La Declaración de Chicago sobre la Aplicación Bíblica

Esta declaración es la tercera y última en una trilogía de Cumbres patrocinadas por el Consejo Internacional sobre Inerrancia Bíblica. 
La Primera Cumbre (del 26 al 28 de Octubre de 1978) produjo la Declaración de Chicago sobre la Inerrancia Bíblica. La Segunda Cumbre (del 10 al 13 de noviembre de 1982) dio como resultado la Declaración de Chicago sobre Hermenéutica Bíblica. Esta última conferencia, la Tercera Cumbre (del 10 al 13 de diciembre de 1986), redactó la Declaración de Chicago sobre la Aplicación Bíblica. Con esta declaración, se ha completado el trabajo académico propuesto de ICBI, ya que la doctrina de la inerrancia ha sido definida, interpretada y aplicada por muchos de los principales eruditos evangélicos de nuestros días.

Nota

Los participantes de la Tercera Cumbre firmaron la siguiente Declaración de Afirmaciones y Negaciones con el siguiente prefacio:
"Como participante de la Tercera Cumbre de ICBI, me suscribo a estos artículos como una expresión de mi acuerdo sobre su impulso general".

Artículo de Afirmación y Negación

Artículo I: El Dios Vivo

Afirmamos que el único Dios verdadero y vivo es el creador y el sustentador de todas las cosas. 
Afirmamos que este Dios puede ser conocido a través de su revelación de Sí mismo en Su Palabra escrita inerrante. 
Afirmamos que este único Dios existe eternamente en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, cada una de las cuales es completamente Dios. 
Afirmamos que este Dios vivo, actuante y hablante entró en la historia a través del Hijo Jesucristo para llevar salvación a la raza humana. 
Afirmamos que el carácter revelado y la voluntad de Dios son el fundamento de toda moralidad.

Negamos que el lenguaje humano de las Escrituras sea inadecuado para informarnos quién es Dios o cómo es Él. 
Negamos que la doctrina de la Trinidad sea una contradicción o esté basada en una ontología inaceptable. 
Negamos que la noción de Dios deba acomodarse al pensamiento moderno que no tiene lugar para los conceptos de pecado y salvación.

Artículo II: El Salvador y Su Obra.

Afirmamos que Jesucristo es Dios verdadero, engendrado del Padre desde toda la eternidad, y también verdadero hombre, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la virgen María. 
Afirmamos que la unión indivisible de la deidad completa con la humanidad plena en la única persona de Jesucristo es esencial para su obra salvadora. 
Afirmamos que Jesucristo, a través de Su sufrimiento vicario, su muerte y su resurrección, es el único Salvador y Redentor del mundo. 
Afirmamos que la salvación es solo por fe solamente en Jesucristo. 
Afirmamos que Jesucristo, tal como se revela en las Escrituras, es el modelo supremo de la vida piadosa que es nuestra en y por medio de él.

Negamos que la Escritura justifique cualquier proclamación u oferta de salvación, excepto sobre la base de la obra salvadora de Cristo crucificado y resucitado. 
Negamos que aquellos que mueren sin Cristo puedan salvarse en la vida venidera. 
Negamos que las personas capaces de elección racional puedan salvarse sin una fe personal en el Cristo bíblico. 
Negamos que presentar a Jesucristo como un ejemplo moral sin referencia a su deidad y a su expiación sustitutiva haga justicia a la enseñanza de las Escrituras. 
Negamos que una comprensión adecuada del amor y la justicia de Dios justifique la esperanza de la salvación universal.

Artículo III: El Espíritu Santo y Su Obra.

Afirmamos que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad Divina y que su obra es esencial para la salvación de los pecadores. 
Afirmamos que el conocimiento verdadero y salvador de Dios es dado por el Espíritu de Dios ya que Él autentifica e ilumina la Palabra de la Escritura canónica, de la cual Él es el autor principal. 
Afirmamos que el Espíritu Santo guía al pueblo de Dios, dándoles sabiduría para aplicar las Escrituras a los asuntos modernos y a la vida cotidiana. 
Afirmamos que la vitalidad de la iglesia en la adoración y el compañerismo, su fidelidad en la confesión, su fecundidad en el testimonio y su poder en la misión dependen directamente del poder del Espíritu Santo.

Negamos que cualquier punto de vista que dispute la tripersonalidad esencial del único Dios sea compatible con el evangelio. 
Negamos que alguna persona pueda decir desde el corazón que Jesús es Señor prescindiendo del Espíritu Santo. 
Negamos que el Espíritu Santo, desde la edad apostólica, haya dado, o que ahora brinde, una nueva revelación normativa a la iglesia. 
Negamos que se deba dar el nombre de renovación a cualquier movimiento en la iglesia que no implique un sentido más profundo del juicio y la misericordia de Dios en Cristo.

Artículo IV: La Iglesia y su Misión

Afirmamos que la inspiración del Espíritu Santo le da a la Biblia su autoridad canónica, y que el papel de la iglesia fue y es reconocer y afirmar esta autoridad. 
Afirmamos que la iglesia es apostólica ya que recibe y está establecida sobre la doctrina de los apóstoles registrada en las Escrituras y ésta continúa proclamando el evangelio apostólico. 
Afirmamos que las marcas identificativas de las iglesias locales son la confesión y proclamación fiel de la Palabra de Dios, y la administración responsable del bautismo y de la Cena del Señor. 
Afirmamos que las iglesias están sujetas a la Palabra de Cristo en su orden y en su doctrina. 
Afirmamos que además de su compromiso con una iglesia local, los Cristianos pueden involucrarse adecuadamente en organizaciones paraeclesiásticas para el ministerio especializado. 
Afirmamos que Cristo llama a la iglesia a servirle mediante su adoración, nutrimiento y testimonio como su pueblo en el mundo. 
Afirmamos que Cristo envía a la iglesia a todo el mundo para hacer un llamamiento a la humanidad pecaminosa hacia la fe, el arrepentimiento y la justicia. 
Afirmamos que la unidad y la claridad de las Escrituras nos alientan a tratar de resolver las diferencias doctrinales entre los Cristianos, y así manifestar la unidad de la iglesia en Cristo.

Negamos que la iglesia pueda otorgarle autoridad canónica a las Escrituras. 
Negamos que la iglesia esté constituida por la voluntad y las tradiciones de los hombres. 
Negamos que la iglesia pueda unir la conciencia sin la Palabra de Dios. 
Negamos que la iglesia pueda liberarse de la autoridad de la Palabra escrita de Dios y aún ejercer una disciplina válida en el nombre de Cristo. 
Negamos que la iglesia pueda acomodarse a las demandas de una cultura particular si esas demandas entran en conflicto con la revelación de las Escrituras, o si restringen la libertad de la conciencia Cristiana. 
Negamos que las diferentes situaciones culturales invaliden el principio bíblico de la igualdad entre hombres y mujeres o los requisitos bíblicos para sus roles en la iglesia.

Artículo V: La Santidad de la Vida Humana

Afirmamos que Dios el Creador es soberano sobre toda la vida humana y la humanidad es responsable ante Dios de preservarla y protegerla. 
Afirmamos que la santidad de la vida humana se basa en la creación de la humanidad a imagen y semejanza de Dios. 
Afirmamos que la vida de un ser humano comienza en la concepción (fecundación) y continúa hasta la muerte biológica; por lo tanto, el aborto (excepto cuando la continuación del embarazo amenaza de forma inminente la vida física de la madre), el infanticidio, el suicidio y la eutanasia son formas de asesinato. 
Afirmamos que la visión penal de la justicia social es compatible con la santidad de la vida humana. 
Afirmamos que retener alimentos o agua para causar o acelerar la muerte es una violación de la santidad de la vida. 
Afirmamos que debido a que el avance de la tecnología médica ha oscurecido la distinción entre la vida y la muerte, es esencial evaluar cada caso terminal con el mayor cuidado para preservar la santidad de la vida humana.

Negamos que la calidad de la vida humana tenga prioridad sobre su santidad. 
Negamos que la santidad de la vida prenatal niegue la corrección de los procedimientos médicos necesarios para preservar la vida de la madre embarazada. 
Negamos que matar en defensa propia, en la pena capital administrada por el estado o en guerras justamente peleadas sea necesariamente una violación de la santidad de la vida humana. 
Negamos que aquellos que rechazan una base divina para la ley moral estén exentos de la obligación ética y social de preservar y proteger la vida humana inocente. 
Negamos que permitir que la muerte sin intervención médica prolongue la vida es siempre una violación de la santidad de la vida humana.

Artículo VI: El Matrimonio y la Familia

Afirmamos que el propósito del matrimonio es glorificar a Dios y extender su Reino en la tierra en una institución que provea castidad, compañía, procreación y educación Cristiana de los niños. 
Afirmamos que dado que el matrimonio es un pacto sagrado ante Dios que une a un hombre y a una mujer como una sola carne, la iglesia y el estado deben exigir fidelidad a la intención de Dios de que éste sea un vínculo permanente. 
Afirmamos que en el patrón del matrimonio ordenado por Dios, el esposo como cabeza es el amoroso sirviente-líder de su esposa, y la esposa como ayuda en compañía sumisa es una compañera completa con su esposo. 
Afirmamos que la crianza amorosa y la disciplina de los hijos es un deber ordenado por Dios hacia los padres, y que la obediencia ordenada por Dios hacia a los padres es un deber de los hijos. 
Afirmamos que la iglesia tiene la responsabilidad de nutrir a la familia. 
Afirmamos que la honra a los padres es un deber de por vida para todas las personas e incluye la responsabilidad del cuidado de los ancianos. 
Afirmamos que la familia debe realizar muchos servicios ahora comúnmente asumidos por el estado.

Negamos que el placer y la autorrealización sean la base del matrimonio y que las dificultades sean una causa justificada para romper el pacto matrimonial. 
Negamos que el ideal bíblico del matrimonio pueda ser cumplido por una pareja que viva junta sin un pacto legal o por cualquier forma de cohabitación entre personas del mismo sexo o grupo. 
Negamos que el estado tenga el derecho de legitimar los puntos de vista sobre el matrimonio y sobre la unidad familiar que contravienen los estándares bíblicos. 
Negamos que las cambiantes condiciones sociales hagan que el matrimonio ordenado por Dios o los roles familiares sean obsoletos o irrelevantes. 
Negamos que el estado tenga el derecho de usurpar la responsabilidad parental designada bíblicamente.

Artículo VII: El Divorcio y las Segundas Nupcias

Afirmamos que el matrimonio de Adán y Eva como una relación monógama de por vida es el patrón para todos los matrimonios dentro de la raza humana. 
Afirmamos que Dios une al esposo y a la esposa en todos los matrimonios pactados y consumados, y que hará moralmente responsables a aquellos que rompan los pactos. 
Afirmamos que, dado que la esencia del pacto matrimonial es el compromiso de toda la vida con el socio del pacto, la acción en relación con un colapso matrimonial debería al menos inicialmente apuntar a la reconciliación de los socios y a la restauración del matrimonio. 
Afirmamos que Dios odia el divorcio, sin importar el motivo. 
Afirmamos que, aunque Dios odia el divorcio, en un mundo pecaminoso, la separación a veces es aconsejable y el divorcio a veces es inevitable. 
Afirmamos que Dios perdona a los pecadores arrepentidos, incluso a aquellos que han pecado al romper sus matrimonios. 
Afirmamos que la iglesia local tiene la responsabilidad de disciplinar a aquellos que violan las normas bíblicas para el matrimonio, restaurar compasivamente a aquellos que se arrepientan y ministrar fielmente la gracia de Dios a aquellos cuyas vidas han sido marcadas por la ruptura matrimonial.

Negamos que exista contradicción dentro de las Escrituras sobre el tema del divorcio y las segundas nupcias. 
Negamos que sea pecaminoso separarse o vivir separado de un cónyuge promiscuo o abusivo.

Artículo VIII: Las Desviaciones Sexuales

Afirmamos que las Escrituras revelan los estándares de Dios para las relaciones sexuales, cuya desviación es pecaminosa. 
Afirmamos que las relaciones sexuales son legítimas solo en una relación matrimonial heterosexual. 
Afirmamos que la gracia de Dios en Cristo puede liberar a hombres y mujeres de la esclavitud a la práctica sexual desviada, ya sean heterosexuales u homosexuales, y que la iglesia debe asumir la responsabilidad de restaurar a dichos miembros hacia una vida que honre a Dios. 
Afirmamos que Dios ama tanto a los homosexuales como a otros pecadores, y que las tentaciones homosexuales pueden ser resistidas en el poder de Cristo para la gloria de su gracia, tal como lo hacen otras tentaciones. 
Afirmamos que los Cristianos deben ejercer compasión, amabilidad y perdón en el ministerio de la gracia de Dios hacia aquellos cuyas vidas han sido marcadas por desviaciones sexuales. 
Afirmamos que la realización humana no depende de impulsos sexuales satisfactorios; el hedonismo y las filosofías relacionadas que fomentan la sexualidad promiscua son erróneas y conducen a la ruina. 
Afirmamos que la pornografía amenaza el bienestar de las personas, de las familias y de las sociedades enteras, y que le corresponde a los Cristianos tratar de suprimir su producción y distribución.

Negamos que la práctica homosexual pueda agradar a Dios. 
Negamos que la herencia, el condicionamiento infantil u otras influencias ambientales puedan excusar el comportamiento sexual desviado. 
Negamos que el abuso sexual o la explotación de niños en general y las relaciones incestuosas en particular puedan justificarse alguna vez. 
Negamos que sea inútil buscar la liberación de las prácticas homosexuales u otras formas de desviación sexual. 
Negamos que la sanidad de la desviación sexual sea ​​ayudada por la condenación sin compasión o por la compasión sin la aplicación de la verdad de las Escrituras, en una esperanza certera.

Artículo IX: El Estado, Bajo Dios

Afirmamos que Dios estableció el gobierno civil como un instrumento de su gracia común, para refrenar el pecado, mantener el orden, y promover la justicia civil y el bienestar general. 
Afirmamos que Dios otorga a los gobiernos civiles el derecho de usar la fuerza coercitiva para la defensa y el aliento de aquellos que hacen el bien y para el castigo justo de aquellos que hacen el mal. 
Afirmamos que es apropiado y deseable que los Cristianos participen en el gobierno civil y aboguen por la promulgación de leyes para el bien común de acuerdo con la ley moral de Dios. 
Afirmamos que es deber de las personas Cristianas orar por las autoridades civiles y obedecerlas, excepto cuando tal obediencia implique la violación de la ley moral de Dios o descuide las responsabilidades ordenadas por Dios sobre el testimonio Cristiano. 
Afirmamos que los gobiernos tienen la responsabilidad ante Dios de establecer y hacer cumplir leyes que estén de acuerdo con la ley moral de Dios en lo que respecta a las relaciones humanas. 
Afirmamos que el gobierno de la iglesia de Cristo a través de Su Palabra no debe confundirse con el poder que Él otorga a los gobiernos civiles; tal confusión comprometerá la pureza del evangelio y violará la conciencia de los individuos. 
Afirmamos que cuando las familias o las iglesias desatienden sus deberes bíblicamente definidos, poniendo así en peligro el bienestar de sus miembros, el estado puede intervenir legítimamente.

Negamos que el estado tenga el derecho de usurpar la autoridad de otras esferas de vida dadas por Dios, especialmente en la iglesia y en la familia. 
Negamos que el Reino de Dios pueda ser establecido por el poder coercitivo de los gobiernos civiles. 
Negamos que el estado tenga el derecho de prohibir la oración voluntaria y otros ejercicios religiosos voluntarios en un momento apropiado en la escuela pública. 
Negamos que el establecimiento providencial de Dios de un gobierno en particular confiera bendiciones especiales, lejos de la ejecución justa y fiel de sus deberes por parte del gobierno. 
Negamos que la creencia religiosa sea un prerrequisito esencial para el servicio en el gobierno civil, o que su ausencia invalide la autoridad legal de quienes gobiernen. 
Negamos que el Reino de Dios pueda ser establecido por el poder de los gobiernos civiles. 
Negamos que el gobierno tenga el derecho de prescribir oraciones específicas o formas de ejercicio religioso para sus ciudadanos.

Artículo X: La Ley y la Justicia

Afirmamos que las Escrituras son el único registro infalible de principios morales invariables básicos para una sólida jurisprudencia y una filosofía adecuada de los derechos humanos. 
Afirmamos que Dios ha grabado su imagen en los corazones de todas las personas para que sean moralmente responsables ante él por sus acciones como individuos y como miembros de la sociedad. 
Afirmamos que la ley revelada de Dios, la naturaleza moral de la humanidad y la legislación humana sirven para restringir el orden político caído del caos y la anarquía y para señalarle a la humanidad la necesidad de la redención en Jesucristo. 
Afirmamos que el Evangelio no puede ser legislado y que la Ley no puede salvar a los pecadores.

Negamos que el positivismo legal, o cualquier otra filosofía humanista de la ley, pueda satisfacer la necesidad de estándares absolutos de ley y de justicia. 
Negamos que alguna persona o sociedad cumpla con los estándares de Dios para justificarse a sí mismo, a sí misma ante el tribunal de la justicia absoluta de Dios. 
Negamos que cualquier orden político, económico o social esté libre de las consecuencias mortales del pecado original o sea capaz de ofrecer una solución utópica o sustituir a la sociedad perfecta que solo Cristo establecerá en Su segunda venida.

Artículo XI: La Guerra

Afirmamos que Dios desea la paz y la rectitud entre las naciones y condena las guerras de agresión.
Afirmamos que los estados legítimos tienen el derecho y el deber de defender sus territorios y a sus ciudadanos contra la agresión y la opresión de otras potencias, incluida la provisión para una adecuada defensa civil de la población. 
Afirmamos que en la legítima defensa de sus territorios y ciudadanos, los gobiernos solo deberían usar medios de guerra. 
Afirmamos que los estados en guerra deben esforzarse por todos los medios posibles para minimizar las bajas civiles.

Negamos que la causa de Cristo pueda ser defendida con armas terrenales. 
Negamos que los Cristianos tengan prohibido usar armas en defensa de estados legales. 
Negamos que la matanza indiscriminada de civiles pueda ser una forma moral de guerra. 
Negamos que las circunstancias de la guerra moderna destruyan el derecho y el deber del gobierno civil de defender sus territorios y a sus ciudadanos.

Artículo XII: La Discriminación y los Derechos Humanos

Afirmamos que Dios, quien creó al hombre y a la mujer a su imagen, les ha otorgado a todos los seres humanos derechos fundamentales que deben ser protegidos, sostenidos y fomentados en los niveles naturales y espirituales. 
Afirmamos que todos los seres humanos son finalmente responsables ante Dios por el uso de estos derechos. 
Afirmamos que los Cristianos deben apoyar y defender los derechos de los demás mientras están dispuestos a renunciar a sus propios derechos para el bien de los demás. 
Afirmamos que los Cristianos son amonestados a seguir el ejemplo compasivo de Jesús al ayudar a soportar las cargas de aquellos cuyos derechos humanos han disminuido.

Negamos que cualquier supuesto derecho humano que viole la enseñanza de las Escrituras sea ​​legítimo. 
Negamos que sea aceptable cualquier acto que dañe o disminuya la vida natural o espiritual de otra persona al violar los derechos humanos de esa persona. 
Negamos que la edad, la discapacidad, la desventaja económica, la raza, la religión o el sexo utilizados como base de la discriminación puedan justificar la negación del ejercicio o el disfrute de los derechos humanos. 
Negamos que el elitismo o la búsqueda de poder sean compatibles con el llamado de Cristo a dedicar nuestros derechos a Su servicio.

Artículo XIII: La Economía

Afirmamos que los principios económicos válidos pueden ser encontrados en las Escrituras y deben formar parte integral de un mundo Cristiano y de una visión de la vida. 
Afirmamos que los recursos materiales son una bendición de Dios, que se disfrutan con acción de gracias, y se deben ganar, administrar y compartir como una mayordomía bajo Dios. 
Afirmamos que los Cristianos deben dar sacrificadamente de sus recursos para apoyar la obra de la iglesia de Dios. 
Afirmamos que el uso de recursos personales y materiales para la proclamación del evangelio es necesario tanto para la salvación de la humanidad perdida como para superar la pobreza, donde ésta es fomentada mediante la adhesión a los sistemas religiosos no Cristianos. 
Afirmamos que la compasión activa por los pobres y oprimidos es una obligación que Dios impone a todos los seres humanos, especialmente a aquellos con recursos. 
Afirmamos que la posesión de riqueza impone obligaciones a sus poseedores. 
Afirmamos que el amor al dinero es una fuente de gran maldad. 
Afirmamos que la depravación humana, la avaricia y la voluntad de poder fomentan la injusticia económica y subvierten la preocupación por los pobres. 
Afirmamos que la Biblia afirma el derecho de propiedad privada como una mayordomía bajo Dios.

Negamos que las Escrituras enseñen directamente alguna ciencia de la economía, aunque existen principios de economía que pueden derivarse de las Escrituras. 
Negamos que las Escrituras enseñen que la compasión por los pobres debe ser expresada exclusivamente a través de un sistema económico particular. 
Negamos que las Escrituras enseñen que el dinero o la riqueza sean inherentemente malvados. 
Negamos que las Escrituras respalden el colectivismo económico o el individualismo económico. 
Negamos que las Escrituras prohíban el uso de recursos de capital para generar ingresos. 
Negamos que el enfoque apropiado de la esperanza de un Cristiano sea la prosperidad material. 
Negamos que los Cristianos usen sus recursos principalmente para la autogratificación. 
Negamos que la salvación del pecado implique necesariamente la liberación económica o política.

Artículo XIV: El Trabajo y el Ocio

Afirmamos que Dios creó a la humanidad a su imagen y que por gracia los adaptó para el trabajo y para el ocio. 
Afirmamos que en todo trabajo honorable, aunque sea servil, Dios trabaja con y a través del trabajador. 
Afirmamos que el trabajo es el medio divinamente ordenado por el cual glorificamos a Dios y suplimos nuestras propias necesidades y las de los demás. 
Afirmamos que los Cristianos deben trabajar lo mejor que puedan para agradar a Dios. 
Afirmamos que las personas deben someterse humildemente y ejercer con rectitud cualquier autoridad que opere en su esfera de trabajo. 
Afirmamos que en su trabajo las personas deberían buscar primero el reino y la justicia de Dios, dependiendo de Él para suplir sus necesidades materiales. 
Afirmamos que la compensación debe ser una recompensa justa por el trabajo realizado sin discriminación.  
Afirmamos que el ocio, en el equilibrio apropiado con el trabajo, es ordenado por Dios y debe disfrutarse para su gloria. 
Afirmamos que el trabajo y su producto no solo tienen valor temporal sino también eterno cuando se hace y se usa para la gloria de Dios.

Negamos que las personas deban continuar su trabajo para satisfacerse y gratificarse a sí mismas en lugar de servir y agradar a Dios. 
Negamos que los ricos tengan más derecho al ocio que los pobres. 
Negamos que ciertos tipos de trabajo les otorguen a las personas mayor valor ante los ojos de Dios que a otras personas. 
Negamos que el Cristiano deba depreciar el ocio o hacer un objetivo de éste.

Artículo XV: La Riqueza y la Pobreza

Afirmamos que Dios, quien es justo y amoroso, tiene una preocupación especial por los pobres en su difícil situación. 
Afirmamos que Dios exige una mayordomía responsable por parte de Su pueblo tanto de sus vidas como de sus recursos. 
Afirmamos que el esfuerzo sacrificial para aliviar la pobreza, la opresión y el sufrimiento de los demás es un sello distintivo del discipulado Cristiano. 
Afirmamos que al igual que los ricos no deberían ser codiciosos, los pobres no deberían ser codiciosos.

Negamos que podamos llamarnos con razón discípulos de Cristo si no nos preocupamos activamente por los pobres, por los oprimidos y por los que están en sufrimiento, especialmente por los de la familia de la fe. 
Negamos que siempre podamos considerar la prosperidad o la pobreza como la medida de nuestra fidelidad a Cristo. 
Negamos que sea necesariamente incorrecto que los Cristianos sean ricos o que algunas personas posean más que otras.

Artículo XVI: El Cuidado del Medio Ambiente

Afirmamos que Dios creó el ambiente físico para su propia gloria y para el bien de sus criaturas humanas. 
Afirmamos que Dios delegó a la humanidad para gobernar la creación. 
Afirmamos que la humanidad tiene más valor que el resto de la creación. 
Afirmamos que el dominio de la humanidad sobre la tierra impone la responsabilidad de proteger y cuidar su vida y sus recursos. 
Afirmamos que los Cristianos deberían abrazar la investigación científica responsable y su aplicación en la tecnología. 
Afirmamos que el cuidado de la tierra del Señor incluye el uso productivo de sus recursos, los cuales siempre deben reponerse en la medida de lo posible. 
Afirmamos que la contaminación evitable de la tierra, del aire, del agua o del espacio es irresponsable.

Negamos que el cosmos carezca de valor, con excepción de la humanidad. 
Negamos que el punto de vista bíblico autorice o aliente la explotación derrochadora de la naturaleza. 
Negamos que los Cristianos deberían abrazar el repudio contracultural de la ciencia o la creencia errónea de que la ciencia es la esperanza de la humanidad. 
Negamos que las personas o las sociedades deban explotar los recursos del universo para su propio beneficio a expensas de otras personas y sociedades. 
Negamos que una cosmovisión materialista pueda proporcionar una base adecuada para reconocer los valores ambientales.

 

Última modificación: martes, 16 de enero de 2018, 09:15