La Deidad de Jesús Revelada en Palabras y Obras 

por David Feddes

Hay más de lo que parece para algunas personas. Puedes pensar que conoces a alguien y, sin embargo, no ves quién es realmente o qué puede hacer. Una persona que creció en la calle se convierte en una autora famosa y exclamas: "No sabía que ella tenía ese talento". Alguien que conociste como un niño más en tu dormitorio de la universidad termina dirigiendo una corporación gigante, y dices, "¡Guau!¡Nunca lo habría adivinado!" Si creces con personas o las ves mucho, sientes que las conoces, y tiendes a pensar que son bastante ordinarias. Incluso cuando hacen cosas asombrosas, puede ser difícil de creer que sean tan geniales.

Ahora, si es difícil de creer que alguien con quien estás familiarizado tenga talentos ocultos, ¿qué tan difícil sería creer que un chico que creció en tu ciudad natal sea realmente Dios? ¡Qué pensamiento tan ridículo! ¿Dios? ¡De ninguna manera!

Jesús creció en la ciudad de Nazaret. Sus vecinos pensaban que lo conocían bastante bien. Pensaban que conocían bastante bien a su familia. Lo vieron crecer con los otros niños de la ciudad. Lo vieron trabajar con madera en un taller de carpintería.

Pero cuando Jesús cumplió los treinta años, dejó su vida tranquila y ordinaria en Nazaret y comenzó a predicar y a hacer milagros en algunas de las ciudades cercanas. Las historias sobre Jesús comenzaron a regresar a su ciudad natal, y la gente de Nazaret se sorprendió. Debieron haber pensado: "¿Este hombre Jesús, un maestro brillante con poderes milagrosos? ¡Venga! ¿Cómo puede ser? ¡Hemos conocido a este tipo desde que estaba en pañales! Lo hemos visto jugar. Lo hemos escuchado llorar. Lo hemos visto aserrar madera. Tenía sudor en la frente y suciedad debajo de las uñas, como cualquier otra persona que trabaja con sus manos".

Era difícil creer que Jesús fuera alguien especial, pero los rumores sobre su predicación y sus milagros maravillosos seguían flotando hacia Nazaret. Entonces, un día, Jesús regresó. La gente local estaba ansiosa por saber si el chico de la ciudad natal era realmente tan bueno como decían los rumores. Se aglomeraron en su lugar de reunión, la sinagoga, para escucharlo. Cuando habló, se asombraron. Realmente los sorprendió—tuvieron que admitirlo. Pero luego tomaron el control sus viejos hábitos mentales y su sentimiento de familiaridad. ¿Cómo podría ser tan genial este tipo que conocían tan bien?

"¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros?", Preguntaron. "¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas?" Y se escandalizaban de él. Mateo 13:54-56

La gente de Nazaret sabía exactamente cómo era Jesús, y su aspecto no los impresionaba. Conocían a su familia y su familia no los impresionaba. "No hay dudas al respecto", pensaba la gente de la ciudad natal. "Este hombre Jesús es tan humano como cualquiera de nosotros; no es nadie especial". Tenían razón en que Jesús era tan humano como cualquier persona. Pero se equivocaron al pensar que no era nadie especial. Estaban tan ocupados viendo a Jesús como uno de ellos que no podían verlo como algo más.

La gente de Nazaret no fue la única que tuvo problemas para reconocer a Dios en la persona de Jesús. Por un tiempo, sus propios hermanos no creyeron en él (Juan 7:5), y sus discípulos no siempre estuvieron seguros de qué hacer con Jesús. Vieron algo especial en Jesús, pero no entendieron de inmediato que este hombre al que amaban y admiraban tanto era en realidad Dios como hombre.

Una vez, cuando Jesús estaba hablando en privado con sus amigos, dijo: "Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto". Esa declaración desconcertó a los amigos de Jesús. Habían escuchado a Jesús hablar a menudo de Dios como su Padre, pero ¿qué podría querer decir al mencionar que ya conocían al Padre y que ya lo habían visto?

Uno de los discípulos, Felipe, exclamó: "Señor, muéstranos el Padre, y nos basta". Felipe estaba pidiendo una demostración directa de quién era Dios. "Si tan solo pudiéramos verlo, si tan solo nos lo mostraras, entonces conoceríamos a Dios".

Jesús le respondió: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?

Jesús estaba diciendo, en esencia, "¿Me estás pidiendo que te muestre a Dios? ¡Abre tus ojos! ¿No me reconoces? Si me has visto, has visto a Dios".

Pero, te podrías preguntar, ¿cómo podría esperarse que los discípulos reconocieran a Dios frente a este carpintero/maestro? ¿Y cómo puede esperarse que reconozcamos a Jesús como divino? Jesús señaló dos tipos de evidencia que deberían hacer esto obvio: sus palabras y sus obras. "Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta", dijo Jesús. "sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras". Las palabras de Jesús no son solo las palabras de un hombre, sino las palabras de Dios. Entonces debemos creer que Jesús es Dios por la pura autoridad de lo que él dice. Y si no percibimos la autoridad divina de sus palabras, todavía debemos verlo como Dios simplemente sobre la base de sus milagros y sobre el poder divino que se muestra en ellos. Jesús dijo: " Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras" (Juan 14:8-11)

Nadie que conoció a Jesús tuvo dudas de que él era completamente humano. Y sin embargo ... y sin embargo ... había algo más que humano en él. Él anduvo de un sitio para otro diciendo cosas que solo Dios podía decir y haciendo cosas que solo Dios podía hacer. La verdad acerca de Jesús es esta: Jesús es tan humano como tú o como yo, y al mismo tiempo es tan divino como Dios el Padre.

Esa es la verdad, pero no todos en aquel entonces la creían, y aún hoy, no todos la creen. Algunas personas no le prestan mucha atención a Jesús ni ven nada especial acerca de él. Otros, como los Testigos de Jehová y los musulmanes, creen que Jesús era un hombre especial, pero no creen que él sea Dios. Incluso algunas personas supuestamente cristianas pueden ver a Jesús como un gran hombre y como un excelente ejemplo, pero no pueden aceptar que Jesús sea Dios. Si eres de los que no ven a Jesús como Dios, o si alguna vez hablas con otros que piensan de esa manera, sigue escuchando. Veremos cómo las palabras y las obras de Jesús lo revelan como Dios. Jesús parecía un hombre común, pero hablaba como Dios y actuaba como Dios. Las palabras que habló y los milagros que hizo, muestran que él es Dios tanto como es hombre. Sus palabras resonaban con autoridad divina, y sus obras irradiaban poder divino. Echemos un vistazo más de cerca, primero a sus palabras y después a sus obras.


Hablando Como Dios

Había algo especial acerca de las palabras de Jesús, sobre lo que decía, cómo lo decía y el impacto en sus oyentes. Jesús podía hablar con astucia, pero con simpleza. Él tenía una visión increíble de las verdades profundas, sin embargo, él podía comunicar estas cosas en palabras simples y en historias apasionantes. Cuando los expertos altamente educados intentaban cuestionarlo y detenerlo o engañarlo para que dijera algo tonto, siempre tenía la respuesta perfecta. Las personas más inteligentes no podían burlarlo, y sin embargo las personas más simples podrían beneficiarse de su enseñanza. La brillantez simple de Jesús dejaba a la gente rascándose la cabeza con asombro. Incluso aquellos a quienes no les agradaba se preguntaban: "¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?" (Juan 7:15)

Cada vez que Jesús hablaba, la gente quedaba aturdida por su intelecto y por su comprensión; también estaban asombrados por la absoluta autoridad de cómo hablaba. Él no era como otros profesores que debatían constantemente los puntos finos de la religión. Esas personas hablaban como especialistas y como eruditos. Alguien ha definido a los académicos como personas que aprenden cada vez más acerca de cada vez menos hasta que saben casi todo sobre casi nada. Según esa definición, los maestros religiosos de la época de Jesús en verdad eran estudiosos. Se especializaban en trivialidades y sabían casi todo sobre casi nada. No veían el panorama general, y cuando hablaban, no lo hacían con un verdadero sentido de autoridad. Si querían probar un punto, generalmente solo acumulaban citas de otros estudiosos.

¡Qué diferente era cuando Jesús hablaba! La Biblia dice que cuando Jesús terminó de predicar su gran Sermón del Monte, "la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mateo 7:29). Jesús no basaba su enseñanza en la opinión académica; hizo lo opuesto. "Has oído decir [por tus expertos]", diría Jesús al presentar un tema, "pero yo os digo"—y luego, bajo su propia autoridad, declararía la verdad del asunto. Una y otra vez, Jesús contradecía las opiniones dominantes y declaraba lo que Dios realmente estaba diciendo. Mientras Jesús predicaba el Sermón del Monte, su voz resonaba con la misma autoridad que la voz que resonó en el Monte Sinaí. Era la voz de Dios.

Las brillantes enseñanzas de Jesús y su sentido de autoridad fueron suficientes para asombrar incluso a aquellos que no sabían muy bien qué hacer con él. Una vez los principales sacerdotes y los fariseos enviaron algunos guardias de seguridad para arrestar a Jesús mientras él hablaba en el templo. Pero los guardias—esos agentes estrictos e intolerantes—quedaron atónitos ante la sabiduría y el aire de autoridad de Jesús, y no pudieron arrestarlo. La Biblia dice, "Los alguaciles vinieron a los principales sacerdotes y a los fariseos; y éstos les dijeron: ¿Por qué no le habéis traído?".

"¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!", declararon los guardias (Juan 7:45-46).

Nunca nadie habló como Jesús habló, y nunca nadie se atrevió a decir las cosas que Jesús dijo. Una vez Jesús estaba cenando en la casa de un hombre religioso cuando entró en la casa una mujer que había vivido una vida pecaminosa. Jesús le dijo, "Tus pecados te son perdonados." Los otros huéspedes en la casa se conmocionaron. Entre ellos dijeron, "¿Quién es éste, que también perdona pecados?" (ver Lucas 7:36-50)

¡Buena pregunta! "¿Quién es éste, que también perdona pecados?" Ningún simple humano puede perdonar los pecados cometidos en contra de otras personas. Esa mujer pecadora probablemente había dañado una serie de matrimonios a causa de su inmoralidad. Ella pudo haber esparcido enfermedades de transmisión sexual. Si ella tuvo hijos, indudablemente se vieron perjudicados por su mal comportamiento. Pero a pesar de los matrimonios que rompió, de los hombres que infectó, de los hijos que descuidó, de los demás a quienes lastimó, ¿qué tenía eso que ver con Jesús? Si Jesús no era a quien ella perjudicó, entonces él no era el que la debía perdonar. ¿Cómo podría decir: "Tus pecados te son perdonados"? No podía, a menos que fuera el principal ofendido, el Dios cuya ley ha sido quebrantada y cuyo amor es herido en cada pecado. Las palabras de perdón de Jesús eran palabras que solo Dios podía hablar.

Jesús andaba hablando como si fuera Dios. Su autoridad divina estaba implícita en todas sus palabras, y Jesús también fue explícito al decir que él era Dios. Jesús les dijo a sus amigos: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Juan 14:9). Él les dijo a sus enemigos: "Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:30). Cuando dijo eso, sus enemigos recogieron piedras para matarlo, quejándose de que era una blasfemia, "porque tú, siendo hombre, te haces Dios" (Juan 10:33). Estas personas estaban equivocadas al no creerle a Jesús, pero ciertamente tenían razón en que él afirmaba abiertamente ser Dios.

Entonces, ¡la primera razón por la que debemos creer que Jesús es Dios es solo porque así lo dice! Sus palabras—su perspicacia sobrehumana, su impresionante autoridad, sus increíbles pretensiones de perdonar pecados y de ser uno con Dios—son suficientes para convencer a cualquiera que tenga oídos para oír.


Actuando Como Dios

¿Pero qué pasa si no tienes oídos para oír? Bueno, ¿cómo están tus ojos? Incluso si no puedes escuchar, tal vez puedas ver. Si tu alma se encuentra demasiado sorda como para escuchar la voz de Dios en las palabras de Jesús, todavía debes ver la mano de Dios en las obras de Jesús. Jesús no solo hablaba como Dios; él actuaba como Dios.

Jesús les dijo a sus amigos: "Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras". Jesús les dijo lo mismo a sus enemigos:" ¿Al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?... [Incluso] aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre" (Juan 10:36-38).

"¡Cree en los milagros!" ¿Alguna vez leíste los evangelios del Nuevo Testamento: Mateo, Marcos, Lucas y Juan? Si no, hazlo. Observa las cosas que hizo Jesús. Observa la gran cantidad de milagros y la dificultad de esos milagros. ¿Cómo podría alguien sino Dios hacer tales cosas? Jesús expulsó demonios y caminó sobre el agua. ¡Les dio vista a los ciegos, oído a los sordos, habla a los mudos, movilidad a los paralíticos, vida a los muertos! El impacto general—incluso antes de cualquier estudio cuidadoso sobre el significado de cada milagro individual—el impacto general de ver las cosas que hizo Jesús es un sentido abrumador de poder sobrenatural y divino.

Si la impresión general de las obras de Jesús aún no te convence de que él es Dios, entonces analiza con mayor cuidado algunos detalles. Observa algunos milagros específicos de Jesús en los evangelios del Nuevo Testamento, y nota cómo coinciden con la obra del Dios Todopoderoso descrito en el Antiguo Testamento.

Los evangelios hablan de un momento en el que Jesús y sus discípulos se encontraban en un lago en una pequeña barca. Se produjo una tormenta furiosa, y las olas barrían la barca. Los amigos de Jesús estaban aterrorizados. Temían que estuvieran a punto de ahogarse. Pero, ¿qué hizo Jesús? Le habló al viento y a las olas y dijo: "Calla, enmudece" La tormenta calló y el mar enmudeció. Los discípulos de Jesús exclamaron: "¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen? "(Marcos 4:37-41)

¿Quién es éste? Para conocer la respuesta a esa pregunta, mira el Antiguo Testamento. El Salmo 89:8-9 dice: "Oh Jehová, Dios de los ejércitos, ¿Quién como tú?... Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; Cuando se levantan sus ondas, tú las sosiegas". Solo el Dios Todopoderoso puede calmar mares tempestuosos. Entonces, si Jesús calmó un mar tempestuoso, ¿quién es él? ¡Él es el Dios Todopoderoso!

U observa otros dos milagros conocidos de Jesús en los evangelios del Nuevo Testamento. Una vez, cuando Jesús fue invitado a una boda, convirtió el agua en vino. En otra ocasión, Jesús cambió cinco piezas de pan en pan suficiente para una multitud de miles. ¿Qué dice esto acerca de Jesús?

En el Antiguo Testamento, el Salmo 104 dice: "Jehová Dios mío, mucho te has engrandecido" (104:1) y habla de la obra de Dios en la creación. Entre otras cosas, el Salmo 104 menciona específicamente que el Creador proporciona "vino que alegra el corazón del hombre... y pan que sustenta la vida del hombre" (104:15). Entonces, cuando Jesús convirtió el agua en vino, y cuando milagrosamente le dio pan a una multitud de más de cinco mil, ¿qué significaba? Significaba que él es el Hacedor del cielo y de la tierra y el gran proveedor de toda la comida y la bebida.

Veamos otro ejemplo de un milagro de Jesús que se ajusta a la forma en que el Señor Dios es descrito en el Antiguo Testamento. El Salmo 103 dice: "Bendice, alma mía, a Jehová... quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias" (103:2-3). Solo Dios puede perdonar todos los pecados. Solo Dios puede sanar todas las enfermedades.

Los evangelios del Nuevo Testamento hablan de que Jesús perdona pecados y sana enfermedades. Una historia en particular lo deja especialmente claro. Algunos hombres vinieron ante Jesús cargando a un hombre paralítico en un lecho. Jesús se encontraba en una casa, y estaba demasiado abarrotada para que pudieran entrar, así que treparon a la parte superior de la casa, hicieron un agujero en el techo y bajaron el lecho sobre la que estaba acostado el paralítico. Cuando Jesús vio la fe de este hombre y de sus amigos, dijo: "Hijo; tus pecados te son perdonados".

Ahora algunos maestros de la ley estaban sentados allí, pensando para sí mismos: "¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?

Jesús inmediatamente supo en su espíritu que esto era lo que estaban pensando en sus corazones, y les dijo: "¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados..." Él le dijo al paralítico: "A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa". Se levantó, tomó su lecho y salió a la vista de todos ellos. Esto sorprendió a todos y alabaron a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto tal cosa"

El Salmo 103 alaba al Señor "quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias", por lo que los maestros religiosos tenían una base bíblica para decir que solo Dios puede perdonar los pecados. Cuando Jesús dijo: "Hijo, tus pecados te son perdonados", estaba diciendo lo que solo Dios podía decir. Cuando sus oponentes lo desafiaron, Jesús respondió haciendo lo que solo Dios puede hacer: sanó una parálisis incurable. Él mostró que él era el Dios que no solo perdona los pecados sino también el Dios que sana todas las enfermedades. Su obra de sanidad confirmó su palabra de perdón, y ambas confirmaron su identidad como Dios.


¡Cree y Vive!

Tal vez te preguntes si la Biblia exagera los milagros de Jesús, pero hace todo lo contrario. La Biblia no exagera; en cambio, deja fuera la mayoría de los milagros de Jesús. Los milagros descritos en la Biblia son impresionantes, pero son solo una muestra. Las Escrituras dicen: " Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro... las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir" (Juan 20:30; 21:25). Los autores bíblicos no tuvieron espacio para registrar todas las cosas asombrosas que hizo Jesús. Pero bajo la guía de Dios, escribieron lo suficiente para mostrar el punto principal y para demostrar que Jesús es Dios. "Éstas se han escrito", dice la Biblia, "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre" (Juan 20:31).

Así que no te dejes engañar por los ateos que dicen que no hay Dios, y no te dejes engañar por ninguna religión que niegue que Jesús es Dios. Cree la verdad. Cree que existe un Dios vivo y personal y que se convirtió en uno de nosotros. Cree en Jesús. Cree en lo que dice sobre sí mismo, en primer lugar, simplemente porque él es quien lo dice. Como Dios, sus palabras tienen una autoridad infinita y divina. Y si no crees solo sobre la base de sus palabras, al menos cree en sus obras. Jesús es el hacedor de milagros. Maravíllate de cómo esos milagros lo revelan como el Señor y Hacedor de toda la creación, y como el Señor y Creador de una nueva creación donde todos los que confían en él vivirán para siempre.

No dejes que nada te impida reconocer a Dios. El Señor Todopoderoso ha vivido y ha caminado entre nosotros. Cree en las palabras de Jesús. Cree en sus obras. Si las palabras y las obras que he mencionado todavía no son suficientes, considera la palabra más sorprendente y la obra más deslumbrante: ¡Jesús primero dijo que resucitaría de los muertos, y luego lo hizo! ¿Quién sino Dios podría hablar tal palabra? ¿Quién sino Dios podría hacer tal obra? ¿Quién sino Dios es más fuerte que la muerte? Nuestra única respuesta adecuada al Jesús resucitado es decir lo que dijo Tomás al ver al Jesús resucitado: "¡Señor mío y Dios mío!" (Juan 20:28)

Preparado originalmente por David Feddes para Ministerios de Regreso a Dios Internacional. Usado con permiso

 

Modifié le: mardi 3 avril 2018, 15:10