Superando el Tribalismo (Dr. Feddes)
Superando el Tribalismo por David Feddes
De todos los problemas que amenazan a la humanidad, el tribalismo es uno de los peores. El tribalismo se preocupa solo de tu propia tribu y de nadie más. El tribalismo es el miedo a cualquiera fuera de tu propia tribu o grupo, el odio hacia personas de diferente origen, el desprecio por cualquiera que nos parezca extraño. El tribalismo es una reacción alérgica a cualquier persona diferente. El tribalismo es ver a las personas de otra raza o grupo como enemigos. El tribalismo puede ser mortal y es contagioso. Desplaza a grupos y a tribus e infecta con odio a naciones enteras.
Los resultados son terribles Cuando eres tribalista, dejas de pensar con claridad: juzgas a las personas por el color de su piel o por el nombre de su tribu o por su lugar de nacimiento, en lugar de ver quiénes son en realidad. Te vuelves paranoico e irracional. Cada vez que algo sale mal, culpas a las personas extrañas que no te gustan, y crees que están tramando algún tipo de complot secreto. El tribalismo ensucia la mente y estrangula el alma.
El tribalismo tiene un efecto terrible sobre el enemigo, y más allá de eso, por supuesto, está el daño para aquellos que son odiados. Basta con observar el siglo XX: la matanza Turca de los Armenios a principios de siglo, la destrucción Nazi de seis millones de Judíos a mediados de siglo, las masacres tribales en Ruanda y Bosnia a fines del siglo XX. Al comenzar el siglo XXI, muchos miles en la región sudanesa de Darfur han sido asesinados debido a conflictos étnicos y religiosos. Las tensiones tribales han traído peligro y muerte a Nigeria y a otras naciones. Esos son solo algunos ejemplos de cómo el tribalismo puede ser homicida.
¿Cómo podemos superar el tribalismo? ¿Cómo podemos vencer el racismo, la sospecha y las luchas étnicas? Esa es una de las preguntas más apremiantes en el mundo de hoy. En Europa Occidental, hay hostilidad hacia los inmigrantes y hacia los trabajadores extranjeros. En Europa del Este y en los Balcanes, los antiguos odios explotaron con una crueldad renovada después del colapso del comunismo. Canadá tiene tensiones constantes entre los francófonos, los angloparlantes y los pueblos aborígenes, diferencias que varios políticos han intentado resolver y no han podido. Y en los Estados Unidos, la tensión racial aún no es cosa del pasado. Entra en prácticas de contratación, préstamos bancarios, compras de vivienda y aplicación de la ley. Las acusaciones vuelan de un lado a otro del racismo y del racismo inverso. Incluso los campus universitarios, que se supone que son bastiones de comprensión y tolerancia, son afectados por incidentes raciales. Entonces, el tribalismo es un problema que no podemos permitirnos ignorar. Pero, ¿qué se puede hacer al respecto?
Intentando la Segregación y la Integración
La segregación no funciona. Ha habido quienes pensaban que la mejor forma de prevenir el conflicto era separar a los diferentes grupos e impedir que las diferentes facciones se mezclaran. Pero la segregación no previene el conflicto; lo promueve En los Estados Unidos, "separado, pero igual" resultó no ser muy igual. En Sudáfrica, la segregación racial dibujó líneas fronterizas que resultaron ser líneas de batalla. Con demasiada frecuencia, la segregación define la justicia como "solo nosotros". No elimina el tribalismo; lo convierte en una política oficial.
La segregación no funciona, ¿qué hay de la integración? Tal vez si los pueblos diferentes se mezclan y conviven durante un tiempo, aprenderán a apreciarse entre sí. Bueno, los Serbios y Bosnios se vieron obligados a vivir lado a lado durante más de cuarenta años bajo el régimen comunista, pero el odio se mantuvo. La integración no es suficiente. Los hutus y los tutsis vivían lado a lado en Ruanda, pero la desconfianza y el odio se hicieron más fuertes. La integración no es suficiente. En Nigeria y en otros países Africanos, personas de muchas tribus diferentes se reunieron bajo un gobierno nacional, y personas de diferentes tribus se congregaron en grandes ciudades y se mezclaron allí, pero la mezcla a veces puede conducir al conflicto. La integración no es suficiente. En los Estados Unidos, después de décadas de legislación de derechos civiles, de transporte forzado y de una mayor integración, la hostilidad racial sigue siendo un problema. La integración no es suficiente.
El hecho de que las personas vayan a las mismas escuelas, viajen en los mismos autobuses, vivan en los mismos barrios, compren en los mismos centros comerciales o trabajen en las mismas fábricas, no significa que se harán amigos. La integración política y social no es suficiente. Es ingenuo suponer que mientras más personas se relacionen entre sí, más se querrán unos a otros. Con la misma frecuencia, cuanto más están juntos, más se odian.
La integración no cura el tribalismo. Eso no es negar la importancia de los derechos civiles y la igualdad de oportunidades. Pero esas cosas no son suficientes. Nos pueden llevar solo hasta ahora. Reemplazar una política vieja con una política nueva aún no reemplazará el odio con amor. El problema más profundo no es legal o social; es espiritual. Necesitamos más que leyes nuevas; necesitamos corazones nuevos.
Rompiendo Barreras
Necesitamos el evangelio de Jesús. El evangelio declara que Jesús salva a personas de cada tribu, lengua, pueblo y nación y nos hace uno en él. Jesús rompe las barreras de la hostilidad. Jesús nos reconcilia con Dios, y nos reconcilia el uno con el otro. Jesús une a las personas que son completamente diferentes.
En el momento en que se escribieron los libros de la Biblia del Nuevo Testamento, el tribalismo era un problema tanto como hoy. El Imperio Romano trajo muchas nacionalidades diferentes bajo un sistema político. El imperio cubrió una vasta área multiétnica y puso en contacto a muchas personas diferentes. Pero la integración política no trajo unidad o entendimiento.
Hubo una división aguda entre Romanos y no Romanos. Los Romanos se gloriaban en su condición de la única superpotencia del mundo. Roma les dio a sus ciudadanos derechos que nadie más tenía. Tenían poco respeto por las personas cuyo territorio ocupaban, y los pueblos ocupados los odiaban de inmediato.
Y luego estaban los Griegos. Ellos veían solo dos tipos de personas en el mundo: Griegos y Bárbaros. Los Griegos tenían un legado de brillante filosofía, arte y cultura, y lo sabían. Los Griegos tenían cultura; todos los demás eran bárbaros. Ante sus ojos, era así de simple.
Hubo muchas otras divisiones étnicas también, pero quizás la más seria, desde la perspectiva de la Biblia, fue la división entre Judíos y no Judíos, también llamados Gentiles. Muchos Gentiles eran antijudíos. El emperador Claudio expulsó una vez a todos los Judíos que vivían en Roma. Los Gentiles eran antijudíos, y muchos Judíos despreciaban a los Gentiles y comúnmente hablaban de ellos como "perros". Se rehusaban a comer con los Gentiles o a quedarse en sus casas.
En medio de toda esta división y odio, el evangelio de Jesucristo estalló y explotó las barreras. El apóstol Pedro era un judío que vivía bajo la ocupación Romana, pero Dios guio a Pedro a presentarle el evangelio a Cornelio, un oficial del ejército Romano. Pedro bautizó a este "perro" Gentil y a toda su familia en la iglesia, e incluso se quedó en la casa de Cornelio unos días (Hechos 10). Anteriormente, el evangelista Judío Felipe llevó a un funcionario del gobierno negro de Etiopía a convertirse en un compañero creyente en Cristo (Hechos 8:26-40).
Y luego estaba Pablo, un Judío que se enorgullecía de su Judaísmo y que tenía poco significado para los no Judíos. Después de que Pablo se hizo Cristiano, Jesús lo envió a predicarles el evangelio a los Gentiles. Pablo trajo a Cristo a la empresaria griega Lidia. Pablo predicó en una reunión de intelectuales Griegos. Pablo les predicó a los funcionarios del gobierno Romano. Pablo plantó iglesias multiétnicas en toda Asia y Europa.
Una y otra vez, el evangelio reunió a la gente más improbable. Las barreras étnicas cayeron: Judíos, Griegos, Romanos, Asiáticos y Africanos fueron bautizados en la misma fe. Las barreras sociales cayeron: esclavos, mercaderes, funcionarios del gobierno y pescadores adoraban juntos en las mismas iglesias. Como dijo el apóstol Pablo: "No hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos" (Colosenses 3:11). Personas de diferentes orígenes seguían al mismo Señor Jesús, y buscaban vivir según las palabras de Jesús: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" (Juan 13:35)
¿Cómo puede el evangelio tomar a las personas que parecían no tener nada en común más que miedo, odio y disgusto mutuo, y convertirlas en una sola? La Biblia nos lo dice en Efesios 2. El capítulo tiene dos secciones principales. La primera mitad de Efesios 2 muestra cómo Jesús elimina la barrera entre Dios y nosotros, y la segunda mitad muestra cómo Jesús elimina la barrera que separa a las personas de diferentes tribus o naciones. Observa el orden aquí: Primero la reconciliación con Dios, luego la reconciliación entre las personas.
Reconciliados con Dios
Veamos primero nuestra relación con Dios. La Biblia muestra que cualesquiera que sean nuestras diferencias raciales y tribales, todos tenemos el mismo problema básico, y todos necesitamos la misma solución exacta. Pablo comienza Efesios 2 diciéndoles a sus lectores: "Cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados". Pablo dice que eran controlados por el poder de Satanás. Y lo aplica no solo a sus lectores, sino a sí mismo. "Todos nosotros", dice Pablo, "vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira." Es una imagen sombría: muertos en el pecado, dominados por Satanás, esclavos del egoísmo, objetos de la ira de Dios--¡todos nosotros!
Pero [dice la Biblia] Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
Es solo la gracia de Dios, su bondad inmerecida, lo que nos salva. Además de la muerte y de la resurrección de Jesús, estamos perdidos, todos nosotros. Todos tenemos el mismo problema básico, y todos necesitamos la misma salvación. Nadie está en condiciones de despreciar a nadie más. El suelo está nivelado al pie de la cruz. Es la sangre de Jesús la que nos hace rectos ante Dios, no nuestra ascendencia, nuestra tribu, nuestra cultura o cualquier otra cosa sobre nosotros. En Cristo no hay negro ni blanco, ni Árabe ni Judío, ni Asiático ni Latino, ni Yoruba ni Ibo, ni Hausa ni Tiv, ni inmigrante ni nativo, rico o pobre, sino solo pecadores salvados por la gracia de Dios y hechos uno en Cristo Jesús.
"Por gracia has sido salvo, por la fe" - ¿eso es cierto sobre ti? Jesucristo es el único que puede eliminar la barrera entre tú y Dios. Él murió y resucitó para hacer eso. Él es el único que puede quitar tu pecado. Él es el único que puede darte las incomparables riquezas de la vida eterna. Si aún no has puesto tu fe en Cristo, debes hacerlo. No importa quién seas, no importa dónde naciste, no importa tu raza o nacionalidad, no eres diferente a los demás. Necesitas a Jesús. Debes admitir que sin él, estás muerto en el pecado, estás bajo el poder de Satanás, estás lleno de deseos egoístas y mereces la ira de Dios. Entonces necesitas creer que la salvación es un regalo gratuito de la gracia de Dios en Jesucristo. Debes aceptar ese regalo para ti personalmente, confiando en lo que hizo Cristo lo hizo por ti. En ese punto, te conviertes en una nueva creación en Cristo. Comienzas a hacer las buenas obras que Dios ha estado preparando por adelantado para que hagas (v. 10). ¿Has puesto tu fe en Jesús? Según Efesios 2, esa es la única forma en que tú o yo podemos reconciliarnos con Dios.
Reconciliados Unos con Otros
Una vez que Cristo nos reconcilia con Dios, él nos reconcilia el uno con el otro. Él reúne a personas de orígenes muy diferentes y las hace uno en él. La segunda mitad de Efesios 2 muestra cómo Cristo rompe las barreras, en particular la barrera entre Judíos y Gentiles.
Hablamos antes sobre los Romanos, los Griegos, los Bárbaros, etc., y cómo se despreciaban mutuamente. Estas divisiones se basaban en el orgullo, en el miedo y en la intolerancia. Pero la barrera entre los Judíos y los Gentiles era diferente. Ciertamente, existía un prejuicio innecesario, pero no era solo una cuestión de prejuicio humano. También era la elección de Dios. El Señor había llamado a Abraham e Isaac y a Jacob y sus descendientes como un pueblo especial para él. Fue Dios quien distinguió a los Hebreos, los Judíos, de todos los demás mediante el ritual de la circuncisión y las leyes que le dio a Moisés. Fue Dios quien envió a sus profetas solo a los Israelitas. Y así, en cierto sentido, los judíos estaban en lo cierto cuando pensaban en ellos mismos como un pueblo apartado por Dios.
Pero de acuerdo con Efesios 2, todo eso ha cambiado. La barrera entre Judíos y Gentiles ha sido demolida en Cristo. Verán, Dios no escogió a los judíos solo por su propio bien, sino para que todas las naciones de la tierra sean bendecidas a través de ellos. Dios no dio la ley de Moisés y las varias profecías solo para favorecer a los judíos, sino como el primer paso hacia su propósito final, que estaba por venir, de bendecir a todas las naciones con la luz de su gracia y su verdad.
La elección de Dios del pueblo judío alcanzó su cumplimiento en Jesús el Mesías. El signo de la circuncisión ya no era importante. Los sacrificios y rituales de la ley de Moisés ya no eran necesarios. Estas ceremonias y señales se cumplieron en el último sacrificio en la cruz. La revelación de los caminos de Dios ya no se limitaba al pueblo Judío; Jesús les ordenó a sus discípulos que predicaran el evangelio a todas las naciones.
Todo lo que anteriormente les había impedido a los gentiles ser parte del pueblo especial de Dios fue aniquilado en la cruz, y las personas de todas las naciones que confiaban en Cristo serían bienvenidas y se les daría el mismo estatus, ya sea Judío o Gentil, ya sea Griego o Romano o Africano o Asiático o nativo Americano, o lo que sea. Ya no hacía ninguna diferencia; lo único que importaba era Cristo. Efesios 2:14 dice: "Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación". El evangelio anunciaba la paz con Dios para todos en los mismos términos: la fe en el Cristo crucificado y resucitado. Y al colocar a todos en el mismo terreno delante de Dios, los colocaba en el mismo terreno el uno con el otro.
No Más Extranjeros
Al final de Efesios 2, en los versículos 19-22, Dios nos muestra los privilegios que podemos obtener a través de la fe en Cristo y la unidad que tenemos con los hermanos Cristianos de todo idioma, raza y nación. Ya no somos extraños o extranjeros el uno para el otro. Dios nos muestra esto en imágenes de tres palabras: somos ciudadanos de su reino, somos miembros de su familia, y estamos construyendo bloques en su templo. Esto es lo que dice la Biblia:
Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.
¡Piénsalo! En Cristo no hay extranjeros, solo conciudadanos del reino de Dios. En Cristo no hay extraños, solo hermanos y hermanas de la familia de Dios. En Cristo, nuestras diferencias étnicas no son barreras feas; son la variedad hermosa de materiales que Dios usa para construir un espléndido templo para sí mismo.
Somos compañeros ciudadanos con todo el pueblo de Dios No somos forasteros; no somos extranjeros indocumentados; no tenemos una visa temporal; somos ciudadanos. Nosotros pertenecemos. Cristo es nuestro gobernante y la Biblia es nuestra constitución. No hay ciudadanos de segunda clase. Si has sido Cristiano durante dos meses, eres tan ciudadano como el que ha sido Cristiano durante sesenta años. Si eres de una nacionalidad diferente a la mayoría de las personas de tu iglesia, aún eres tan ciudadano al igual que ellos.
En el reino de Dios, nadie tiene más o menos derechos que cualquier otra persona. Todos nosotros tenemos derecho a la libertad que Cristo compró para nosotros. Todos nosotros tenemos el derecho de apelar directamente a nuestro Señor en oración. Todos nosotros tenemos el derecho de ser afirmados como ciudadanos plenos del Reino. La Biblia dice: "Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia" (Hechos 10: 34-35). El racismo y el tribalismo no tienen cabida en la iglesia de Cristo. Somos conciudadanos.
Y eso no es todo. No solo somos ciudadanos del mismo reino, sino que somos miembros de la misma familia; somos hermanos y hermanas en la casa de Dios. La iglesia de Cristo es un lugar donde el mismo gobernante nos otorga los mismos derechos, pero también es un lugar donde el mismo Padre nos abraza con el mismo amor. Él ha adoptado en su familia a personas de toda tribu, lengua, pueblo y nación.
Si eres padre o madre con niños pequeños, tal vez ellos te preguntaron: "¿A quién amas más, a mí o a mi hermana?" ¿Qué dices? "Los amo a todos de la misma manera". Todos los niños son diferentes, esta variedad es el condimento de la vida familiar, pero todos son especiales para ti. Uno no es amado más o menos que el siguiente. Así es en la familia de Dios. A veces, nos gustaría pensar que Dios tiene favoritos, y que nosotros lo somos. "¿A quién amas más, Señor, a mí o a mi hermana? ¿A mí o a mi hermano? ¿A mi nación o a una nación diferente? ¿A mi tribu o a esa otra tribu?" Pero en la casa de Dios, todos son amados con un amor eterno. El Señor nos ama a cada uno de nosotros lo suficiente como para morir por nosotros. Él nos ama a cada uno de nosotros lo suficiente como para compartir la fortuna familiar con nosotros. Él les da a todos sus hijos vida eterna y riquezas incomparables.
Lo que es más, el Señor incluso nos da el derecho de reinar con él. En la casa de Dios, eres la hija de un Rey, y eso te convierte en una princesa. Eres el hijo de un Rey, y eso te convierte en un príncipe. La Biblia dice que juzgaremos el mundo; e incluso juzgaremos a los ángeles (1 Corintios 6:2-3). Reinaremos con Cristo por los siglos de los siglos (Apocalipsis 22:5).
Eso es parte de pertenecer a la familia de Dios, y eso significa que debemos afirmarnos, respetarnos y amarnos unos a otros. Necesito tratar a cada Cristiano que conozco como hermano o hermana, como un príncipe o una princesa. No puedo pretender que Dios ama a uno más que a otro. Somos hermanos y hermanas en Cristo, amados por el mismo Padre, destinados a la misma gran herencia, miembros de la misma casa.
Y finalmente, de acuerdo con Efesios 2, todos somos parte del mismo magnífico proyecto de construcción. Dios usa muchos materiales de construcción diferentes, con muchas formas, tamaños y colores, para edificar un templo para sí mismo. Toma las diferencias culturales que una vez causaron separación y las convierte en motivo de celebración. Él convierte las barreras en bloques de construcción.
Entonces, en lugar de intentar obligar a todas las culturas a ser como la nuestra, podemos celebrar la espléndida variedad de personas que Dios edifica en su templo. Nos regocijamos en la unidad, no en la uniformidad. No todos somos iguales; somos diferentes. Pero tenemos el mismo fundamento, el mensaje del evangelio de los profetas y apóstoles registrado en la Biblia, y todos estamos unidos por la misma piedra angular, nuestro Señor Jesucristo. Con toda nuestra variedad, somos "juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu".
Ciudadanos del mismo reino, miembros de la misma familia, partes del mismo templo--Cristo trae unidad en nuestra diversidad. ¡Confía en Jesús! Él es la cura para el tribalismo que enferma nuestras almas y que divide nuestro mundo. Jesús es vida y alegría para todos los excluidos y despreciados. Jesús ha derribado las barreras entre Dios y nosotros. Jesús ha derribado las barreras entre diferentes grupos de personas. ¡Vive en su amor!
Preparado originalmente por David Feddes para Ministerios de Regreso a Dios Internacional. Usado con permiso.