Salmos 33:5

El ama justicia y juicio; de la misericordia de Jehová está llena la tierra.

Salmos 89:14

Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro.

Efesios 1:7, 8

En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia.

Colosenses 1:19, 20.

Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.

Reflexión

Habiendo considerado la justicia y el amor en relación con el carácter de Dios, podemos volver a una de las preguntas básicas de este estudio y de hecho de la vida, y preguntar: "¿Son incompatibles la justicia y el amor, o en el mejor de los casos completamente distintos?"

Debido a que Dios es uno, y debido a que Dios es tanto justo como amoroso, la justicia y el amor no pueden ser esencialmente incompatibles o distintos. En el carácter y en los propósitos de Dios, éstos se encuentran y concuerdan. Ciertamente, la justicia y el amor están unidos en Dios.

En el mundo tal como Dios quiso que fuera y tal como lo creó, la justicia y el amor eran completamente armoniosos, interdependientes y se reforzaban mutuamente. En la creación buena de Dios, la justicia está destinada a surgir del amor a Dios y a las personas y a buscar el Shalom para todas las personas. En consecuencia, el amor está destinado a buscar la justicia y a construir el shalom entre las personas.

Sin embargo, el mundo no es como Dios quiso que fuera. Somos pecadores y no hemos alcanzado la bondad original creada por Dios. Ignoramos y nos rebelamos en contra de los buenos propósitos y el orden de Dios, y así estropeamos la existencia para los demás, para nosotros mismos y para la creación misma.

Sin embargo, Dios no nos ha abandonado en nuestra rebelión pecaminosa y en nuestra caída. En cambio, Dios ha respondido con justicia y amor para vencer el mal y para remediar los males y la muerte que resultan de nuestra pecaminosidad.

Así que la justicia y el amor siguen siendo interdependientes y se refuerzan mutuamente, a medida que Dios los forma y los persigue en y a través de nuestras vidas. Sin embargo, ahora son interdependientes y se refuerzan mutuamente de formas complejas y difíciles. La tensión e incluso el dolor caracterizan su trabajo conjunto en nuestro mundo.

Vemos esto más clara y concretamente en Jesús en la cruz. Allí, tanto el odio de Dios por el pecado como su preocupación por el mundo se unen – se "unen y concuerdan" – en juicio y salvación. Al sufrir por nosotros, Jesús mantiene unidas la justicia de Dios y el amor de Dios por nosotros.

En nuestro mundo pecaminoso, entonces, la justicia y el amor de Dios toman la forma de una cruz, la cruz de Jesús. Dios no ignora el crimen, la maldad y el pecado. La cruz ejecuta verdadera y completamente el juicio absoluto y santo de Dios sobre el pecado. Al mismo tiempo, también representa el amor salvador de Dios.

Sin la cruz de Jesucristo no habría rendición de cuentas y justicia; la justicia sería solo juicio y castigo. Al mismo tiempo, sin la cruz no habría amor; el amor sería solo sentimentalismo. El poder de la cruz es este: que Dios reúne su justicia y su amor para condenar y para salvar al pecador y a la víctima.

Por supuesto, la cruz no es definitiva; la resurrección prosigue a la cruz. El Nuevo Testamento, especialmente el Evangelio de Juan, presenta la cruz y la resurrección como una obra continua de Dios. En Juan 13:31-32, al borde del arresto y de la crucifixión, Jesús afirma que ahora él es glorificado y Dios es glorificado en él. Podemos reconocerlo fácilmente en la resurrección, pero de acuerdo con el Nuevo Testamento esto da inicio en la crucifixión. Ambas glorifican a Dios y a Jesús. La crucifixión y la resurrección de Jesús constituyen un acto unificado de Dios para vencer el pecado y para salvar el mundo.

Específicamente, entonces, Jesús murió para que nosotros, en nuestro pecado, muriéramos. Jesús resucitó para que nosotros, muertos en él, resucitáramos a una nueva vida. Así, a través de la cruz y de la resurrección, la vida nueva en Jesús produce una vida transformada, más allá de nuestro pecado y de sus efectos devastadores en nuestra relación con Dios, con los demás, con nosotros mismos y con la creación misma.

Los efectos recreadores y transformadores de la cruz y de la resurrección entonces – de la justicia y del amor de Dios – son relaciones nuevas y justas con Dios y con los demás. Exploraremos estos efectos más adelante en las próximas lecciones.

Usado con permiso - www.restorativejustce.org - un Ministerio de Confraternidad Carcelaria Internacional

 


Последнее изменение: среда, 26 октября 2022, 09:43