto y conocido".

Por su parte, Whitefield estaba muy impresionado con Sarah Edwards, a quien consideraba "adornada con un espíritu manso y tranquilo", un modelo del tipo de mujer que esperaba encontrar.

Lamentablemente, los éxitos de Whitefield en el púlpito no encajaban con los de su vida privada familiar. Al igual que muchos metodistas itinerantes, Whitefield sospechaba del matrimonio y temía que una mujer pudiera convertirse en un rival para el púlpito. Cuando finalmente se casó con una viuda de edad, Elizabeth James, la unión nunca pareció florecer a una relación profundamente íntima y compartida.


Despertar Transatlántico

Habiendo conquistado Inglaterra y Norteamérica, todo lo que le quedaba a Whitefield era completar un avivamiento transatlántico a través del despertar de Escocia. En muchos sentidos, los Estados Unidos y Escocia eran almas gemelas en el siglo XVIII. Ambos eran calvinistas y se percibían a sí mismos en los márgenes de la civilización británica. La ciudad principal de Escocia, Edimburgo, eclipsó a Filadelfia y a Boston, pero siguió siendo pequeña en contraste con Londres.

Whitefield haría catorce viajes a Escocia y crecería constantemente en popularidad. De todos los avivamientos escoceses en los que Whitefield participó, el más dramático llegó durante su segunda visita. Durante la primavera de 1742, Whitefield recibió noticias del gran entusiasmo espiritual de la pequeña aldea de Cambuslang, fuera de Glasgow.

El 6 de junio, llegó a Cambuslang justo a tiempo para atrapar los avivamientos en su apogeo. Inmediatamente él comenzó a predicar esa mañana y esa noche. Su servicio nocturno atrajo a miles y continuó hasta las 2:00 A.M. "hubo escenas de angustia incontrolables, como en un campo de batalla. . . .Toda la noche en los campos, se podía escuchar la voz de oración y den alabanza." Whitefield concluyó, "esto superó todo lo que vi en Norteamérica".

El Sábado, Whitefield, en consonancia con el área de pastores, predicó a unas 20,000 personas en servicios que se extendieron hasta muy entrada la noche. El Domingo, en un servicio de Comunión especial en los campos, más de 1,700 comulgantes distribuyeron largas mesas de Comunión establecidos en tiendas de campaña. Whitefield predicó nuevamente en la noche—de acuerdo a muchos relatos, el sermón más poderoso del avivamiento. Posteriormente él recordó que dondequiera que caminaba "Usted habría podido escuchar a las personas orando y alabando a Dios".


Héroe Norteamericano

A lo largo de toda su vida, Whitefield siguió viajando ampliamente, haciendo caso omiso de sus amigos y de los médicos que le insistían proteger su cuerpo enfermo de los rigores de los viajes transatlánticos. Con cada viaje se hizo más popular. De hecho, la mayor parte de la primera controversia que rodeó a los avivamientos de Whitefield desapareció, y sus antiguos adversarios como las Universidades de Harvard y Yale, o la legislatura de Georgia se ablandaron con un Whitefield sosegado. Antes de completar sus giras torbellino de las colonias, prácticamente cada hombre, mujer y niño habían oído hablar al "Gran Itinerante" al menos una vez.

El impacto de Whitefield fue tan penetrante en Norteamérica que con justicia puede ser nombrado como el primer héroe cultural de Norteamérica. Antes de Whitefield, no había ninguna persona o evento intercolonial unificador. De hecho, antes de Whitefield, se duda que otro nombre, a excepción de la realeza fuera conocido de la misma forma desde Boston hasta Charleston. Pero en el año 1750 prácticamente todos los Norteamericanos amaban y admiraban a Whitefield y lo veían como su campeón.

A medida que surgieron las tensiones coloniales con la Madre Patria, Whitefield claramente se puso del lado de los Norteamericanos. Cuando Benjamín Franklin compareció ante el Parlamento, Whitefield asistió a todas las sesiones y le dio apoyo público a su viejo amigo. Franklin llegaría a obtener fama como el "hombre representativo" de Norteamérica. El tiempo no honoró tanto a Whitefield.


Último Grito de Trueno

Ignorando los consejos de los médicos, continuó su gira de predicación de 1770 en las colonias, como si aún fuera un joven itinerante. El final del verano lo sorprendió en Nueva Inglaterra, insistiendo a sus amigos que "prefería desgastarse que oxidarse." Hizo caso omiso a las señales de peligro, en particular a los "resfriados" que le traían "grandes dificultades" para respirar. En lugar de descansar, siguió adelante, predicando más que menos, dependiendo del momento de predicar para sacar un "buen sudor en el púlpito " que le diera un día más de alivio. El ritmo continuó incluso después de que "durante la noche cayó en una violenta falta de fuerzas, asistida de náuseas y escalofríos".

En la mañana del sábado, 29 de septiembre, Whitefield concluyó otro sermón exitoso en Portsmouth y partió de inmediato hacia la próxima parada en Newburyport. Testigos presenciales lo describieron como casi colapsando, siendo ayudado en su caballo, y luego a paso lento a pesar de los ruegos de sus amigos y admiradores.

A mediodía se detuvo en Exeter, Whitefield fue encomendado a predicar, y cumplió. Un amigo, observando los "jadeos opresivos de su pecho", aconsejó, "Señor, usted está más apto para ir a la cama, que para predicar." Whitefield hizo caso omiso a la advertencia y respondió con una oración: "¡Señor, si todavía no he terminado mi curso, permíteme ir y hablar para ti una vez más en los campos, sellar tu verdad, y venir a casa y morir!".

La oración de Whitefield fue contestada. Su último discurso tuvo lugar a media tarde en el campo, en la cima de una pipa [gran tonel]. Su texto era "examinaos a vosotros mismos, si estáis en la fe", y su tema era sobre el nuevo nacimiento. Un oyente relató para la prensa, "Él se levantó con lentitud y fatigadamente, como si se hubiera desgastado y agotado por su estupendo trabajo. Su rostro parecía hinchado, su voz era ronca, su enunciación pesada. Frase tras frase era lanzada en partes ásperas e inconexas, sin mucha consideración al punto o a la belleza. [Pero entonces] su mente se encendió, y su voz de león rugió hasta los extremos de su audiencia.

"Él estaba hablando de la ineficiencia de las obras para merecer la salvación, y de repente gritó en un tono de trueno, '¡Obras! ¡obras! ¡Un hombre llega al cielo por obras! Yo tan pronto pensaría en subir a la luna en una cuerda de arena.'" La exhortación serían las últimas palabras de Whitefield. A la mañana siguiente murió.


En el Despertar de Whitefield

Al tratar de comprender las razones del éxito de Whitefield, varios factores son los que vienen a la mente.

En primer lugar, los avivamientos de Whitefield fueron una nueva forma religiosa. Éstos realmente no eran una iglesia, ni estaban conectados a las comunidades locales. Las audiencias de Whitefield se opusieron al término congregación. Cambiaban con cada reunión y rutinariamente les era ordenado apoyar a sus parroquias locales. En efecto, fueron las primeras asociaciones religiosas, fuera de las líneas denominacionales, asentadas en el avivamiento. Y el centro para ese avivamiento era la gran experiencia personal del Nuevo Nacimiento.

El ministerio itinerante de Whitefield le enseñó a él--y a los "evangélicos" en su despertar—que las iglesias rivales con puntos de vista de hegemonía nacional podrían ser una cosa del pasado. Eran historia antigua --la historia de una cultura tradicional, aristocrática, y jerárquica. Una nueva historia religiosa, perfecta para una nueva época de consumidores, tendría que ser voluntaria, y esto significaba popular y entretenida. Los avivamientos de Whitefield eran solo eso. En ellos, las iglesias no fueron reemplazadas tanto como esquivadas para crear mayores asociaciones translocales.

La forma de los avivamientos de Whitefield--teatrales, basados en la pasión, no denominacionales, internacionales, centrados en la experiencia, y promovidos conscientemente a través de los medios de información—sobrevivieron a él. Lo supieran o no, generaciones de evangélicos del avivamiento, capellanes, líderes religiosos estudiantiles y jóvenes, y filántropos religiosos siguieron un rastro trazado primero por George Whitefield.

A diferencia de muchos actores carismáticos que han seguido sus huellas, Whitefield no se distrajo por el encanto del sexo o de la riqueza. Tampoco estaba obsesionado por la fama y por la necesidad de una nueva denominación que llevara su nombre. Su carácter era equiparable al de los santos bíblicos que retrataba, y sus vastos esfuerzos caritativos lo dejaron perennemente cerca de la quiebra.

Si Whitefield era un promotor, también era un ministro preocupado que en primer lugar dirigió su obra hacia el alma y en segundo lugar hacia la caridad, y nunca a la una sin la otra. En este sentido, Whitefield fue su propio mejor converso al Nuevo Nacimiento que proclamaba.


El Dr. Harry S. Stout es profesor de Jonathan Edwards del Cristianismo Norteamericano en la Universidad de Yale y autor de El Divino Dramaturgo: George Whitefield y el Surgimiento del Evangelicalismo Moderno (Eerdmans, 1991).

 

Última modificación: martes, 31 de octubre de 2017, 11:02