Jonathan Edwards: Una Mente en Llamas 1703-1758

Por Stephen R. Holmes

A lo largo de su agitada vida, el teólogo de Norteamérica fue impulsado por una visión sobre la belleza en la soberanía de Dios.

UNA CAJA DE ARCHIVAR MALTRATADA, en lo profundo del sótano de la Librería Beinecke de la Universidad de Yale, contiene un monumento impresionante a los últimos años de la vida de Jonathan Edwards.

En otras cajas similares, las pilas de apuntes contienen en sus páginas ordenadas filas nítidas de manuscritos con trazos delicados de Edwards. Su contenido es notable: profundo, vívido, magistralmente defendido, incisivamente claro--el fruto de toda una vida de ferviente pensar acerca de la naturaleza de Dios, de la humanidad y del mundo. Pero su forma física es poco importante.

No así los apuntes que figuran en esta caja. Uno tras otro están cosidos a partir de un alboroto de papel de desecho: media página de la carta de un amigo, dejada en blanco debajo de la firma. El amplio margen de un periódico de Boston. Se cortaron de ellos varias hojas grandes con semicírculos.

A través de estas páginas improvisadas se encuentra plasmada la letra cursiva de Edwards--diminuta, estrecha. Se arrastra de un lado a otro del papel, incluso entre líneas de papel periódico, sin perder ninguna fracción de espacio en blanco.

Estos apuntes corresponden a la gran fase de los teólogos de Stockbridge--El período entre 1751 y 1758. Habiendo sido expulsado de su cómoda Iglesia del Valle de Connecticut después de 21 años de fiel servicio, Edwards sobrevivió estos años con su esposa y siete de sus hijos en una iglesia misionera en la frontera occidental de Massachusetts. Allí, el papel era presumiblemente escaso, caro, o ambos.

Algunas de las hojas cosidas en los apuntes de Stockbridge eran recortes de pliegos, producto de la elaboración de abanicos de papel que sus hijos decoraban y vendían para agregar unos cuantos dólares a los cofres de la familia. Los demás trozos una vez que habían aterrizado en el montón de basura--pero no se podía desperdiciar nada más.

En el próspero Northampton, el pastor teólogo había disfrutado de los recursos de un prominente pastorado en una importante ciudad de Nueva Inglaterra (aunque su sueldo, como se quejaba, no siempre le era pagado a tiempo). Ahora él había escrito sus obras más influyentes sobre tales recortes, entre predicar a una pequeña congregación, catequizar convertidos entre los indios Housatónicos y otras tribus, y defender estos derechos de los Nativos Norteamericanos contra los poderosos comerciantes del área.

La Libertad de la Voluntad, La Verdadera Virtud, el Pecado Original--¿qué tan a menudo, mientras él trazaba las ideas de estos grandes tratados sobre las páginas de sus cuadernos de patchwork, fue interrumpida su labor a causa de preocupaciones acerca de si habría suficientes verduras y carne para las comidas de la semana, o cómo iba a adquirir la madera necesaria para reparar una cerca?


Nacido de Nuevo a Través de la Belleza

Timothy y Esther Edwards tenían 11 niños. Jonathan, el quinto, era el único hijo, nacido el 5 de octubre de 1703. Si, en Nueva Inglaterra, ser ministro era ser un aristócrata, él venía de una buena casta. Timothy, un residente de Nueva Inglaterra de tercera generación, sirvió fiel y hábilmente en su parroquia de East Windsor; el padre de Esther fue Solomon Stoddard, cuyas décadas de ministerio en Northampton añadieron brillo a la ya noble familia de Nueva Inglaterra.

Lo que sabemos acerca de la infancia de Edwards sugiere que él era religiosamente serio incluso en ese entonces, aunque él se consideraba a sí mismo no convertido: la construcción de pequeñas madrigueras en el bosque no es una conducta inusual para un niño, ¡pero usarlas para celebrar reuniones de oración, solo o con amigos sin duda lo es!

Edwards describe su propia conversión como un evento que no fue fundamentalmente intelectual (es decir, acerca de comprender el Evangelio en cualquier forma mejor) o incluso moral (es decir, deseando seguir a Cristo), sino estético: las doctrinas de la absoluta soberanía de Dios, que le habían parecido "repugnantes", de repente le parecían hermosas. Tanto la defensa del Calvinismo como una parte esencial del cristianismo, como los conceptos de la belleza, se convirtieron en características duraderas de su teología, lo que sugiere la importancia que este evento tuvo en su vida.

Él era consciente de que había llegado a la fe de una manera inusual, y esto le preocupaba. Él registra haber tenido dudas acerca de su conversión, porque no podía encajar su experiencia a los planos Puritanos estándares sobre la manera en la que Dios lleva a la salvación a un alma atormentada.


Santos Ilustres

A partir de su conversión en adelante, Edwards quedó fascinado con el problema de cómo saber si la profesión de fe del cristiano era verdaderamente real y salvífica. Contemplaba la cuestión a lo largo del despertar de los años 1730s y 1740s, y finalmente le dio al tema su tratamiento más pleno e influyente en su Tratado sobre los Afectos Religiosos (1746). ¿Por qué esa cuestión fue tan preocupante para él?

En primer lugar, Edwards heredó una preocupación Puritana común acerca de la "fe temporal." Esta idea, presentada por Juan Calvino, es una manera de explicar el hecho de que los miembros de la iglesia a veces desaparecen después de años de fiel servicio, aunque la doctrina Calvinista de la perseverancia de los santos ("salvos siempre salvos") insiste en que los cristianos verdaderos no pueden caer. La manera de encuadrar este círculo era sugerir que hay algo que se parece a la fe verdadera, pero no lo es--fe temporal. Por lo tanto, encontrar las marcas distintivas de la verdadera fe se convierte en una necesidad.

Segundo, los Puritanos respondían a este problema mediante la identificación de un determinado conjunto de pasos en un orden en particular como "el camino a la salvación. Edwards estaba en desacuerdo con este aspecto de la tradición. Esto no encajaba en su propia experiencia ni en su observación pastoral. Así, cuando hablaba sobre cómo identificar la verdadera fe, a veces dirigía una crítica a esta tradición--una tradición ya remota para la mayoría de los lectores modernos.

En tercer lugar, en su contexto cultural, Edwards creía--como muchos todavía lo creen--que la humanidad caída es intrínsecamente religiosa. Que hay algo dentro de nosotros que anhela la realización espiritual; como San Agustín lo expuso: "Nos has hecho para ti, y nuestros corazones están inquietos hasta que encuentran su descanso en ti." Sin embargo, mientras que hoy los inconversos "buscadores" de satisfacción religiosa podrían encontrarla en multitud de prácticas religiosas de moda, en la Nueva Inglaterra de Edwards, las opciones eran limitadas. Dichos buscadores probablemente habitaban en los márgenes de la iglesia, donde podían parecer ser cristianos celosos cuando en realidad no estaban centrados en Cristo. Por tanto, el asunto de la autenticidad confrontaba al pastor de forma inevitable.

Así Edwards se propuso identificar "Las Marcas Distintivas del Espíritu de Dios".


Las Cualidades del Genio

Sim embargo todo eso descansa en el futuro. Entretanto, Edwards asistió a la Escuela Colegiada, un nuevo y atribulado colegio, más tarde nombrado Yale, con la finalidad de capacitarse para el ministerio. Después de graduarse, él sirvió desde 1723 a 1726, en una congregación Presbiteriana de Nueva York. Posteriormente, regresó a la Universidad de Yale para enseñar. Mientras estuvo allí, sufrió graves trastornos de salud.

En algún momento durante este período, Edwards leyó y fue influenciado profundamente por el Ensayo Sobre el Entendimiento Humano de Locke.

La fecha exacta es difícil de determinar, pero un relato contado por uno de sus primeros biógrafos, que hizo que un Jonathan adolescente precoz leyera "con gran deleite y provecho" seguramente es falso. (Se basa en parte en la suposición de que uno de los apuntes filosóficos que conservó Edwards, Notas sobre la Mente, fue escrito a inicios de su carrera. Los últimos análisis químicos de las tintas utilizadas en esos apuntes muestran que las entradas realmente abarcan su vida de adulto. Ahora también podemos rastrear con cierta exactitud cuándo llegaron a Yale las copias del trabajo de Locke, lo cual nuevamente arroja dudas sobre la antigua historia).

Esto es importante, ya que Edwards ha sido pintado como un genio filosófico precoz que no cumplió con su primera promesa cuando los grilletes de la teología Calvinista anti intelectual se había apoderado de él. De hecho, su desarrollo filosófico ocurrió a la par de su desarrollo teológico, y su pensamiento en cada una de estas áreas influenció profundamente a la otra.


¡Avivamiento!

En 1726, Solomon Stoddard celebró su cumpleaños número 83. Su congregación, sintiendo que su pastor necesitaba de cierta ayuda, llamó al joven nieto de Stoddard a su lado. Un año más tarde Edwards se unió a Sarah Pierrepont en lo que se convirtió en un matrimonio legendario, marcado por el mutuo apoyo y la admiración, por no mencionar una notable línea de ilustres descendientes.

El ministerio de Edwards fue considerado aceptable, y cuando Stoddard falleció en 1729, su nieto fue llamado a sucederle. Él pastoreó la congregación durante 21 años, a través de momentos trascendentales.

Mientras los avivamientos locales de la religión no eran infrecuentes en la Nueva Inglaterra (Stoddard había visto cinco en su ministerio), lo que inició en Northampton en 1734 fue algo nuevo. Por seis meses, durante el invierno, la ciudad fue capturada por un profundo y serio interés en la religión. Más de 300 profesaban ser convertidos; en palabras de Edwards, "el pueblo parecía estar lleno de la presencia de Dios: éste nunca estuvo tan lleno de amor, ni tan lleno de alegría. . . . Hubo notables indicios de la presencia de Dios en casi cada hogar. . . . el Día de Dios era una delicia . . . Todos intentaban fervientemente la adoración pública, cada oyente deseaba beber las palabras del ministro a medida que salían de su boca".

Este espíritu fluyó de Northampton y tocó a casi todas las comunidades del Valle del Río Connecticut.

Demasiado pronto, esto llegó a su fin. Edwards trabajó para volver a encender la llama, pero ese trabajo le pertenecía a otro. El 14 de septiembre de 1740 George Whitefield aterrizó en Rhode Island. Anunció su razón de haber llegado al predicar seis veces en los tres primeros días de su visita, y durante los dos años siguientes, el fervor religioso fue común a lo largo de toda la Nueva Inglaterra.

Edwards tomó su parte en la predicación, pero quizás su contribución más importante fue una serie de libros que defendían el avivamiento contra aquellos que no tendrían ninguna emoción en su religión, y aquellos que no tendrían nada más que emoción en la suya.


Sermones que Desencadenaron la Llama

En la mente de Edwards no había duda de que, bajo la dirección de Dios, condujo el inicio de este Gran Despertar, y posteriormente publicó cinco de sus sermones que habían despertado el entusiasmo original en 1734. Estos son defensas cuidadosamente discutidas sobre varios aspectos de las doctrinas Calvinistas relacionadas con la salvación. Cada una termina con una aplicación, sin duda, pero están compuestas principalmente por argumentos teológicos.

Al leer estos sermones el día de hoy, podríamos encontrar difícil de creer que los oyentes permanecieran despiertos, ya no digamos que respondieran como lo hacían. Por supuesto, comparado con los feligreses más modernos, la congregación de Edwards estaba más acostumbrada a seguir los sermones doctrinales. Y Edwards era claramente un retórico capacitado. Él también el modernizó considerablemente la forma. Mientras que su padre, Timothy Edwards, aparentemente había anunciado una vez "y sesenta y seisavo . . . " desde el púlpito, Jonathan desarrollaba y aplicaba sólo un puñado de puntos en cada sermón.

Sin embargo, hay más con respecto a la reacción de los oyentes "despertados" de Edwards. Toma su composición más famosa, "Pecadores en las Manos de un Dios Airado" (1741).

Retóricamente, "Pecadores" es impresionante: esto evoca un estilo entonces actual de sermones predicados a los criminales condenados justo antes de su ejecución, durante los cuales el Ministro subrayaría su inminente encuentro con Dios y los exhortaría a arrepentirse. Tales sermones a menudo eran publicados, así que la mayoría habría reconocido el género.

En una maniobra sorprendente, Edwards aplicó esta forma con sus oyentes en Enfield, enfatizando la pecaminosidad de incluso las personas más respetables de la iglesia. Mientras recalcaba la inestabilidad de su posición ante Dios, cuya mano sola les impedía la muerte inmediata y el juicio que seguía, él en efecto los estaba comparando con asesinos condenados.

La forma del sermón resonaba y reforzaba su contenido de una forma magnífica. Pero esa no es la fuente de su poder, o al menos no la única fuente. Esto se sabe porque, pocas semanas antes de la predicación de Enfield para el acompañamiento de los gritos de los pecadores condenados y para la alegría del llanto de los nuevos conversos, Edwards había predicado prácticamente el mismo sermón (tenemos su manuscrito y podemos ver cuán pocas enmiendas se hicieron) a su rebaño en Northampton. Pero su rebaño sólo respondió, por lo que sabemos, estrechando su mano y diciendo "bella palabra, pastor" mientras se iban a casa a comer.

Todo esto refuerza el análisis del propio Edwards sobre los avivamientos: la palabra es la ocasión para el despertar, y es necesario, pero el Espíritu de Dios realiza la obra, y él "sopla donde quiere". Su paso podía verse en cambios duraderos: personas volviéndose humildes, fieles orantes, santas. Las Iglesias se volvían serias en el culto y hambrientas de la palabra. Ciudades en donde, para citar a Charles Simeón, un siglo más tarde, la "bondad" se convertiría en "moda".

Los gritos, los desmayos y otros fenómenos tan espectaculares no eran nada: éstos no demostraban la presencia del Espíritu, y tampoco la excluían. Ese fue el análisis final de Edwards sobre los avivamientos en Las Afecciones Religiosas (1746).


Rechazo, Exilio y Publicación Prolífica

Sin embargo, para el momento en que esta obra fue publicada, el Despertar habían desaparecido. Edwards lo consideraba necesario para fomentar que la incipiente comunidad evangélica transatlántica, en forma impresa, se uniera en oración para que Dios pudiera renovar su obra.

En el frente interno, las cosas eran aún más sombrías, a medida que el pastor de Northampton se involucró en controversias sobre el orden de la iglesia, esto lo conduciría a ser expulsado de su púlpito. El 1 de julio de 1750, sin ningún puesto al cual marcharse, Edwards predicó su sermón de despedida a la iglesia de Northampton.

Él exploró diversas posibilidades, incluyendo un traslado a Escocia--él no tendría ningún problema en suscribirse al sistema Presbiteriano, les aseguró a sus corresponsales regulares.

Pero finalmente aceptó un llamado a Stockbridge, un puesto que combinaba esfuerzos misioneros entre los indios Housatónicos de ese lugar con deberes pastorales para una pequeña iglesia compuesta de Nuevos Anglosajones que vivían en la ciudad.

En agosto de 1751 estaba instalado. La familia soportó apenas siete años de penurias ahí, tiempo durante el cual Jonathan, llevando todas las marcas del fracaso mundano en su pobreza y en la destitución de su pastorado, produjo una serie de obras que hacen de él, posiblemente el mejor filósofo o teólogo que haya nacido en el continente Norteamericano.

Su producción fue prodigiosa. Algunas de las obras eran respuestas a viejas controversias (la obra titulada Humilde Investigación y Tergiversaciones Corregidas, la cual abordaba las controversias que habían propiciado su destitución de Northampton).

Otras, no destinadas a ser publicadas, reflejaban su interés en los Tiempos Finales, con un análisis de cómo las guerras en contra de la España Católica podrían cumplir profecías del Apocalipsis (Edwards era de una generación que nunca pensó en cuestionar la identificación de la Papa como el Anticristo).

Sin embargo, dos conjuntos de obras son particularmente importantes: sus apuntes privados y su defensa proyectada del Calvinismo.


Un Abrigo de Tablero de Ajedrez

A lo largo de su vida, Edwards escribió copiosamente en varias libretas, registrando citas, observaciones, ideas y argumentos sobre todos los temas posibles.

Sus Misceláneas, la mayor y más importante de estas, sólo ahora está siendo publicada, una rica mina de actividad teológica general. Pero hay otros: un libro dedicado exclusivamente a temas controversiales en los cuales estaba interesado; la Biblia en Blanco, una pequeña Biblia en la cual él cosió una hoja grande entre cada par de páginas, de manera que pudiera registrar notas y comentarios sobre los textos al lado de ellos; y así sucesivamente.

Durante la mayor parte de su vida (aunque esto parece haber cambiado de alguna manera durante los años en Stockbridge) él tomaba estas notas principalmente para ayudarle a desarrollar sus sermones. Cuando salía a cabalgar, garabateaba sus pensamientos sobre trozos de papel al momento que le sobrevenían, enseguida los clavaba en su abrigo. Uno de sus primeros biógrafos nos brinda la maravillosa imagen del severo pastor puritano que llega a su puerta, después de un viaje intelectualmente fructífero, con su abrigo negro como tablero de ajedrez.

Dos conjuntos de apuntes son particularmente interesantes: en primer lugar, Edwards creía que todo en la naturaleza y en la historia hablaba de Cristo y de su evangelio, si tan sólo esto se entendiera correctamente, resplandecían una serie de libros sobre "Imágenes", "Tipos", o "Sombras" de las cosas divinas.

En estos apuntes él sugiere, por ejemplo, que el progreso gradual de la primavera es ordenado por Dios para ilustrar el aumento gradual del Reino en la tierra, y que la "suciedad" con la que los recién nacidos están cubiertos es la manera en la que Dios nos habla de la pecaminosidad y de la culpa que les pertenece, incluso desde el nacimiento.

Segundo, las Misceláneas son, quizás, el centro de las notas, y pueden ser utilizadas para rastrear el desarrollo de las ideas que finalmente aparecieron impresas, o habrían tenido que aparecer, si hubiera vivido, así como su exploración y rechazo hacia otras posiciones. Edwards luchó con conceptos y cambió su opinión regularmente sobre ciertas cuestiones, todo el tiempo tratando de ser cada vez más fiel al evangelio de Cristo. Él registró todo el proceso en libros que ahora podemos leer.


El Pináculo

La defensa del calvinismo produjo tres de las obras más grandes de Edwards. De éstas, La Libertad de la Voluntad es quizás el pináculo. De no haber escrito nada más, este libro habría asegurado su fama.

El argumento principal del libro es ético: se propone demostrar que el relato Calvinista sobre la humanidad predestinada es--lejos de una abominación moral--el gran apoyo de la moral. Mejor que los puntos de vista alternativos, él sostiene que los seres humanos son responsables de sus acciones.

En el camino hacia este punto de vista, Edwards se detiene para desarrollar un argumento de por qué la libertad y la predestinación son esencialmente compatibles. Aunque es una mera introducción a su argumento principal, esta es la defensa más poderosa intelectualmente jamás publicada.

El volumen complementario, Pecado Original, es una sólida y convincente defensa de esa doctrina controvertida, principalmente sobre bases bíblicas.

El tercer trabajo es uno que Edwards jamás publicó. Para ver el por qué, debemos volver a los acontecimientos de su vida.

Tras siete años de exilio en Stockbridge, la estatura intelectual de Jonathan Edwards finalmente fue reconocida, y fue invitado a convertirse en presidente de la Universidad de Princeton.

Al principio, su humildad hizo que se resistiera. Pero después de buscar consejo, él aceptó y fue por delante de su familia hacia la ciudad. La viruela entonces era abundante, y Edwards recibió la vacuna el 23 de Febrero de 1758. Sin embargo, esa ciencia estaba en su infancia y contrajo la enfermedad. Él nunca se recuperó.


Expresando la Visión

A su muerte, una obra se hallaba en su escritorio, lista para ir a impresión. Se trataba de Dos Disertaciones. Una parte de este libro, titulada "La verdadera Virtud", es un profundo análisis teológico sobre la ética. En él, Edwards sostiene (contra todas las modas culturales de esa época) que la bondad nunca puede ser separada de la piedad, de modo que aquello que no está hecho para servir a Cristo en cualquier forma no debe ser llamado bueno.

La otra parte del libro, "Una Disertación Sobre la Finalidad para la Cual Dios Creó el Mundo", es lo más cercano que Edwards estuvo de expresar el corazón y el alma de su teología, de su piedad y de su vida.

¿Por qué Dios creó el mundo? Edwards se había preocupado sobre esta pregunta durante toda su vida, registrando sus análisis sucesivos en las Misceláneas. ¿Qué ganaba Dios con tener una creación? ¿Qué propició su deseo de hacer esto?

Edwards trazó la pregunta hacia muchos de sus callejones sin salida, y su análisis maduro es profundo:

Dios no gana nada con la creación, ya que la felicidad de Dios en sí misma es tan perfecta que no puede ser añadida. Pero la percepción de la belleza de la perfección de Dios--su gloria--es un gran bien; así que Dios deseaba que hubiera criaturas inteligentes que pudieran ver su gloria y que respondieran con alegría extática, con amor abundante, con alabanza extravagante. Todo lo que Dios ha hecho tiende hacia este único fin.

En sus años de hombre joven, Edwards había hallado la fe en Cristo cuando vislumbró la belleza de la soberanía de Dios a través de la naturaleza. Esa visión impulsó gran parte de lo que dijo y de lo que pensó a partir de entonces. Y ahora, por fin, había encontrado doctrinas para expresar el significado de la visión.

Estas obras imponentes fueron la simple estampida para una obra magna proyectada. Edwards tenía en mente una síntesis de la doctrina y de la ética Cristiana, ordenadas históricamente.

Esta labor habría sido clasificada (hay toda clase de razones para suponerlo) junto a la Summa de Santo Tomás de Aquino, los Institutos de Calvino, y algunos otros en la historia teológica. Pero su muerte, el 22 de marzo de 1758, a la edad de 54 años, mató esa Summa de Edwards en su nacimiento.

Jonathan Edwards encapsuló las últimas palabras de su vida. Primero habló de su amor por Sarah y exhortó a sus hijos a encontrar la fe en Dios. Entonces él le pidió que no se le otorgara un funeral elaborado, sino que el dinero disponible se destinara a obras de caridad. Y luego miró una vez más a Jesús.

Para aquellos a su alrededor, parecía que había caído inconsciente, y hablaban libremente de la pérdida que la universidad y la iglesia de Dios tendrían que soportar. Todavía oyó, y dijo una última frase: "Confía en Dios, y no necesitas temer".

A este, su último y más escueto sermón, ¿qué se le podría o debiera añadir?


Stephen R. Holmes es Profesor de Doctrina Cristiana en la Universidad del Rey en Londres y miembro del equipo de liderazgo de la Iglesia Bautista de Ashford.

 

Última modificación: martes, 31 de octubre de 2017, 11:02