Sentado en el Cielo (Dr. Feddes)
Sentado en el Cielo
por David Feddes
"Ahh, estoy en el cielo". ¿Alguna vez te has encontrado diciendo eso? Ingieres una deliciosa comida, la completas con un delicioso postre y dices: "Estoy en el cielo". O tu equipo está jugando para un campeonato, está cerca del final, y luego gana con una anotación de último segundo. Chocas esos cinco y exclamas: "Estoy en el cielo". Cuando hablas así, sabes que estás usando una forma de expresión. Sabes que no importa cuánto disfrutes, eso no significa que realmente estés en el cielo.
Pero, ¿sabías que hay otra manera en la que es posible decir: "Estoy en el cielo" y estar diciendo la verdad? La Biblia dice en Efesios 2:6: "Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús". Si pertenecemos a Cristo, estamos sentados en el cielo. Suena impresionante, ¿no? Pero también puede sonar extraño si nunca antes lo has pensado. ¿Qué puede significar? ¿Cómo podemos afirmar que estamos sentados en el cielo, cuando obviamente estamos aquí en la tierra?
La respuesta tiene algo que ver con Jesús, con su ascensión al cielo y con la forma en que su pueblo está apegado a él. Según la Biblia, el hecho de que Jesús esté sentado en el cielo de alguna manera significa que su pueblo está sentado allí "con él", o para decirlo con más fuerza, sentado allí en él. Aparentemente, lo que le sucede a Jesús también le sucede a su pueblo. Puede sonar extraño al principio, pero eso es lo que dice la Biblia.
La Biblia dice que después de que Jesús resucitó de los muertos, apreció a sus seguidores y "se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios" (Hechos 1:3). En el cuadragésimo día, Jesús estaba nuevamente con sus discípulos. Les encargó que fueran sus testigos y que difundieran las buenas nuevas acerca de él a todo el mundo. Entonces, dice la Biblia, "alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo" (Lucas 24:50-51).
La ascensión de Jesús es un evento real de la historia que ocurrió en un momento definido (cuarenta días después de la Pascua) y en un lugar definido (cerca del pueblo de Betania, a las afueras de Jerusalén). Pero la ascensión es más que solo un evento físico que involucra lugar y momento. Cuando Jesús dejó esta tierra, no solo partió a un lugar nuevo. El cielo no es solo un planeta más agradable de alguna galaxia lejana. El cielo es el reino de lo eterno, con acceso directo a la realidad y a las riquezas de Dios. Jesús entró en este reino en su cuerpo glorificado de resurrección, y permanecerá allí hasta que vuelva y traiga el cielo a la tierra.
Al tomar su lugar en el cielo, Jesús recibió autoridad suprema y se hizo cargo de todas las cosas. La Biblia dice: "Dios también le exaltó hasta lo sumo" (Filipenses 2:9) "sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies" (Efesios 1:20-22). Entonces, el Señor Jesús está sentado en el cielo. Pero, ¿qué quiere decir que nosotros estamos sentados en el cielo con él?
La Biblia dice que Dios exaltó a Jesús y lo hizo sentar en los reinos celestiales. Pero eso no es todo lo que dice. La Biblia también dice: "Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús." La ascensión de Jesús no es solo algo que le sucedió a él. Es algo que le ha sucedido a todo su pueblo en cierto sentido. Para entender esto, necesitamos saber qué quiere decir la Biblia cuando habla de estar "con Cristo" y "en Cristo" y de alguna manera estar unidos a Cristo para que aquello que le sucede a él también nos suceda a nosotros.
Unión Legal con Cristo
Un aspecto de la unión con Cristo es una unión legal o representativa. Jesús es el representante supremo y el gobernante de su pueblo, y todo lo que hace involucra a todos.
Piensa en un presidente o en un primer ministro. Él no solo actúa en su propio nombre. Un líder nacional actúa en nombre de todos los ciudadanos de su país como su representante legal, y sus acciones involucran a todos ellos. Si él declara la guerra, su pueblo está en guerra. Si elabora un acuerdo comercial con otro país, su pueblo se involucra en él. Si se trata de un mal acuerdo, no solo lo lastima a él; lastima a todo el país. Y si se trata de un buen acuerdo, ayuda a todo el país. Un vínculo legal une al pueblo con el líder que los representa.
De manera similar, hay quienes nos representan en el ámbito espiritual, y mucho depende de quién sea nuestro representante legal. Adán fue el primer representante de la humanidad, y cuando cayó en pecado, nos llevó al resto de nosotros junto con él. Cuando Adán rompió su acuerdo con Dios, lo rompió en nombre de todas las personas que él representaba. Cuando se rebeló y se involucró en la guerra en contra de la voluntad de Dios, Adán nos involucró a todos en esa rebelión y guerra. Todos nos convertimos en enemigos de Dios. Todos caímos bajo la sentencia de muerte que Dios declaró hacia Adán, nuestro jefe legal.
Pero así como hay una vieja humanidad con Adán como su cabeza legal, de igual manera hay una nueva humanidad con Cristo como su cabeza legal. Nacemos en Adán, y su pecado cuenta como nuestro; pero podemos nacer de nuevo en Cristo, y su perfección y exaltación cuentan como nuestras. "Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos" (Romanos 5:19).
Jesús es el gobernante y el representante de una nueva humanidad. Nosotros, quienes hemos nacido de nuevo como su pueblo, debido a nuestra unión con él, estamos legalmente atados a todo lo que él hace. Dios cuenta la obediencia perfecta de Jesús como nuestra obediencia. Dios cuenta la muerte terrible de Jesús como nuestra muerte y como pago por nuestro pecado. Dios cuenta la resurrección de Jesús como nuestra nueva vida. Y ahora que Jesús está sentado en el cielo, aceptado y exaltado por Dios, significa que toda la humanidad redimida también tiene el estatus de estar sentada en el cielo y glorificada ante los ojos de Dios. Nuestra unión con Cristo como nuestro gobernante y representante nos une con todo lo que ha hecho en nuestro nombre. Y eso nos da un nuevo estatus legal en relación con la gran alianza del cielo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, junto con los ángeles santos.
Digamos que inmigras a un nuevo país, y que se trata un país que es parte de una alianza de la cual tu país era enemigo. Antes, cuando te identificaban legalmente con el viejo país y con su líder, eras legalmente un enemigo de todo lo que representaba la alianza. Pero ahora que estás legalmente unido a un nuevo país y a un nuevo líder quien tiene un lugar en la alianza, tú tienes un nuevo estatus. Ahora estás sentado con tu líder y estás involucrado en la misma alianza que alguna vez fue tu enemiga.
De manera similar, cuando eres un ciudadano del antiguo reino encabezado por Adán, eres legalmente un enemigo de la alianza celestial. Pero cuando, por medio de la fe en Jesús, aceptas una nueva ciudadanía y afirmas tu unión legal con tu nuevo Rey, ya no eres un enemigo. Eres un miembro. Estás sentado con Cristo, y estás incorporado a la gran alianza eterna del cielo. Eres un ciudadano del cielo.
Unión Vital con Cristo
Entonces, estar en Cristo significa que estamos unidos a Cristo por medio de una unión legal en la que Cristo nos representa y actúa en nuestro nombre. Pero eso no es todo. La unión con Cristo incluye este importante aspecto legal, pero también incluye un vínculo vivo, vital y directo con él. Dos representaciones de la Biblia muestran esto de una manera maravillosa.
Una representación es acerca de una vid y sus ramas. Jesús dice: "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15:5). La única forma en que una rama puede soportar cualquier fruta, o tener vida, es si está conectada a la vid. Cuando Jesús es nuestra vid, el Espíritu de Jesús nos conecta con él, y la vida del Espíritu fluye de Jesús hacia nosotros.
Una segunda representación de nuestra unión viva con Cristo es la de un cuerpo y una cabeza. La Biblia dice que Cristo Jesús "es la cabeza del cuerpo que es la iglesia" (Colosenses 1:18). "El cuerpo es uno, y tiene muchos miembros... así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo... Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular" (1 Corintios 12:12-13, 27).
Claramente, la unión con Cristo no es solo una unión legal sino una unión viva. Las ramas tienen una conexión viva con la vid, y un cuerpo tiene una conexión viva con la Cabeza. Esa conexión viva con el Cristo vivo es su Espíritu Santo, el cual vive en cada creyente.
Como siempre, esta conexión viva de la humanidad con Dios se basa en la persona de Jesús. El eterno Hijo de Dios se unió a una naturaleza humana de carne y hueso en el vientre de la virgen María. Esta unión de Dios con la humanidad tuvo lugar por obra milagrosa del Espíritu Santo. Como el Dios-Hombre, Jesús de Nazaret hizo todas las cosas necesarias para nuestra salvación. Al descender del cielo al seno de María, Jesús unió a Dios con el hombre. Y al regresar al cielo, Jesús unió al hombre con Dios. Un hombre, uno de nuestra raza, ahora se sienta a la diestra del Padre, y nosotros estamos allí en él.
Para decirlo de otra manera, la humanidad está unida para siempre a la vida de la Santísima Trinidad, ya que la naturaleza humana de Jesús está unida a su naturaleza divina, y su naturaleza divina es eterna y está esencialmente unida con el Padre y el Espíritu Santo en el misterio de El ser trino de Dios. Debido a esto, el apóstol Pedro llega a decir que somos "participantes de la naturaleza divina" (2 Pedro 1:4).
Participantes de la Naturaleza Divina.
¡Qué pensamiento tan asombroso! Debido a que nuestra humanidad está unida a la de Jesús, y que la humanidad de Jesús está unida a su deidad, ¡nosotros participamos en la naturaleza divina!
Ahora, esto no significa que tú y yo nos convertimos en Dios y que nos volvemos iguales al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Necesitamos entender que la naturaleza humana de Jesús está unida a su naturaleza divina pero no mezclada con ella. En el misterio de la persona de Jesús, Dios y el hombre se unen en una sola persona sin mezclar ni confundir lo que es humano y lo que es divino. Jesús tiene su naturaleza humana en común con nosotros, pero no su naturaleza divina. En y a través de la naturaleza humana de Jesús, estamos unidos a la vida de Dios, sin convertirnos en Dios. Del mismo modo, el Espíritu Santo de Dios puede vivir y obrar dentro de nosotros sin que nos convirtamos en el Espíritu Santo. Tomamos parte en la naturaleza divina sin llegar a ser divinos.
¿Cómo nos trae Dios a la experiencia viva de participar en su naturaleza divina? En primer lugar, lo hace a través del conocimiento de él, un conocimiento expresado en las palabras y promesas del evangelio de Cristo y grabado en nosotros por medio del Espíritu Santo. El apóstol Pedro dice:
Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús.
Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina. (2 Pedro 1:2-4).
Cuando el Espíritu te impulsa a creer en la predicación de la Palabra de Dios y a confiar en las promesas del Evangelio, ese conocimiento salvador construye un vínculo vivo con el Señor y con su poder divino.
Otra forma en la que el Espíritu Santo crea y mantiene un vínculo vivo con Cristo es a través de los santos sacramentos del bautismo y de la Cena del Señor. En el bautismo, el Espíritu sella el hecho de que él nos une a Cristo y nos hace parte de su cuerpo. En el bautismo, el Espíritu nos sepulta con Cristo, nos resucita con él, nos une con él en su reinado celestial y nos sienta en el cielo con él.
Del mismo modo, en la Cena del Señor, Cristo se hace presente a nosotros y nosotros nos hacemos presentes a través de un vínculo creado por el Espíritu Santo. El pan y el vino significan y sellan nuestra participación en los beneficios vivificantes de la muerte de Jesús. El pan y el vino también, por obra del Espíritu, nos dan energía con la vida del mismo Jesús. De hecho, incluso hay un significado en el que estamos en contacto con el cuerpo de Jesús--no porque el Espíritu traiga a Jesús hacia abajo y convierta en pan en su carne, sino porque el Espíritu nos eleva hasta el cielo y nos une con el Señor Jesús Cristo, quien está sentado allí. El cuerpo físico de Jesús, su carne humana, está en un solo lugar, en el trono del cielo. Pero en el Evangelio y especialmente en la Cena del Señor, el Espíritu de Dios eleva nuestros corazones a "las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios" (Colosenses 3:1).
Por favor, perdóname si he dicho demasiado como para que digieras todo de una sola vez. Pero una realidad espiritual tan profunda no puede ser expresada en algunas frases pegadizas como un lema publicitario. El misterio maravilloso de una unión viva con Cristo es tan profundo que ninguna cantidad de palabras puede explicarlo por completo. Incluso aquellos de nosotros que ya somos cristianos y que sabemos algo de eso, no siempre podemos estar de acuerdo con la mejor manera de describirlo, y no comprenderemos ni podremos explicar su plenitud hasta que nuestra visión se vuelva completamente clara en la nueva creación (1 Corintios 13:12).
Pero esto es cierto: cuando crees en las promesas del evangelio y pones tu fe en Cristo, cuando te bautizas en su Cuerpo, la iglesia, cuando comes la Santa Cena por medio de la fe en el cuerpo crucificado de Jesús y cuando elevas tu corazón al cuerpo glorificado de Cristo en el cielo, el Espíritu Santo te une a la vida divina del cielo en una conexión viva y sobrenatural.
Bendiciones Maravillosas
Para saber qué es estar sentado en el cielo en este momento, necesitas conocer la realidad de la unión con Cristo. En algunos círculos cristianos, las personas enfatizan en pedirle a Jesús que entre en su corazón, y hablan de que Cristo vive en nosotros a través del Espíritu Santo. Esto es importante y valioso, y a veces la Biblia misma habla de esta manera. De hecho, me regocijo de que Cristo more en mi corazón. Me regocijo de que el Espíritu Santo viva en mí y haga de mi cuerpo su templo. Pero a pesar de que la Biblia enfatiza a Cristo en nosotros, enfatiza aún más que nosotros estamos en Cristo: muriendo con Cristo, resucitando con Cristo, estando sentados con Cristo en los reinos celestiales, todo porque estamos en Cristo Jesús.
Es maravilloso que el Señor descienda para vivir en nuestros corazones, pero es igual de maravilloso que nos resucite para vivir en su cielo. Y esa no es solo una posibilidad futura; es la realidad presente. Estamos sentados en el cielo ahora, en Cristo.
Cerca del final de su tiempo en la tierra, Jesús oró a su Padre celestial acerca de unir a su pueblo entre sí, consigo mismo y con la gloria divina.
"Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese... todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío... Ruego… también por los que han de creer en mí... para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí... Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria... Les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos (Juan 17:5,10,22-26).
Cristo está en nosotros y nosotros estamos en él. Es por eso que los cristianos podemos decir que estamos sentados con él en el cielo. ¡Qué asombrosa realidad! Nuestra unión legal con Cristo, nuestro representante, significa que sus acciones en nuestro nombre cuentan como nuestras, y por eso en él tenemos un tratado de paz con Dios y tenemos una posición legal como amigos y aliados de la Santísima Trinidad y de los ángeles santos. Nuestra unión viva con Cristo significa que tenemos un vínculo vital y personal con él a través de su participación en nuestra humanidad y por medio del Espíritu Santo que vive en él como la Cabeza y en nosotros como miembros de su cuerpo espiritual. Nuestra conexión legal y viva nos sitúa en el cielo con él. Estamos sentados allí en este momento en la realidad de la fe--nuestra "vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria" (Colosenses 3:3-4).
¡Sentados en el cielo! ¡Solo piensa en eso! Según Jesús, todo lo que le pertenece a su Padre celestial también le pertenece a Cristo, y todo lo que le pertenece a Cristo se vuelve nuestro por medio del Espíritu Santo (Juan 16:15). Esto significa que, como cristianos, somos increíblemente ricos, todo en el universo entero nos pertenece.
Piensa en eso la próxima vez que te sientas necesitado y sientas la tentación de refunfuñar o de sentir pena por ti mismo. Es tentador pensar solo en términos mundanos, pero si sabes que eres un ciudadano del cielo, te das cuenta de lo rico que eres en realidad. Todo le pertenece a Dios, y por lo tanto le pertenece a Cristo, y por eso nos pertenece a nosotros quienes estamos sentados en el cielo con Cristo. Compartimos la dignidad de Jesús como hijos de Dios; su precioso nombre es el nombre por el cual somos llamados; e incluso los ángeles que se someten a sus órdenes también se han hecho siervos de nosotros. Ya los ángeles hacen la obra de Dios en nuestro nombre, e incluso nos encontramos en una posición que significa que nosotros, los hijos e hijas de Dios, juzgaremos a los ángeles.
Pero aún más precioso que cualquiera de esto es el privilegio de vivir cada día con la sensación de estar sentado en el trono de Dios y tener acceso directo a él. Las Escrituras dicen: "Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión... Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Hebreos 4:14, 16).
Si eres cristiano, no tienes que sentarte y esperar desesperadamente que tus oraciones lleguen a buen puerto. Cada vez que oras en el nombre de Jesús, puedes elevar tu corazón por fe a la sala del trono celestial, donde ya estás sentado con Cristo, y puedes ir directa y valientemente al trono de la gracia. La oración no grita a una distancia infinita y espera a que alguien te escuche. La oración es hablar con confianza porque estás en la sala del trono con el Rey que te ama y que te hace un participante íntimo de la vida de Dios. Por lo tanto, dice la Biblia: "Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe" (Hebreos 10:22).
Estar sentado en el cielo con Cristo transforma la forma en que oramos y la forma en que vivimos. Los atletas a menudo hablan de llevar su juego al "siguiente nivel" cuando mejoran sus habilidades y van más allá de cualquier cosa que hayan hecho antes. Estar sentado en el cielo verdaderamente lleva tu vida y la mía al siguiente nivel. Como dice la Biblia, "buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Colosenses 3:1-3).
Algunas veces se dice que si eres demasiado celestial, no eres bueno en la tierra. ¿Pero es eso cierto? No, ser celestial no es solo meditar constantemente o tener sueños sobre el cielo y evitar los asuntos de la tierra. Cuando somos verdaderamente celestiales, nos damos cuenta de que el Dios que nos sentó en el cielo con Cristo también nos ha colocado en esta tierra. Cuando somos verdaderamente celestiales, sabemos que el Señor del cielo es también el Señor de esta tierra, y queremos que todo lo que hacemos aquí en la tierra honre su señoría y demuestre que somos sus súbditos leales. Cuando verdaderamente tenemos una mentalidad celestial, vivimos como ciudadanos del cielo en este momento, realizamos nuestras actividades cotidianas con la sensación de estar en la presencia de Dios, y los detalles más comunes de la vida comienzan a irradiar resplandor del cielo.